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El descontento asoma entre la población de Shanghái por el férreo confinamiento contra la covid

La ciudad de 26 millones de habitantes endurece las restricciones, al tiempo que en redes sociales circulan vídeos en los que algunas personas se quejan de las medidas

Shangái Covid
Un hombre entrega comida a otro a través del muro que separa las dos mitades de Shanghái a causa del confinamiento.ALY SONG (REUTERS)

Las imágenes que llegan desde la orilla este del río Huangpu, donde se ubican los rascacielos más icónicos de Shanghái, muestran calles desoladas, personal uniformado con equipos de emergencia y robots que piden a la población permanecer en casa e informar de su temperatura. Mientras, en la orilla oeste, decenas de personas se agolpan para comprar productos frescos y medicinas, que escasean en las estanterías de los supermercados y las farmacias. Paralelamente, desde los centros de cuarentenas se comparten vídeos en los que algunos ingresados se quejan de las medidas y exigen explicaciones. Más de dos años después del cierre de Wuhan, la realidad en la capital económica de China contrasta con la de muchos lugares del mundo. En un momento en el que la mayor parte del planeta se ha resignado a convivir con la covid a pesar del incremento de casos, la urbe shanghainesa ha impuesto por primera vez el confinamiento de sus 26 millones de habitantes para frenar la mayor ola de contagios a la que hace frente desde el inicio de la pandemia. Pese al respaldo general y el cumplimiento disciplinado de las medidas, empieza a asomar entre la población un creciente descontento en forma de críticas en las redes sociales.

Desde el lunes, Shanghái se ha dividido en dos para aplicar un confinamiento masivo en aras de interrumpir la cadena de transmisión del virus, pero intentando minimizar el impacto económico. El comunicado oficial informa de que la parte oriental, conocida como Pudong, estará aislada hasta este viernes, fecha en la que se procederá a un cierre similar en la zona occidental, Puxi, hasta el 5 de abril. No obstante, la mayoría de la población de Pudong lleva varias semanas en cuarentena y el martes por la noche, tres jornadas antes de lo pactado, algunos distritos del oeste pusieron en marcha el cierre.

Una académica de 30 años residente en Pudong, que se identifica como Jenny, cuenta que su urbanización ya se confinó el día 16. “Durante 48 horas nos hicieron pruebas a todos los vecinos. Aunque nadie dio positivo ni había estado en contacto cercano con un contagiado, pasados esos dos días nos dijeron que teníamos que estar 48 horas más aislados y, después, otras 48. Terminamos la cuarentena el día 21. Ahora, desde el 28, volvemos a estar confinados”, se queja. El vecindario de Rong (nombre ficticio), de 32 años, lleva más de 10 días cerrado porque se detectaron casos asintomáticos. Explica que no tienen problema para recibir pedidos, que los repartidores dejan fuera del complejo y los voluntarios del comité vecinal les entregan en sus propias puertas.

La apuesta de las autoridades shanghainesas se había basado en limitar los confinamientos a edificios o barrios con el fin de preservar la actividad económica de este importante centro internacional de negocios. Así, la megalópolis se había erigido en un modelo de contención del coronavirus, sumando, según datos oficiales, apenas 400 contagios y siete muertes desde enero de 2020. El brote de la ómicron que actualmente afecta a toda la nación, sin embargo, ha cambiado por completo esta dinámica. Desde principios de marzo, las infecciones se han disparado hasta registrar cifras récord para los estándares chinos bajo la política de cero covid. Según el último recuento de la Comisión Nacional de Salud, solo el martes se registraron en Shanghái unos 6.000 nuevos casos, casi la totalidad asintomáticos, lo que los expertos atribuyen al hecho de que el 95% de la población haya recibido la pauta completa de la vacuna.

La estrategia del Gobierno aboga por ingresar en hospitales o centros de aislamiento a todos los positivos (independientemente de la gravedad de sus síntomas), lo que requiere una gran inversión de recursos materiales y humanos. Shanghái es una prueba fehaciente de ello: solo el lunes se hicieron cerca de nueve millones de pruebas PCR y se han habilitado seis hospitales, dos estadios y un centro de exposiciones para fungir como instalaciones de cuarentenas centralizadas. A esto se suma que 27 centros de salud han suspendido parte de sus servicios ambulatorios para “cumplir con las labores de rastreo”.

De manera general, la ciudadanía ha respaldado las medidas gubernamentales y actuado de manera disciplinada, confiando en que es la vía más efectiva de hacer frente a esta crisis sanitaria. “¿Estamos realmente preparados para contabilizar millones de muertes por covid? Creo que los que dudan de la política de covid cero no lo han pensado bien”, opina Rong. “Shenzhen es un claro ejemplo de que la variante ómicron también se puede erradicar”, añade. Ese importante centro tecnológico implementó hace dos semanas un confinamiento de siete días que ya ha terminado en prácticamente toda la urbe, a excepción de los barrios más cercanos a Hong Kong, donde el brote de la subvariante de la ómicron BA.2 continúa causando estragos.

Una enfermera fallecida por asma sin ser atendida

Pero la inflexibilidad con la que se aplican las normas contra la covid también ha despertado la indignación de un sector de la ciudadanía. Durante los confinamientos de Xian y Jilin se dieron a conocer trágicas noticias, como la muerte de varios pacientes sin covid que no recibieron tratamiento a tiempo por no presentar una PCR negativa, necesaria para ser admitidos en el hospital. Recientemente, una enfermera de Shanghái que sufrió un ataque de asma falleció por no ser atendida. Paralelamente, en las redes sociales circulan vídeos en los que algunos ingresados en centros de aislamiento cuestionan los protocolos y critican la falta de privacidad de estos improvisados recintos hospitalarios, que albergan miles de camas separadas al estilo de los cubículos de oficina.

Temerosos ante las innumerables quejas por la falta de suministros durante el confinamiento de Xian en diciembre del año pasado, los residentes de Puxi —donde el cierre comienza oficialmente el viernes— se han precipitado a los supermercados en busca de provisiones. Un residente de esta zona que prefiere mantenerse bajo el anonimato, de 28 años, cree que no habrá escasez de productos, aunque afirma que “los precios se han multiplicado por tres”. “Estoy comprando la ternera directamente en un restaurante de comida halal, que son los únicos que la venden a un precio razonable”, explica.

En su vecindario ya se han sometido a varias rondas de pruebas diagnósticas y les han repartido test de antígenos. Afirma que, para entrar y salir de su condominio, debe colocarse la pegatina que le dan al hacerse la PCR. “La lucha contra la pandemia en China se ha convertido en una suerte de ideología. Nuestro Gobierno ha lanzado una campaña de propaganda sobre el impacto negativo de la covid y ahora no es fácil dar un paso atrás. Pero la política de cero covid también tiene sus defectos: no creo que sea efectivo que todos nos aglomeremos para comprar comida o para hacernos la prueba”, dice, en una crítica que no es exclusiva de este joven, pues cada vez se escucha con más frecuencia entre la población local.

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