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Medellín, epicentro de la educación menstrual de Colombia

Una empresa privada de la ciudad lanzó el primer subsidio del país para reducir la pobreza menstrual

Catalina Oquendo
Niñas y adolescentes participan en un taller sobre educación menstrual en varias regiones de Medellín, Antioquia.
Niñas y adolescentes participan en un taller sobre educación menstrual en varias regiones de Medellín, Antioquia.

Medellín se está convirtiendo en el epicentro de una discusión central para las mujeres colombianas: la reducción de la pobreza menstrual. En un barrio de la comuna cinco de la ciudad funciona el grupo Princesas Menstruantes que hace pedagogía por diferentes países de América Latina; hay una serie de emprendedoras locales que diseñan copas, calzones absorbentes o toallas reutilizables amigables con el medio ambiente y ahora Comfama, una caja de compensación familiar (una empresa social que maneja los aportes de los trabajadores) lanzó el primer subsidio menstrual de Colombia.

“Quisimos abrir una conversación sobre lo que significa menstruar, buscando derribar mitos, naturalizar y dignificar algo que nos pasa a la mitad de la humanidad una vez al mes. Se menstrúa distinto según el contexto social y hay enormes barreras en el acceso”, dice Juana Botero, abogada, responsable del Staff Dirección en Comfama y educadora menstrual.

Las cifras de esa desigualdad son alarmantes: en Colombia hay 683.000 mujeres que no pueden acceder a elementos higiénicos para los días de la menstruación y 312.000 personas no tienen acceso a inodoros limpios y privados. Pero, además, una colombiana debe gastar cada año cerca de 180.000 pesos (unos 45 dólares) en toallas o tampones, lo que representan una quinta parte del salario mínimo de Colombia.

En el país se discuten tres proyectos de Ley enfocados en la salud menstrual, uno apunta a entregar productos a las mujeres privadas de la libertad, otro de corte educativo y uno más a otorgar licencias menstruales. Pero ninguno ha avanzado y no hay iniciativas gubernamentales de carácter nacional para aliviar lo que Botero llama “pobreza menstrual”.

La de Medellín es una iniciativa privada que, en principio solo cobija a las afiliadas a la caja de compensación, pero ya despertó el interés de otras empresas que quieren replicar el modelo. Comenzó como un alivio para 2.700 niñas y adolescentes entre 12 y 18 años pero se extendió a todas las mujeres de esa caja de compensación para acceder a copas, toallas reutilizables y calzones absorbentes.

Sin embargo, persisten los tabúes. “En algunos casos cuando van a reclamar el subsidio los padres no quieren que lo rediman por la copa menstrual porque creen que con ella pierden la virginidad”, cuenta Botero. Y no es el único mito. En los talleres de educación del proyecto, que lideran WAM y Princesas Menstruantes Educación Menstrual Emancipadora, han encontrado casos en los que las niñas aún son castigadas y escondidas mientras sangran o que les dicen que son sucias por menstruar.

En el Primer Encuentro Latinoamericano de Educación Menstrual que se realizó en Medellín este año, Carolina Ramírez, de Princesas Menstruantes, aseguró que “la menstruación ha sido reducida a una crisis higiénica” y “utilizada como un mecanismo de control y opresión”.

“El tabú menstrual es una expresión de misoginia y como toda misoginia mata”, afirmó. “Es el caso de la niña Jackline Chapnego que en el 2019 se suicidó (en Kenia) después de que su maestra la avergonzara y humillara llamándola sucia y obligándola a mostrar la mancha en su uniforme”, dijo Ramírez. Su colectivo, nacido en la ciudad, es reconocido en América Latina por construir herramientas pedagógicas y literarias para abordar la educación menstrual.

A la falta de acceso y los mitos que rodean el acto natural de menstruar se suma la “brecha de información” sobre los productos que históricamente han usado las mujeres. “Sabemos muy poco alrededor de las opciones para nuestra gestión menstrual y llevamos años introduciendo productos derivados del petróleo en nuestro canal vaginal”, dice Botero, que se formó como educadora menstrual en Feminarian, una escuela de España.

Por eso el proyecto de Medellín promueve alternativas sostenibles y reutilizables. Considerando que, en promedio, cada persona menstruará 2.700 días de su vida o el equivalente a 7.4 años, “es “importante contemplar la huella que los desechos de los productos de gestión menstrual tradicionales dejan en la tierra (entre 500 y 800 años es lo que pueden tardar en biodegradarse las toallas o tampones)”, dicen las promotoras del subsidio.

Desde noviembre se realizan talleres con niñas y adolescentes sobre educación menstrual en varias regiones de Medellín y Antioquia
Desde noviembre se realizan talleres con niñas y adolescentes sobre educación menstrual en varias regiones de Medellín y AntioquiaCortesía Comfama

Ahí entran otras iniciativas de mujeres que han creado empresas de productos amigables con el medio ambiente. Vera Cup, WAM, Somos Martina o Bloom son algunos de los emprendimientos locales que hacen parte de la alianza en Medellín. Así como otras empresas tradicionales de toallas higiénicas como Nosotras que ahora tiene una línea de ropa interior absorbente.

Juliana Martínez Londoño, ex secretaria de la mujer de Medellín, dice que la ciudad está siendo pionera en el país al dar la discusión desde el Estado, pero también desde la sociedad civil. Durante la pandemia, la Alcaldía hizo un programa piloto de educación menstrual que busca llegar a 25.000 mujeres y entregó kits de copas menstruales. La iniciativa quedó plasmada en el Plan de Desarrollo de la ciudad y también es parte de las propuestas del movimiento Mujer de Medellín que tendrán que atender los futuros candidatos al Congreso y la Presidencia.

“Lo más importante es que hablar de educación menstrual abre la puerta a que tengamos otro montón de conversaciones sobre que es ser mujer”, dice Botero, una de las mujeres tras el subsidio y el programa de menstruación consciente.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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