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La crisis del coronavirus
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El virus de la posverdad

El carácter global de las redes y su extraordinaria capacidad de contagio ha alimentado la propagación de falsos remedios y teorías de la conspiración

Telefonos moviles
Pasajeros en un vagón del metro de Madrid, el pasado mes de julio.david expósito
Milagros Pérez Oliva

En una crisis global, provocada por un virus desconocido que en menos de dos meses es capaz de dar la vuelta al mundo y paralizar la economía, la gestión de la información es un elemento vital. Durante esta pandemia hemos podido comprobar la dificultad de comunicar seguridad y certeza cuando la evidencia científica es limitada y además cambiante. En un contexto de ansiedad extrema, era fácil que la pandemia evolucionara hacia una infodemia: una gran sobrecarga informativa, de contenido no siempre fiable, en medio de una gran incertidumbre y grandes incógnitas por resolver.

Alineados con la comunidad científica, los medios de comunicación tradicionales han hecho un gran esfuerzo de divulgación rigurosa y, en general, no se ha caído, como en crisis anteriores, en la exageración y el sensacionalismo. Pero esta pandemia se ha desarrollado en un ecosistema mediático completamente nuevo, en el que las redes sociales han tenido un gran protagonismo. Y la ciudadanía, ávida de noticias, se ha encontrado a menudo emparedada entre el exceso de información y la desinformación.

Se ha producido una cantidad ingente de información científica en un tiempo récord y la mayor parte se ha transmitido a través de repositorios abiertos sin una revisión por pares como la que tienen las revistas científicas. El volumen ha sido tal, que los propios científicos y sanitarios han tenido dificultades para navegar entre tanto dato. Pero lo más inquietante ha sido comprobar la dificultad de informar con rigor en tiempos de posverdad, esa nueva termita de la democracia que alimenta las fake news, es decir, la difusión de informaciones falsas expresamente diseñadas para hacerse pasar por veraces con el objetivo de provocar un engaño o un estado de confusión y obtener así un beneficio.

Un estudio publicado en agosto de 2020 en el American Journal of Tropical Medicine and Hygiene sobre la cobertura mediática durante los primeros tres meses de la pandemia identificó un total de 2.311 noticias falsas con rumores, teorías conspirativas y bulos sobre el coronavirus. Entre ellas había muchas sobre falsos tratamientos, desde una combinación de orina de camello y cal a la solución clorada de un conocido curandero catalán. Uno de esos bulos, las supuestas propiedades del metanol, se difundió masivamente, hasta el punto de que la agencia norteamericana del medicamento, la Food and Drug Administration, tuvo que salir al paso para frenar sus catastróficos efectos, que en ese momento se estimaban en 5.900 hospitalizaciones, 800 muertes y 60 casos de ceguera.

El carácter global de las redes y su extraordinaria capacidad de contagio ha alimentado la propagación de falsos remedios y teorías de la conspiración, como la difundida por el movimiento Qanon sobre una supuesta conspiración universal de pedófilos que trataría de gobernar el mundo utilizando el virus para controlar a la población. Pero en el caso de la covid-19, al riesgo de la desinformación se ha sumado un factor adicional demoledor: por primera vez la ciencia ha sido cuestionada desde las más altas instancias del poder, entre ellas, los presidentes de países tan importantes como EE UU o Brasil.

Precisamente por negar la evidencia, ir contracorriente o desafiar al sistema, las noticias falsas y las teorías de la conspiración tienen a veces más recorrido en las redes sociales que las noticias basadas en la evidencia científica. Cuanto más impactantes son, mayor es su capacidad de contagio y penetración. El ingeniero informático Alberto Brandolini formuló en 2014 el principio de asimetría entre la verdad y los bulos en estos términos: “La cantidad de energía necesaria para refutar un bulo malicioso es de un orden de magnitud mayor, [es decir, diez veces mayor] de la necesaria para producirlo”. Jonathan Swift lo ha expresado con una frase muy elocuente: “La falsedad sale volado y la verdad corre tras ella cojeando”. En la cultura de la posvedad, los hechos y los datos comprobables cuentan menos que los relatos y las impresiones subjetivas. Los bulos y las fake news no se alimentan de conocimiento, sino credulidad. Y en tiempos de incertidumbre, encuentran en la posvedad el aliado más eficiente.

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