Las fases de una epidemia contadas hace casi 350 años
El lienzo ‘La peste de Antequera’ ilustra las medidas de aislamiento de los enfermos y cierres perimetrales que ya se aplicaban en el siglo XVII
En febrero se conocen los primeros casos de una terrible epidemia. Los médicos comienzan a dar la voz de alarma y a controlar a las personas que presentan síntomas, pero las autoridades se resisten a admitir las evidencias porque eso supondría el cierre del comercio y el aislamiento de la ciudad. Tras muchas reuniones, los regidores declaran oficialmente la epidemia, el hospital general está abarrotado, se habilita uno de campaña cerrando dos calles y montando camas en lo que antes eran almacenes. Se aísla a los enfermos. Los enterradores no dan abasto y buscan nuevos lugares para sepultar a las víctimas. Ocurrió en Antequera (Málaga) en 1679, cuando la peste bubónica acabó con la vida de unas 10.000 personas.
Los hechos están narrados en el lienzo La peste de Antequera, de autor desconocido, pintado en 1680 y retocado en 1732 por otro artista que añadió detalles que no existían en 1679, como la torre de San Sebastián, levantada en 1709. El óleo, que se conserva en la iglesia del convento de Santo Domingo, es una pintura que encargó el cirujano mayor Juan Bautista Napolitano para dar gracias por la intervención de Nuestra Señora del Rosario. Supuestamente, tras salir en procesión el 17 de junio, obró un milagro y curó a los enfermos que se ungieron con aceite de su lámpara. La leyenda de la pintura dice: “El 28 de agosto se publicó la salud” y el 4 de octubre de 1679 Antequera recuperó la normalidad.
“El proceso es muy similar al que hemos vivido en los peores momentos de la covid-19. Aislamiento de los enfermos, cierres perimetrales vigilados por las autoridades para evitar que la enfermedad se propague y el cese de toda la actividad comercial”, explica José Escalante, archivero municipal de Antequera, quien añade que la ciudad tenía entonces unos 19.000 habitantes y que, según los libros sacramentales, fallecieron unos 1.300 vecinos. El resto de los decesos, hasta los 10.000, fueron esclavos, vagabundos que entraron ilegalmente en el recinto amurallado y se instalaron en el barrio abandonado y casi derruido de San Isidoro y también religiosos que vivían en una veintena de conventos de la ciudad, pero que no estaban censados en el municipio. Las coincidencias con la pandemia actual son tantas que esta pintura, que ha sido portada del número de abril de la revista Andalucía en la Historia, del Centro de Estudios Andaluces, ha despertado gran interés entre los investigadores.
El lienzo ilustra cómo se combatió la peste negra en la ciudad y los métodos son muy parecidos a los que se usan actualmente, explica el historiador y archivero: “En Antequera había cinco hospitales, pero todo se centralizó en el Hospital General de San Juan de Dios, que aparece en el centro de la pintura con las camas en hileras y atendidas por frailes; pero también tuvieron que convertir en casa de convalecientes los corralones, en los que se guardaban aperos de labranza y ganado, en las calles Higüeruelos y Vadillo. Además de los cuatro carneros (fosas comunes con quemadero) se crearon otros siete, todos en las afueras de la ciudad y los cadáveres se cubrían con capas de cal”. En la parte izquierda del lienzo pueden verse varios de esos carneros y un quemadero en el que ardían todas las pertenencias del enfermo de peste. Esta fue, en realidad, la única medida que contribuyó a acabar con la epidemia. Según las crónicas de la época, hubo días en los que fallecieron hasta 800 personas. Situación tan terrible que el artista anónimo pintó también a uno de los enfermos del hospital general saltando por la ventana para suicidarse.
El cirujano que encargó la pintura, Juan Bautista Napolitano, aparece retratado varias veces en la parte inferior del cuadro atendiendo a los enfermos, cauterizando las bubas (nódulos linfáticos inflamados) de un hombre, un niño y una mujer, asistido por un mancebo. José Escalante comenta que la obra incluye otros retratos de personajes reales de la época, como el corregidor Fernando Ramírez de Alcántara quien acude al vicario, fray Manuel de Santo Tomás, para pedirle que organice una procesión rogativa de la Virgen del Rosario para que ataje la plaga, representada con flechas que caen desde el cielo sobre la población.
Para el catedrático emérito de Historia del Arte y especialista en pintura barroca, Enrique Valdivieso, la obra describe “un escenario urbano en el que se aprecian interesantes aspectos sociales y costumbristas. Con prodigiosos detalles que muestran a los apestados en sus camas, el traslado de los cadáveres, la procesión rogativa o la virgen que aparece en un rompimiento de gloria en el cielo”. Según el investigador, que ha publicado más de una treintena de libros sobre el barroco, esta pintura “de una calidad discreta” es “un testimonio impagable” para entender cómo se afrontaron las plagas en el siglo XVII.
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