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Muere por covid el último indígena varón de los juma de Brasil

El anciano Aruká Juma, fallecido el miércoles en un hospital de la Amazonia, tenía tres hijas, las únicas supervivientes de una etnia que tuvo miles de miembros hace tres siglos

Naiara Galarraga Gortázar
Aruká Juma, el último varón de los indígenas del pueblo juma, fallecido por coronavirus este miércoles en Porto Velho en una foto cedida por la ONG Kanindé.
Aruká Juma, el último varón de los indígenas del pueblo juma, fallecido por coronavirus este miércoles en Porto Velho en una foto cedida por la ONG Kanindé.Gabriel Uchida (Kanindé)

El indígena brasileño Aruká Juma tenía entre 86 y 90 años cuando este miércoles murió por complicaciones del coronavirus en la UCI de un hospital de Porto Velho, una ciudad incrustada en la Amazonia, a 120 kilómetros por carretera y dos horas en barco de su aldea. Su fallecimiento, como los 1.150 registrados en esa jornada en todo Brasil, fue una tragedia para sus allegados, pero Aruká era también el último varón del pueblo juma, memoria viva de saberes ancestrales y superviviente de una matanza para exterminar a los suyos. Las tres hijas que deja son las últimas de un pueblo que en el siglo XVIII tuvo entre 12.000 y 15.000 miembros.

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Covid-19 takes the life of the last male from Brazil’s indigenous Juma tribe

Una insuficiencia respiratoria aguda combinada con una infección hizo que el anciano no superara la enfermedad, según el diario digital Amazonia Real. De joven sobrevivió con otros seis jumas a una masacre perpetrada por encargo de comerciantes interesados en el caucho y las castañas de su tierra, según la detallada información del Instituto Socioambiental sobre cada una de los cientos de etnias de Brasil. Cazados como si fueran monos, murieron unos 60 indígenas. Fue el último intento de exterminio masivo que sufrió esta tribu, descrita por los cronistas como antropófagos, perversos y feroces, y contactada a mediados del XX.

El caso de Aruká ilustra cómo la pandemia afecta a los indígenas que viven en aldeas de Brasil, el segundo país donde más estragos ha causado el coronavirus. Tres cifras resumen el drama nacional: 242.000 muertos, casi diez millones de contagios y un desempleo del 14%. Entre los indígenas que viven en aldeas ―una pequeña minoría especialmente vulnerable que habita un vastísimo territorio—, la covid ha matado a 567 personas. La vida de este juma ofrece, además, una mirada a la historia de estas comunidades diezmadas desde la colonización portuguesa y que resultan esenciales para la conservación de la Amazonia, la mayor selva tropical del mundo. Claves, por tanto, para frenar el cambio climático.

El antropólogo Edmundo Peggion conoció a los últimos juma en los noventa. “Aruká era el último hombre juma que tenía memoria de las maneras de cazar, los modos artesanales propios de su pueblo. Existe un consenso en la región, entre los indígenas kagwahiva, de su importancia para la memoria colectiva”, explica el profesor de la Universidad Estatal Paulista (Unesp) en una entrevista telefónica. Kagwahiva es el grupo lingüístico al que pertenecen los juma. “Él era reconocido como un amóe, un título de respeto”, que quiere decir abuelo en tupí guaraní.

El coronavirus y Jair Bolsonaro —un presidente antivacunas, que desprecia la gravedad de la pandemia y los derechos indígenas— se han sumado a las amenazas clásicas de los nativos, como los buscadores de oro o los madereros ilegales. Las principales asociaciones de los aborígenes brasileños culpan directamente al Gobierno de su muerte: “Una vez más, el Gobierno brasileño se comportó con un grado de omisión criminal y de manera incompetente. El Gobierno lo asesinó”, dicen en un comunicado.

La epidemia se extendió veloz por los ríos de la Amazonia. Y los invasores de tierras son un foco de contagio. Aunque la vacunación está llegando a aldeas indígenas remotas, existe desconfianza hacia los sanitarios. Y la falta de dosis amenaza la inmunización en todo Brasil. Río de Janeiro tuvo que parar las inyecciones el lunes.

Aruká fue trasladado a un hospital en enero e intubado. Es también uno de los brasileños que fue tratado con lo que el Ministerio de Salud denomina tratamiento precoz. Medicamentos como la cloroquina, cuya eficacia contra la covid-19 no está científicamente demostrada, convertidos por Bolsonaro en política de Gobierno. Hasta el punto de embarcar a las Fuerzas Armadas en la fabricación de millones de comprimidos.

Aruká Juma en una fotografía tomada en 1998 por el antropólogo Edmundo Peggion, cuando las autoridades trasladaron a Aruká y a su familia a la Tierra Indígena Uru-eu-wau-wau.
Aruká Juma en una fotografía tomada en 1998 por el antropólogo Edmundo Peggion, cuando las autoridades trasladaron a Aruká y a su familia a la Tierra Indígena Uru-eu-wau-wau.Edmundo Peggion (EL PAÍS)

La muerte del anciano indígena “es una pérdida devastadora. La historia de su vida fue y sigue siendo un símbolo de la tremenda lucha que libró el pueblo juma”, afirma en una entrevista Edson Carvalho, de la ONG Kanindé, desde Porto Velho, la ciudad donde Aruká falleció.

Será enterrado en su aldea, ubicada en la Tierra Indígena Juma, al sur del Estado de Amazonas, donde estaba cuando sintió los primeros síntomas en enero. Un lugar muy alejado de cualquier ciudad. La creación de esta reserva indígena de 38.000 hectáreas fue una ardua batalla culminada tras años de trámites. Las autoridades no estaban convencidas de que aquel territorio con un puñado de habitantes mereciera la protección legal que impide explotar sus recursos.

Antes, a finales de los noventa, los últimos juma fueron sacados por las autoridades de sus tierras. Aruká, sus tres hijas, un cuñado y la esposa de este fueron trasladados contra su voluntad a los dominios de los uru-eu-wau-wau, explica el antropólogo, que en aquella época tuvo contacto estrecho con ambos grupos. Allí las hijas se casaron con varones de este otro pueblo con el que los juma comparten lengua. Abandonar su hábitat “causó un impacto muy grande en la vida de todos los juma”, cuenta Peggion, que añade que la pareja mayor falleció poco después del traslado. “En aquellos años fuera de su territorio, Aruká estuvo muy deprimido, tenía una enorme añoranza de su territorio”, según el investigador.

Tras librar otro duelo con las autoridades, este abuelo indígena logró regresar a las tierras donde creció y que sus ancestros poblaron durante muchos siglos. Le acompañaron sus hijas (jumas), los maridos de estas (de etnia uru-eu-wau-wau) y los hijos de las tres parejas. La ONG Kanindé sostiene que, como en este caso la etnia la transmite el padre, ellas son las últimas del linaje. La primogénita, Borehá, es la nueva cacique del diezmado grupo.

Fiel a su promesa de campaña, Bolsonaro no ha dado protección legal a un solo centímetro más de tierra indígena en los dos años que lleva en la Presidencia. Los expedientes en trámite están paralizados mientras disminuyen los inspectores en Amazonia, los órganos que velan por la protección del medio ambiente y de los indígenas que lo protegen desde hace incontables generaciones.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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