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China trata de disipar el fantasma del SARS en el nuevo brote de coronavirus

El presidente chino, Xi Jinping, quiere mostrar liderazgo internacional y evitar riesgos a la estabilidad social interna

Macarena Vidal Liy
Miembros de los equipos sanitarios trasladan a un enfermo en Wuhan.
Miembros de los equipos sanitarios trasladan a un enfermo en Wuhan.HECTOR RETAMAL (AFP)

 “Estamos seguros de que podemos ganar la batalla para combatir esta epidemia mediante la prevención y el control”. El presidente chino, Xi Jinping, se mostró así de tajante este sábado en una reunión extraordinaria del Comité Permanente, el máximo órgano del Partido Comunista, para tratar sobre las medidas contra el nuevo coronavirus que ha causado ya al menos 56 muertes y cerca de 1.700 infecciones en este país.

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La convocatoria era una muestra de la gravedad del problema y la seriedad con la que se lo ha tomado Pekín. Este sábado se celebraba el año nuevo lunar, el día más señalado del calendario festivo y en el que en circunstancias normales sería inconcebible mantener una reunión de trabajo.

Pero estas no son circunstancias ordinarias. El Gobierno chino se juega su prestigio internacional e interno en la gestión de una crisis sanitaria que evoca la del SARS, el Síndrome Respiratorio Agudo Severo también causado por un coronavirus que en 2003 mató a más de 700 personas. Entonces, la gestión de Pekín fue desastrosa. La opacidad y la falta de información con la que se respondió en los primeros momentos convirtieron el foco en una epidemia de grandes proporciones que costó 50.000 millones de dólares a la economía mundial.

Esta vez, Pekín -y Xi, el líder más poderoso de China desde la era de Mao Zedong- quieren demostrar que han aprendido la lección de entonces y que el país responde como la gran potencia mundial en la que se ha convertido desde aquellos tiempos.

“Los líderes de China tenían que elevar el nivel de [respuesta a] la crisis para asegurar la estabilidad de la sociedad china, y también por la reputación internacional de China”, ha declarado a la agencia Bloomberg el investigador de la Universidad Renmin Wang Peng. “El virus tiene el potencial de impactar negativamente en la imagen de China”.

Desde que se reconoció que el virus había saltado fuera de Wuhan, la ciudad donde se originó el contagio y donde se han declarado la mayoría de los casos, las medidas se han sucedido tan veloz como espectacularmente. Una quincena de ciudades en la provincia de Hubei, incluida Wuhan, con una población total de 46 millones de personas, han quedado bloqueadas por cuarentena. Se han cerrado atracciones, cines, redes de autobuses interprovinciales; cancelado los viajes de grupos turísticos; se construyen en Wuhan a toda marcha dos hospitales que tratarán exclusivamente a infectados por el coronavirus; se han multiplicado los controles de temperatura en estaciones de tren o aeropuertos. Si los hospitales de esa ciudad sufren escaseces, la orden es de reforzar los suministros. Se han enviado centenares de médicos de refuerzo.

Además, la secuencia del genoma del 2019-nCoV, imprescindible para lograr una vacuna, estaba lista en un mes desde que se detectó el primer contagio; en el caso del SARS, la tardanza fue de cinco meses. Y, a diferencia de hace 17 años, el propio Xi ha exigido la máxima transparencia en la gestión. El Consejo de Estado, el Ejecutivo chino, ha llegado a pedir denuncias de casos de encubrimiento o irregularidades.

Las medidas que han generado alabanzas de la OMS: “Elogiamos” la cuarentena impuesta en Wuhan, una “acción contundente” para frenar la expansión del contagio, ha dicho el secretario general de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus.

Las críticas, al menos dentro de China, se han dirigido sobre todo contra las autoridades locales, especialmente el alcalde de Wuhan Zhou Xianwang, por no haber dado la importancia suficiente al estallido del brote. “El primer caso se detectó el 12 de diciembre. Podían haberlo gestionado mejor. No dieron toda la información”, recuerda Chen Qiang, un informático de 34 años residente en Pekín y que debía haber cambiado de tren en Wuhan para sus vacaciones de Año Nuevo en la isla tropical de Hainán. Al final optó por quedarse en casa.

Entre las principales críticas de los residentes de Wuhan a su alcalde se encuentra la organización de una comida para 40.000 personas con la que quería romper un récord este enero, y que los vecinos temen que haya servido para diseminar aún más el virus.

La suerte de Zhou parece estar echada. El periódico nacionalista Global Times ha publicado esta semana que la ciudad “fracasó” a la hora de contener el virus en las etapas más incipientes de la crisis. El Diario del Pueblo consideraba que las declaraciones desde la alcaldía han “sembrado el pánico”.

La reunión de este sábado del Comité Permanente tampoco parecía muy tranquilizadora para el regidor o el resto de las autoridades provinciales en Hubei. Estos líderes, según insistían Xi y su equipo, “deben hacer del control y la limitación de la epidemia su prioridad absoluta, adoptando medidas aún más estrictas para evitar que se expanda”.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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