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La pandemia pone en jaque la atención a la salud mental

Una encuesta de la OMS en 130 países revela que el 60% sufrió interrupciones en los servicios de psicoterapia para personas vulnerables. El órgano internacional reclama aumentar los recursos para atender estas dolencias

Jessica Mouzo

La pandemia mundial de covid-19 obligó a los sistemas sanitarios a focalizar sus esfuerzos en frenar la crisis sanitaria. Había que priorizar la lucha contra la pandemia y casi todo lo demás —excepto las situaciones urgentes por otras patologías— fue relegado a un segundo plano. Operaciones programadas, consultas rutinarias, pruebas diagnósticas. Y también la atención a la salud mental. Según una encuesta realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 130 países, un 60% de los Estados consultados tuvo que interrumpir, en mayor o menor medida, los servicios de psicoterapia. Alrededor de un tercio de los países también reportó un freno en el acceso a tratamientos psiquiátricos y en intervenciones de emergencia, como síndromes de abstinencia. La OMS ha criticado la falta de recursos suficientes para atender la salud mental y ha remarcado la “necesidad urgente” de una mayor financiación.

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“La pandemia de covid-19 ha interrumpido o detenido los servicios de salud mental en el 93% de los países de todo el mundo, mientras que la demanda de salud mental está aumentando”, ha advertido la OMS en un comunicado. Según su encuesta, que se realizó en 130 países entre junio y agosto de este año, los países se vieron obligados a interrumpir muchos de sus servicios de atención a la salud mental. Por ejemplo, más del 60% de los Estados aseguraron que tuvieron que parar las consultas a personas vulnerables, como niños, ancianos o mujeres que requerían atención prenatal y tras el parto. Dos tercios de los países también asumieron que sufrieron interrupciones en los servicios de reducción de daños y casi la mitad reportaron un freno en terapias con fármacos, como la metadona, para tratar la adicción a los opioides.

“Esta encuesta demuestra que, a pesar de la heterogeneidad y la diversidad social u económica de los países, el denominador común es que la pandemia ha supuesto un coste elevado en clave de salud mental. A partir de ahora, cuando se diseñen planes de confinamiento u otras estrategias, tenemos que prepararnos y tener esto muy en cuenta. En marzo fue una situación crítica e inesperada, pero esto ahora ya no nos vale. No podemos volver a caer en la improvisación”, valora Josep Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría del hospital Vall d’Hebron de Barcelona. El 75% de los países tuvieron que interrumpir también parcialmente los servicios de salud mental en las escuelas y en los centros de trabajo.

Para paliar el parón en la atención que supuso el confinamiento o las limitaciones de acceso a los hospitales, centros como Vall d’Hebron echaron mano de la telemedicina. “Los tratamientos psicológicos los hemos podido adaptar con llamadas o telefónicas o videollamadas, aunque en las terapias grupales era más arriesgado porque no sabías si alguien podía estar grabando o qué uso se podía hacer”, señala Ramos Quiroga. La encuesta de la OMS recoge que el 70% de los países tiraron de telemedicina para solventar los problemas de acceso a la asistencia en salud mental, aunque hay diferencias entre países ricos y pobres: lo hicieron el 80% de los Estados ricos y menos de 50% de los pobres.

Aunque no todo se podía hacer con telemedicina y, en estos meses, se han quedado muchos flecos sueltos en la atención a patologías de salud mental. “Lo que más se ha visto afectado es la evaluación de niños pequeños con autismo. Tienes que someterlos a tareas neurocognitivas y eso es más costoso de hacerlo online. En las cuestiones que requieren una evaluación de observación muy directa, la atención ha sido más difícil”, sostiene el psiquiatra de Vall d’Hebron. También se tuvo que readaptar la atención en los hospitales de día para que no coincidan tantos pacientes a la vez y los ingresos por desintoxicación, que son hospitalizaciones programadas, se retrasaron para dejar camas libres para pacientes con covid-19. Las consecuencias de una atención a medio gas en muchos ámbitos, ya se empieza a notar: “Donde no se han realizado acciones rápidas, está viniendo más gente a Urgencias. Estamos viendo más tentativas autolíticas, tentativas muy graves que antes no veíamos con tanta frecuencia. Habrá que ver si es puntual o una tendencia”, valora Ramos Quiroga.

Los psiquiatras advierten, sin embargo, de que lo peor todavía está por llegar. Hay que recuperar la atención a todas esas personas que vieron sus terapias interrumpidas por la covid-19 y, además, afrontar otra bolsa de pacientes derivados de las consecuencias de la crisis sanitaria, el confinamiento y el impacto de tantos meses con la economía a medio gas. “Lo más duro va a venir ahora. Cuanto más se alarguen los ERTE y se complique la situación económica, como en la crisis de 2008, peor será. Hay muchos factores que pueden tener un efecto a medio o largo plazo, como los duelos mal cerrados, que los mayores ahora no pueden tener el mismo contacto cercano con sus familiares por el temor al virus. Todo eso acaba en un estrés que puede generar más trastornos de salud mental”, avisa el psiquiatra.

El reto es, ahora, adecuar el sistema de atención a la salud mental para atender toda la demanda. “Durante el confinamiento, las plantas de ingreso de psiquiatría han tenido que destinarse a otra cosa y también había menos demanda. Pero ahora nos encontramos lo contrario: tenemos las plantas llenas. Y estrategias como la telemedicina tiene dificultades, son complicadas de implantar en parte de la población que nosotros atendemos Ahora se trata de ver cómo organizamos la asistencia para atender a todo el mundo”, apunta Carmen Moreno, médica del instituto de Psiquiatría y Salud Mental del Hospital Gregorio Marañón. “No nos va a llegar ninguna patología que no conozcamos. Lo que nos preocupa es que el sistema no esté preparado para dar respuesta a todo”, agrega.

La OMS ha reclamado más recursos para la salud mental. Según el organismo internacional, los países dedican menos del 2% de sus presupuestos en salud a este ámbito. “A medida que continúe la pandemia, se impondrá una demanda aún mayor a los programas de salud mental nacionales e internacionales que han sufrido años de insuficiencia crónica de fondos. Gastar el 2% de los presupuestos nacionales de salud en salud mental no es suficiente”, ha advertido.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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