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España afronta un otoño de incertidumbres

Los expertos no ven próximas medidas draconianas como las de la primavera. Todo está al albur de la ocupación de las UCI, que dependerá de la efectividad de las restricciones

Pruebas PCR para detectar el coronavirus en el barrio del Besòs y el Maresme, en Barcelona, el pasado agosto.
Pruebas PCR para detectar el coronavirus en el barrio del Besòs y el Maresme, en Barcelona, el pasado agosto.Joan Sanchez
Pablo Linde

En esta pandemia, la epidemiología se está ganando una fama parecida a la que tiene la economía: una ciencia que predice el pasado. En España, pocos acertaron el estallido del virus entre invierno y primavera, la mayoría se equivocó en cómo se comportaría en verano y, a las puertas del otoño, raro es quien se atreve a hacer pronósticos muy tajantes. Incluso cuesta dilucidar cómo hemos llegado hasta aquí. Sabemos muchos de los elementos que fallaron para que el país esté a la cabeza en contagios de su entorno, pero nadie se explica la enorme diferencia con los vecinos: una tasa de incidencia que multiplica por más de dos la francesa, por seis la portuguesa, por ocho la italiana y la británica, por 12 la alemana.

Como sucede en la economía, en la evolución de una epidemia influye el comportamiento de la sociedad: cómo actúan los ciudadanos y qué medidas toman sus gobernantes. Por eso, en el escenario que viene, el avance del virus modulará decisiones, que a su vez irán contribuyendo a incrementar o disminuir la curva. El otoño se anticipa complicado. Reúne todas las características para serlo: regreso a la actividad laboral, al colegio, vuelta a espacios cerrados, otros virus estacionales que pueden contribuir a poner al sistema sanitario en jaque. Pero nada está escrito. Entre ciertas limitaciones sociales y confinamientos más severos, entre algunas apreturas en los hospitales y el colapso, hay enorme trecho que dependerá de cómo evolucione el virus en las próximas semanas.

En opinión de Álex Arenas, físico e investigador de la Universidad Rovira i Virgili y experto en modelos matemáticos, en la epidemia la clave son los tiempos y en España, dice, “todas las decisiones van tarde”. “Por eso estamos en la situación que estamos. No se hicieron los deberes en verano, no se contrataron suficientes rastreadores, no se hicieron pruebas PCR masivas para llegar con más baja incidencia al retorno a la actividad y ahora se va a cometer otro error de tiempos: vamos a abrir las escuelas en lugares con incidencias disparadas y vamos a tener que cerrar a finales de mes”, zanja.

El diagnóstico de lo que nos ha llevado hasta aquí es compartido por muchos especialistas. ¿Dónde es aquí? A una incidencia de 216 casos por cada 100.000 habitantes cuando lo previsto era no superar los 50, algo que ya no cumple ninguna comunidad, ni siquiera Asturias, la mejor situada, que esta semana rebasó esa tasa. No se contrataron suficientes rastreadores; la ya de por sí mermada atención primaria, el pilar para contener la epidemia, estaba diezmada por las vacaciones y quedó completamente sobrepasada en julio y agosto; se descuidó un foco clave, como es el de los temporeros, que viven en una precariedad (tanto habitacional como laboral) idónea para los contagios. Nada que no se pudiera haber previsto. A esto se suman condiciones intrínsecas a la cultura española, que crean un lugar propicio para la expansión de virus con las características del SARS-CoV-2. “Aquí tiene más oportunidades de transmisión. Socialmente los mediterráneos nos juntamos más, hablamos de forma acalorada, lo que genera más gotas, salimos más”, enumera Alberto Torres, miembro de la Sociedad Española de Medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene.

Pero España no es única en este sentido. ¿Tenemos los peores gestores, somos los más incívicos y contamos con las peores características para la epidemia? Para esto no hay respuestas claras. Hay incluso quien recurre al azar: en algún lugar tenía que empezar la segunda ola.

Y, si la predicción del pasado es complicada, cualquier aproximación al futuro corre el riesgo de errar. Se atreve con una Arenas, que cree que la falta de medidas contundentes hará dar marcha atrás a la vuelta al cole. Y también Juan José Badiola, director del Centro de Encefalopatías y Enfermedades Transmisibles Emergentes de la Universidad de Zaragoza. Los datos de esta última semana han mostrado que pese a que la incidencia del virus sigue creciendo, su aumento no es tan vigoroso como el de julio y agosto. “Parece que hay cierta estabilización. Yo creo que esto va a durar unas semanas y que las medidas que van tomando las comunidades hará que tras unas semanas la tasa de contagios baje”, añade Badiola.

Esas medidas (más limitación de aforos en comercios y hostelería, acotación de reuniones sociales, etcétera) van llegando, y tendrán que modularse en función de hasta qué punto logren sus objetivos. La mirada está puesta en los hospitales. El confinamiento que comenzó a mediados marzo y su endurecimiento (con la hibernación de la actividad dos semanas después) se hizo porque las UCI no daban más de sí. Según el último informe del Ministerio de Sanidad, el 7% de las camas hospitalarias estaban ocupadas por pacientes de covid-19, lo cual da un amplio margen de crecimiento, sobre todo teniendo en cuenta que la gran mayoría de los diagnósticos de esta segunda ola son leves y no requieren hospitalización, fruto de una mayor capacidad para realizar pruebas, no a que la peligrosidad del virus se haya atenuado. Pero no hay que confiarse. La clave está en el crecimiento. En Madrid, la comunidad más afectada, la ocupación de las UCI prácticamente se ha doblado (de 126 pacientes a 243) en solo dos semanas. Si la progresión continuara de forma lineal, estarían colapsadas en pocas semanas. No tiene por qué ser así, matiza Arenas. “Esta sería la cota máxima de crecimiento, pero dependiendo de las medidas y los desplazamientos puede bajar”, explica.

Mientras las unidades de cuidados intensivos tengan capacidad para admitir a más pacientes, no habrá restricciones draconianas. Pocos epidemiólogos se imaginan que se vuelva a repetir lo que sucedió en marzo. “Puede haber limitaciones a muchas actividades, incluso obligatoriedad del teletrabajo, pero un encierro así hace un daño demasiado grande a la economía”, asegura Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología. En el peor de los casos, añade Alberto Torres, muchas de las restricciones de la primavera, como evitar los paseos “son absolutamente innecesarias”, subraya.

Información sobre el coronavirus

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- Así evoluciona la curva del coronavirus en España y en cada autonomía

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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