“Con 24 años, estuve a punto de morir por el coronavirus”
Los menores de 30 años son ya el principal grupo de edad entre los infectados. Varios de ellos alzan la voz para pedir que se cumplan las medidas de prevención
“Los jóvenes deberían pensárselo mil veces antes de no llevar mascarilla. Yo estuve a punto de morirme por el coronavirus”. Anshy Loaiza se muestra combativa. No es para menos: pasó dos meses en el hospital —más de un mes en la UCI, gran parte del tiempo en coma inducido— tras contraer la covid-19 con tan solo 24 años, embarazada y sin enfermedades previas. “Sé un hombre de bien como tu papá y tu mamá”, le escribió en una carta a su hijo recién nacido, a quien pensó que no volvería a ver. Aunque la enfermedad se ceba especialmente con los más mayores, quienes no han cumplido la treintena pueden pasarla con síntomas leves o más graves, pero también acabar en la UCI o algo peor: 28 menores de 30 años —y dos bebés— han perdido la vida en España por esta causa desde el inicio de la pandemia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) mostró el pasado martes su preocupación ante el aumento de casos de covid-19 en este colectivo. “Las personas de 20, 30 y 40 años están propagando la enfermedad. Muchos no saben que están infectados, lo que aumenta el riesgo de contagio a los más vulnerables”, dijo el director de la OMS para el Pacífico Occidental, Takeshi Kasai. Los datos en España apuntan a lo mismo: los infectados de entre 15 y 29 años eran tan solo el 6% del total hasta el 10 de mayo; desde entonces, han pasado a ser el 25% de los nuevos contagios, según los datos del Instituto de Salud Carlos III. En cambio, muchos menos acaban en el hospital: si al inicio eran un 13,4%, ahora son tan solo el 1,7%, lo que significa que se descubren muchos casos leves que antes no se consideraban. “Se están haciendo muchos test y ha aumentado la proporción de asintomáticos, lo cual quiere decir que se está haciendo un mejor trabajo de rastreo”, explica Ildefonso Hernández, catedrático de Salud Pública en la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante).
¿A qué puede deberse este aumento? “En la primera época solo veíamos los casos graves, que tienden a ser mayores, pero ahora se hace PCR al 90% de los sospechosos. Por esos estamos viendo casos muy leves y asintomáticos. Además, los jóvenes son las personas que más movilidad tienen y los que más van al ocio nocturno”, dice Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología. “La alta capacidad de interacción durante el periodo veraniego por reuniones de amigos y familiares ha hecho que los jóvenes, que son las personas que más interacciones tienen, estén en mayor riesgo. Y puede haber también un relajamiento de las medidas preventivas”, añade Hernández.
El catedrático de Salud Pública pide “adaptar las estrategias de comunicación para las personas que saben que tienen menos riesgo si adquieren la infección”. Algunas comunidades han empezado a hacerlo con anuncios cada vez más impactantes —que incluyen pistolas, insultos y crematorios— para que los adolescentes se pongan la mascarilla. El propio Fernando Simón lo advirtió el 30 de julio: “Que entre los jóvenes sea menos frecuente no quiere decir que no haya casos graves. Y tenemos ejemplos de ello, tenemos ahora pacientes jóvenes con cuadros graves ingresados en UCI”.
Varios jóvenes que han pasado la enfermedad alzan la voz para pedir que se cumplan las medidas de prevención. “Por mentalidad de comuna deberíamos intentar tener cuidado. Aunque tú no tengas un riesgo alto de ser intubado, puedes contagiar a tu círculo cercano”, explica Irene Martínez, majorera de 25 años. La canaria se contagió trabajando como médica residente en el hospital de Fuenlabrada (Madrid) durante el primer fin de semana del confinamiento, y tuvo que pasar un mes y una semana sin salir de su cuarto. Solo tuvo síntomas leves, pero perdió el gusto y el olfato y no los ha recuperado plenamente: “No puedo diferenciar los malos olores, no sé si es basura, un huevo podrido o una alcantarilla”. Lo que nadie le quita es el mal rato que pasaron sus padres. “Se asustaron mucho, se pensaban que un día no iba a poder respirar”.
El 7 de julio, Melani Correia, camarera de 24 años, supo que estaba contagiada en pleno brote de Burela (Lugo), que alcanzó casi a 200 personas. Durante los 15 días que vivió confinada en su piso de aquella localidad no sintió ningún tipo de malestar, pero tuvo que separarse de sus dos hijos, que quedaron al cargo de su bisabuela, primero, y de la abuela, después. La madre de la chica contagiada los sacaba a pasear por los alrededores del piso de su hija y le avisaba por el telefonillo para que se asomase y la vieran. Aunque son muy pequeños, los críos “estaban bien informados” de lo que ocurría. Ya antes de dar positivo, Correia trataba de protegerlos “porque el trabajo de camarera, por más que no te saques la protección durante ocho horas o más al día, es de estar muy expuesta”. A los 15 días de encierro, se volvió a someter al test. Había superado sin síntomas la enfermedad.
A Guillermo E., guionista de 21 años, el virus le alcanzó mucho antes, en marzo. “Me pude contagiar el finde anterior al confinamiento, que salí por la noche, pero no hay forma de saberlo”, dice. Pasó la cuarentena en su casa de Pozuelo de Alarcón (Madrid), que comparte con su madre, su hermana y una compañera de piso. “Cuando di positivo, tuve ese sentimiento de culpabilidad y de responsabilidad, a ver cómo lo he pillado, a ver si se lo puedo contagiar a alguien de mi familia…”. En cuanto a síntomas, perdió el gusto y el olfato, pero ya los ha recuperado. “Tuve la suerte de que no me pasó nada, pero nunca se sabe”. Lo que le queda es el miedo: “Salgo mucho menos que antes, intento coger poco el transporte público, y a la oficina solo voy un día o dos por semana, el resto teletrabajo. A mi abuelo no lo veo desde febrero. E intento quedar solo con amigos que son responsables”.
Menos suerte tuvo Marina Siles, enfermera de 27 años que trabaja en un hospital público de Madrid. El 17 de marzo comenzó con síntomas que fueron en aumento: dolor de cabeza, pérdida de gusto y de olfato, dolores musculares fuertes, falta de aire (disnea), ansiedad… Por aquel entonces, reutilizaban las mascarillas hasta cinco veces, porque no había. “Cuando me contagié era el pico máximo de la epidemia en España. Mi única preocupación era que si mis padres se ponían malos no había huecos en las UCI”, rememora. Pasó 22 días confinada en su cuarto, saliendo lo mínimo posible. “Cada vez que iba al baño lo desinfectaba con lejía”. Le dejaban la comida en una bandeja en la puerta. “Pasé muchas horas de llorar, de meditar, de incertidumbre. Me sentía muy culpable por llevar el virus a casa”, añade. La quinta PCR que le hicieron salió negativa. “He dejado de creer en la sociedad, porque no veo concienciación en las personas jóvenes. Incluso hay grupos de amigos que no se ponen la mascarilla”, denuncia.
Ángel Pérez, de 24 años, no llegó a ir al hospital porque se contagió a finales de marzo, en pleno pico de la pandemia, y lo pasó muy mal. “Estuve en la cama ocho días, no tenía fuerzas, tenía ataques de tos y dolores muy intensos en los bronquios. Al principio, mi padre no se creía que fuese coronavirus. Pero yo notaba que eso avanzaba muy rápido y me aislé en mi cuarto”, explica. Los padres, con los que vivía en Leganés (Madrid), se acabaron contagiando también, y su padre falleció en abril. “¿Culpa? Alguna vez lo he pensado, porque yo fui el primero. Pero esto es imparable, no sabes en qué momento se han podido contagiar. Lo pudimos pillar todos fuera. Yo hice todo lo posible, y él también. No sé qué podía haber hecho mejor, la verdad. No salí de casa desde el 12 de marzo”. Este graduado en Ingeniería Informática advierte a la gente de su edad: “Yo, con 24 años, lo he pasado fatal. Y pienso en las personas con problemas cardiacos, respiratorios… La gente se lo toma muy a la ligera. Es ridículo que haya quien no se lo crea o no use mascarillas”.
“En muchos de los cuadros más graves de jóvenes no había ninguna patología previa”, dice el catedrático Ildefonso Hernández. Ese fue el caso de José Alfredo Ruiz, mexicano de 28 años y residente en Madrid. “No tenía ninguna enfermedad, ni siquiera fumo ni bebo, pero me dio muy agresivo”, explica. Se contagió el 15 de marzo y pasó 10 días muy malo en casa hasta que lo ingresaron. “Llegué al hospital sin poder respirar. Me empezaron a dar oxígeno y me quedé dormido. Me sedaron y me intubaron. Cuando me desperté, no sabía si había pasado un día o unas horas. Había pasado más de un mes”, señala. Su esposa, estadounidense, estaba embarazada de dos meses y perdió al bebé. “Cuando me desperté sentí frustración, porque no tenía fuerzas ni para levantarme ni para andar. Estaba fuera de lugar”, dice. Un mes y medio después, salió del hospital. “Creo que la gente debería tomárselo más en serio. La vida se te puede ir en un momento”, termina.
La marca de la traqueotomía en el cuello le sirve a Anshy Loaiza como recordatorio de que este maldito virus le pudo costar la vida. Esta empresaria ecuatoriana de 24 años que vive en Madrid acudió el 19 de marzo al hospital 12 de Octubre para dar a luz. Sufrió preeclampsia, una complicación en el embarazo, y le realizaron una cesárea. “Me dieron de alta dos días después, pero a los tres días tuve que volver porque no podía respirar. Cuando me dijeron en el hospital ‘lo sentimos, tienes coronavirus’ era como decirte ‘lo sentimos, te vas a morir’. En ese momento en la tele solo había muertes, muertes. Intenté dejarlo todo arreglado para que a mi hijo no le faltara nada”, dice, con tono firme. Pasó 27 días en coma inducido, una semana más en observación en la UCI, y otros 20 días en el hospital. Dos meses después, pudo volver a ver a su bebé. “Estaba muchísimo más grande, no lo quería ni tocar, me daba miedo”. Por eso, no escatima en advertencias: “Esto no es un chiste. Existe de verdad y también mata a jóvenes. Y recuerden que también tienen padres y abuelos”.
Con información de Silvia R. Pontevedra.
Carta de despedida de Anshy Loaiza a su hijo
Anshy Loaiza, de 24 años, creyó que no lograría superar la covid. Por eso, escribió desde el hospital una carta de despedida para su bebé recién nacido y su marido: “No me puedo imaginar ya no volver a casa, disfrutar de esta etapa de ser mamá, y ver a mi ángel crecer y que conozca a su mamá (...). ¡Sé fuerte! Nuestro hijo lo necesita. Recuerda, esté donde esté siempre cuidaré de ustedes. Mi pequeño ángel, mamá siempre te anheló, y luchó para traerte a este mundo”.
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