René Silva, la voz de los silenciados por la pandemia en una favela de Río de Janeiro
El fundador de 'Voz das comunidades' concentra su trabajo en la asistencia de los vecinos del Complexo do Alemão
En el Complexo do Alemão, uno de los mayores conjuntos de favelas de Río de Janeiro, el comunicador Renê Silva, de 26 años, se ha vuelto una voz activa en el combate a la covid-19. Silva, que lleva cinco meses aislado de su familia, vive desde el inicio de la pandemia con ocho voluntarios en las oficinas de Voz das Comunidades, una organización no gubernamental que fundó para tratar los temas de la favela más allá de la criminalidad. “Desde marzo, solo entré en mi casa el Día de la Madre y en el cumpleaños de mi madre, con todas las precauciones y por poco tiempo. Otras veces solo fui hasta la puerta”, explica Silva por videollamada.
Su labor cotidiana incluye publicar información periodística en la web de la institución y en la aplicación creada para ayudar en la prevención de la covid-19, la distribución mensual de alimentos a la población más vulnerable y el empadronamiento de familias beneficiadas en el Complexo do Alemão. También participa en la organización y entrega diaria de 1.000 viandas de comida. Además, Silva está involucrado en campañas internas de prevención de la enfermedad y recaudación de recursos en las redes sociales.
Desde los 11 años, Silva es un activista de la información en la favela. Siempre se esforzó por ampliar la discusión sobre su barrio más allá de la temática de la criminalidad asociada al narcotráfico. Comenzó en un periódico del colegio, distribuido a los residentes del Complexo do Alemão. En 2005, fue uno de los fundadores de Voz das Comunidades, donde trata problemas locales, como la carencia de servicios públicos o la violencia policial. El joven ganó notoriedad durante la ocupación del Complexo do Alemão por la Policía Militar del Estado de Río de Janeiro, cuando se volvió una suerte de corresponsal de guerra a través de sus publicaciones en Twitter. Las imágenes aéreas de la gigantesca operación, retransmitidas en directo por la televisión, dieron la vuelta al mundo. En una larga cola, traficantes se fugaban de la policía por la maleza.
“Yo tenía 200 seguidores. Trataba de informar de alguna manera a la gente y empecé a contestarlos. Después, me desbordó. Eran 200, 300 mensajes... Vecinos hablando de cómo estaba la situación dentro de la comunidad y gente de fuera buscando información”, recuerda. En una hora, de 200 seguidores pasó a 10.000. “Era mucha gente queriendo contar y muchos periodistas queriendo saber lo que estaba pasando en el Alemão. Los canales de televisión estaban en aquel momento enseñando al Alemão desde un helicóptero, por arriba de la comunidad. Nadie tenía acceso a informaciones desde adentro”, explica Silva.
A partir de entonces, la vida de aquel joven de 17 años cambió. Por primera vez viajó fuera de Río. Hizo charlas en la feria de tecnología Campus Party, en São Paulo, y en la Universidad de Harvard; fue guionista de telenovelas de la cadena Globo y se interpretó a sí mismo en culebrones. En 2012, fue uno de los brasileños elegidos para cargar la antorcha olímpica en los Juegos de Londres.
El comunicador vive en una de las localidades más pobres de Río de Janeiro. Con cerca de 100.000 habitantes, el Complexo do Alemão tiene el peor índice de desarrollo humano (IDH) de la ciudad, según datos del último censo, de 2010. Con todo en contra, han tenido una de las menores tasas de incidencia (infectados) de la covid-19 entre las comunidades de Río, en una proporción de 14,7% para 10.000 habitantes, según un informe realizado por la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) con base en los datos epidemiológicos de la ciudad hasta el 21 de junio.
“Lo peor de la pandemia ya pasó”, dice Silva, reflejando lo que le dicen profesionales del Sistema Único de Salud que actúan en la zona. Según informaciones de la Voz das Comunidades, en 25 favelas en Río, 4.816 personas se contagiaron y 655 perdieron la vida. Sin embargo, muchos de los que allí viven no tienen siquiera documentos de identidad, lo que supone un subregistro de casos.
El Complexo do Alemão tuvo 38 fallecidos por coronavirus y 434 casos confirmados hasta el 13 de agosto, al menos oficialmente. Silva dice que Alemão fue testigo de un drama específico de la pandemia: ver a la gente morir en su casa, sin ni siquiera poder llegar a un hospital. La misma Fiocruz admite en su informe que el número bajo de testeos en Río influye en resultados. La fundación reconoce que “en ausencia de acciones promocionadas por el Estado de un modo específico para la realidad de las favelas” crecen iniciativas al estilo “nosotros para nosotros”, como la que encabeza Voz das Comunidades.
Pobreza, hambre y falta de acceso a redes de agua potable y residuales o a la colecta de basura son parte del día a día de esa zona. La pandemia llevó a la creación de un Gabinete de crisis del Alemão, una iniciativa de Voz das Comunidades en conjunto con el Colectivo Papo Recto y el grupo Mujeres en Acción en el Alemão. Una de las acciones es la distribución de agua.
“Las campañas comenzaron con el primer golpe de la pandemia, pusimos pancartas porque sabíamos que los grandes medios de comunicación muchas veces no tenían un alcance tan amplio en las favelas”, cuenta. “Pensamos de qué manera uno podría comunicar a la gente que vive en esos territorios sobre la importancia de quedarse en casa, de higienizarse. Primero, pusimos carteles en diferentes partes de la comunidad. Después, teníamos coches con altavoces circulando por la comunidad todo el día para informar sobre la importancia de quedarse en casa, de lavarse las manos con agua y jabón. Aún ni se hablaba de mascarillas”, añade. Mucha gente, sin embargo, no tenía acceso al agua. “Todavía hay gente que sufre por no tener agua en grifo. Hay quienes cargan cubos de agua sobre la cabeza. En verano, hay incluso conexiones clandestinas. La gente pasa mangueras de goma por arriba de los tejados para poder coger de otras casas que sí tienen agua”, explica Silva.
13.000 raciones de comida
La campaña de donación de recursos para la distribución de alimentos, por otra parte, obtuvo una rápida adhesión en las redes sociales. Hasta finales de julio, 13.000 raciones fueron repartidas. Muchas personas de la comunidad tienen trabajos informales, y el hambre llegó pronto. “Recibimos mensajes de personas pidiendo comida, diciendo que se habían quedado sin alimentos porque estaban en sus casas, habían dejado de salir a trabajar. Autónomos, emprendedores, gente que trabaja en el metro, en el tren o en la playa, nos mandaron mensajes diciendo: ‘Por el amor de Dios, ayúdame, necesito comida, no tengo qué comer en mi casa'”.
Después, el Gabinete de crisis se dio cuenta de que las raciones de alimentos no eran suficientes y no atendían a la gente mayor que vive sola y no puede cocinar, o a vecinos sin gas, agua o incluso fogón. Se creó entonces la campaña de donación de platos. “Entre los beneficiarios de la ración básica, muchos reciben además una comida empaquetada para complementar. No hace falta preparar el almuerzo, dejas de gastar gas y alimento. Antes de ofrecer estos paquetes de comida lista, la ración de alimentos, que tenía que durar un mes, acaba alcanzando solo para 15 días”, dice Silva.
El comunicador añade que el auxilio de emergencia ofrecido por el Gobierno federal redujo la demanda de alimentos desde finales de abril, pero no fue suficiente. El hambre persistía. “Mucha gente en la favela no tiene carné de identidad, no tiene acceso a Internet, no tiene cómo empadronarse, no tiene cómo hacer nada. Y a mucha gente que lo necesitaba se lo denegaron. La demanda siguió, y nosotros nos quedamos con esa misión de ayudar a las familias”.
En la visión de Silva, es indiscutible la falta de atención y asistencia del Estado a los más pobres en la pandemia y, sin el trabajo de las oenegés, el cuadro sería aún más grave. “La situación sería mucho peor. De hambre, de muertes, de casos de la covid-19, incluso de violencia. Las ONGs tienen el rol que debería tener el Gobierno”, zanja.
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