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Contra la desinformación y la desconfianza: la batalla de los rastreadores de covid-19 en Colombia

El trabajo de los epidemiólogos de campo en un país eminentemente rural es clave para reducir la velocidad de la pandemia

Catalina Oquendo
Una epidemióloga haciendo una visita de rastreo de la covid-19 en una zona rural de Colombia.
Una epidemióloga haciendo una visita de rastreo de la covid-19 en una zona rural de Colombia.Instituto Nacional de Salud

Diana Malo levanta el teléfono y sabe que tiene por delante una llamada difícil, incómoda pero necesaria. “Tengo que informarle que usted estuvo en contacto cercano con alguien que tiene covid-19″, debe decir, declinando la frase en distintas versiones. A veces hay silencio del otro lado de la línea. “Necesitamos saber cómo se ha sentido en estos días. ¿Qué hizo usted en los últimos 14 días? ¿Recuerda con quiénes estuvo? Si se desplazó, ¿qué rutas tomó?”, continuará en la entrevista.

Aunque parecen preguntas para esclarecer un crimen, son en realidad las que hacen cada día los epidemiólogos y rastreadores, esa nueva palabra que se sumó al lenguaje de la pandemia y que hoy es clave para limitar la propagación de la enfermedad. Su llamada es determinante y la petición es clara: “Por favor, quédese en su casa”.

Diana Malo tiene una voz suave y es la referente en enfermedades respiratorias del Instituto Nacional de Salud de Colombia. Ya no hace tantas llamadas porque su labor, que comienza a las seis de la mañana, también consiste en depurar las bases de datos con la información de contagios que envían desde las regiones y verificar e incluso enviar los reportes para que el presidente Iván Duque los difunda en su programa de televisión diario. Ante la avalancha de casos, que superan este viernes los 226.000, el equipo de epidemiólogos de campo no es suficiente y para las llamadas se turnan entre varios. Se necesita un batallón, dice.

Todo empieza, sin embargo, con los casos verificados de la covid-19. La primera llamada es a ellos: los rastreadores deben confirmarles el resultado que antes ya le ha dado la entidad privada de salud, preguntarles los síntomas, identificar su período de contagio, con quiénes se han visto, sus posibilidades de aislarse, entre otras 19 preguntas. ¿Cuánto tardan con cada uno? “Es variable”, explica Diana Walteros, epidemióloga de la subdirección de vigilancia del INS. “Si la persona vive sola podemos tardar 1 hora; si es alguien que, por ejemplo, trabaja en tres lugares y se desplaza, pueden ser unas tres horas. Eso nos abre árboles de seguimiento y hay que ubicar a los contactos”, explica.

Una sola persona puede hacer entre 8 y 12 rastreos en un día, pero en el INS tienen otras labores y a veces, como explica Walteros, es necesaria la verificación personal. Ante la reactivación económica, que tiene a mucha gente en la calle, urge el refuerzo del equipo. “Si hay más 120.000 casos confirmados [para el momento de la entrevista] hay que pensar que cada uno tiene entre cinco a siete contactos, es decir un millón de personas aproximadamente. Y eso sin contar los casos probables que, pueden ser medio millón”, explica Walteros, que ha tenido experiencia en otras epidemias como la del ébola y chikunguña.

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De esa magnitud es el problema que enfrentan hoy muchos países como Colombia. Ante el aumento de casos, no hay suficientes manos para hacer los cercos epidemiológicos y evitar que alguien que ignora tener el virus contagie a muchos otros. La Gerencia del Coronavirus desarrolla una estrategia de Pruebas, Rastreo y Aislamiento Selectivo Sostenible (PRASS) que contempla contratar rastreadores para hacer seguimiento telefónico. Una suerte de call center de personas capacitadas en las dinámicas específicas de la enfermedad, que funcionará a partir del 8 de agosto. Consultados por EL PAÍS, desde la Gerencia presidencial para Covid-19 dijeron que aún no tienen clara la cifra de rastreadores que necesitarán contratar.

Con experiencia en terreno escarpado

Colombia tiene 1.142 millones de kilómetros cuadrados con una geografía intrincada. No todo se resuelve con una llamada y las medidas tecnológicas o aplicaciones que se ofrecen como la panacea y han funcionado en otros países no siempre sirven en el país andino. “En algunos territorios no hay teléfono y es necesario ir a las fincas. Ahí, por ejemplo, una persona sola alcanza a hacer dos rastreos por día. Hay que tener en cuenta que si es una comunidad indígena, se requiere alguien que hable la lengua”, acota la médica Walteros.

Esas dificultades, sin embargo, han fortalecido la epidemiología en el país. Desde hace más de dos décadas, el INS capacita a los epidemiólogos de campo, los “periodistas de calle”, como los llama Franklin Prieto, director de vigilancia y análisis del Instituto. “Más que detectives, somos como periodistas que buscamos información para tomar decisiones en caliente y evitar la propagación de la enfermedad”, explica Prieto.

Colombia tiene 2.400 epidemiólogos titulados, pero muchos de ellos se han formado, además, en epidemiología de campo. Una especie de entrenamiento parecido al de supervivencia que reciben los militares. “El INS ha formado 170 epidemiólogos de campo y se está capacitando q otros 30”, dice Prieto. Pero la formación se ha extendido a 3.000 personas de otras disciplinas, muchos de los cuales han servido como ‘reservistas’ y están ayudando desde las regiones.

Su presencia en los territorios no ha sido fácil y la desinformación ha sido la principal barrera con la que chocaron. Diana Malo dice que en una ocasión, durante una visita a tres barrios de Cartagena que concentraban brotes de covid-19, les impidieron la entrada por temor a que “les inocularan el virus con el hisopo”; en otra, la gente les pidió que no lleguen con sus trajes de astronauta por el temor a ser estigmatizados por los vecinos; en muchos casos, las personas no cuentan detalles porque tienen vidas ocultas u otras familias. “Recuerdo que tuve que decirles con mucha paciencia: ¿ustedes creen que nosotros venimos a caminar los barrios con este sol desde las once de la mañana y todos los equipos de protección personal para hacerle mal a la gente?”, dice la epidemióloga que, como otros de sus compañeros mantiene una muda de ropa para viajar de urgencia a los lugares donde se dispara el virus.

Y está también el riesgo para su salud. “Este contexto ha recordado que los epidemiólogos de campo también somos profesionales de la salud”, dice Prieto, cuando habla de los contagios que han tenido entre los que rastreadores de terreno y sobre la necesidad de apuntar a una estrategia de rastreo telefónico. “Así como se tuvo que aumentar la capacidad de pruebas y de ventiladores, hay que aumentar la capacidad de los rastreadores y fortalecer algo que ha fallado en algunas zonas y garantizar que las personas contagiadas puedan respetar el aislamiento obligatorio”, concluye.

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Sobre la firma

Catalina Oquendo
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia. Periodista y librohólica hasta los tuétanos. Comunicadora de la Universidad Pontificia Bolivariana y Magister en Relaciones Internacionales de Flacso. Ha recibido el Premio Gabo 2018, con el trabajo colectivo Venezuela a la fuga, y otros reconocimientos. Coautora del Periodismo para cambiar el Chip de la guerra.

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