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Detectan matarratas en los jabalíes que viven en áreas urbanas

Investigadores del CSIC y de las universidades de Barcelona y de Lleida encuentran restos de veneno en el 60% de los ejemplares de la capital catalana estudiados

Un jabalí cruza la avenida del Estatut de Catalunya, en Barcelona, el pasado mes de noviembre.
Un jabalí cruza la avenida del Estatut de Catalunya, en Barcelona, el pasado mes de noviembre.CRISTÓBAL CASTRO
Esther Sánchez

Desde hace años los jabalíes rondan las ciudades a la búsqueda de alimento fácil. Esta dieta puede incluir cadáveres de ratas, otros roedores o gatos que hayan ingerido rodenticidas anticoagulantes de segunda generación –veneno que se usa para controlarlos y que produce hemorragias letales– o cebos envenenados. Un equipo de científicos ha detectado que el 61% de los jabalíes que habitan en Barcelona presentan residuos de esas sustancias en el hígado y en el músculo, sobre todo de bromadiolona y brodifacoum. En el área metropolitana de la capital catalana, en el 40% de los jabalíes se han encontrado los mismos restos de veneno.

La acumulación de estos biocidas es “especialmente notoria en el hígado, donde se alcanzan niveles superiores al umbral asociado a la aparición de hemorragias internas en casi el 14% de los animales analizados”. En el estudio, publicado en la revista Science of the Total Environment, han participado científicos del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC) del CSIC y de las universidades de Barcelona y de Lleida. El estudio se basa en los análisis efectuados en 83 jabalíes.

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15/06/2020
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Rafael Mateo, director del IREC y miembro del equipo investigador, explica que el problema de estas sustancias se encuentra en su capacidad de acumulación en el hígado de los depredadores que comen roedores intoxicados, porque los van incorporando a su organismo. “Son productos que llegan a tener una vida media que supera los 100 días”, concreta Mateo. En el campo están prohibidos y únicamente se mantienen para el control de roedores en entornos urbanos, granjas, vías de tren... “Tenemos el dilema en que son necesarios, pero que pueden afectar a animales que no son diana, a depredadores buenos para acabar con las plagas de roedores”, explica. El IREC estudia el efecto de los rodenticidas desde hace más de 10 años. En otros estudios, han encontrado restos en el 100% de los búhos que han analizado, en el 50% de los erizos o el 85% de las lechuzas.

Aunque la carne de jabalí se comercializa para el consumo humano, “el riesgo para el hombre es muy bajo, porque los niveles encontrados en el músculo son casi nulos”, puntualiza el científico. “Por el contrario, los resultados obtenidos desaconsejan el uso del hígado de jabalí como producto alimentario cuando este proceda de áreas sometidas a un uso intensivo de rodenticidas, siendo necesario una evaluación más profunda del riesgo de salud pública”, explica el CSIC en un comunicado.

Los rodenticidas de segunda generación (conocidos por SGARS, según sus siglas en inglés) fueron introducidos en la década de los setenta del siglo pasado debido a la resistencia que habían desarrollado los roedores a los usados con anterioridad. Son altamente tóxicos, porque matan con una dosis al provocar una hemorragia letal en los roedores, en un periodo de entre uno y tres días. “Las ratas son muy listas, si les sienta mal, lo aprenden y rechazan el alimento. De esta forma, no asocian la intoxicación con haber ingerido el cebo envenenado”, explica Mateo. Aunque están empezando a generar resistencia a estos productos. Los resultados de la investigación “podrían ser de gran relevancia” para conseguir compuestos menos persistentes y, por lo tanto, menos dañinos para las especies diana y las cadenas tróficas. Algo que requerirá más investigación, puntualizan los científicos.

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Sobre la firma

Esther Sánchez
Forma parte del equipo de Clima y Medio Ambiente y con anterioridad del suplemento Tierra. Está especializada en biodiversidad con especial preocupación por los conflictos que afectan a la naturaleza y al desarrollo sostenible. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y ha ejercido gran parte de su carrera profesional en EL PAÍS.

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