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Los tres lutos de Gracia: una mujer pierde a su tía, a su suegro y a su padre en solo 15 días en Jaén

Ella sospecha que los tres murieron por el coronavirus, pero a ninguno de ellos se les hizo la prueba

Gracia Méndez, que en 15 días perdió a su tía, a su suegro y a su padre, en un parque en Jaén.
Gracia Méndez, que en 15 días perdió a su tía, a su suegro y a su padre, en un parque en Jaén.José Manuel Pedrosa
María Sosa Troya

Las dos palabras la hundieron. “Otra vez”. Las pronunciaba con asombro el trabajador de una funeraria que la veía llegar a casa de su padre. Otra vez ella. Otra vez una muerte. La tercera en 15 días. Otra vez su familia. Primero fue su tía, en una residencia. Después su suegro, en su casa. El final llegó con su padre y una carrera al amanecer cuando sonó la llamada que esperaba, la que menos quería recibir. El “mismo virus”, cuenta Gracia Méndez, golpeó de la peor manera tres veces en marzo, aunque nunca lo sabrá con certeza, dado que a ninguno de ellos se les hizo la prueba. Mientras todo un país se confinaba ella pasaba tres veces por el mismo tanatorio “repleto de cuerpos y con las salas vacías”.

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The Spanish woman who lost her aunt, dad and father-in-law in just 15 days

Gracia, que tiene 52 años, es la única de los seis hermanos que vive en la ciudad de Jaén, donde también residían su padre y su tía. La comunicación era telefónica durante el confinamiento, no había otra posibilidad. Así que le tocó a ella cargar sobre sus hombros las conversaciones con los médicos, las llamadas. Hasta que llegó el final. Tres hermanos pudieron acompañarla en el tanatorio con su tía. Otros dos llegaron a tiempo de pasar las últimas horas con su padre. No se han visto con fuerzas de ir a recoger las cenizas aún. Lo harán en julio, cuando puedan verse todos y procesar las tres desgracias que han caído de golpe.

Empezó la semana antes de que se decretara el estado de alarma. Cuando el Gobierno se preparaba para encerrar a todo un país en casa y protegerlo del contagio, el virus ya había irrumpido en la vida de Gracia. Su tía Rosario era “dura como una piedra”. Llevaba en una residencia desde 2009, cuando tuvo un accidente y dejó de valerse por sí misma. Había ido hacia atrás en los últimos tiempos. “Estaba encorvada, era un temblor constante debido al párkinson, pero de cabeza estaba perfectamente lúcida”, dice. Esta psicóloga, que trabaja como orientadora en un instituto, iba a verla cada semana. No sabía que al último encuentro no le seguiría un siguiente.

Fue cuestión de unos días. “Me dijeron que estaba muy malita”, continúa esta psicóloga, que asegura que en todo momento estuvo cuidada por personal sanitario. Esa es su “tranquilidad”. Cuenta que tuvo que tomar una de las decisiones más difíciles de su vida. Con su padre aislado en casa por prescripción médica, el 15 de marzo le dieron la opción de ir a despedirse de Rosario. Era el final. Se lo pensó, ¿pero qué pasaría con su padre? ¿Y si ella le contagiaba el virus? “Con mucho dolor decidí no ir”. No podía arriesgarse a otra tragedia. Cuando llamó para comunicarlo, le dijeron que acababa de fallecer. Así de rápido había sido todo. “En su certificado de defunción pone parada cardiorrespiratoria, pero lo protocolizaron como si hubiera sido covid-19. Me dijeron que comunicara a la funeraria que había muerto por una afección respiratoria", explica. "Aunque no le hicieron la prueba. No había test por entonces”, relata. Así que se ve a sí misma en la plaza que hay entre la casa de su padre y la residencia, arreglando los papeles.

“No nos permitían estar a todos en el tanatorio, solo pudimos ir un rato. Vinieron tres hermanos de Marbella, Sevilla y Ciudad Real. El resto vive en Madrid, las cosas estaban muy mal como para que pudieran venir”, rememora. “Nos recuerdo a cada uno en un banco, se trajeron un bocadillo. No pudimos ni comer juntos”, se lamenta. Pero ni así pudieron ahuyentar lo que estaba por venir. Seis días después le tocó a su suegro. “Fue muy parecido a mi tía, solo que él estaba en su casa. Un día amaneció con fiebre y tos y a los cuatro días falleció. ¿La causa? Parada cardiorrespiratoria propia de la edad, pero para mí que fue coronavirus. Después mis cuñados se pusieron malos. Tuvieron fiebre, dolor muscular..., guardaron una cuarentena”. Tenía 96 años y su mujer durmió con él hasta la noche anterior. “Le mandaron un tratamiento para la neumonía. Cuando empeoró y vieron que la situación era muy grave, la familia decidió que el final llegara en casa. Allí recibió cuidados paliativos”, dice. De nuevo al tanatorio, y después, esta vez sí, al cementerio de un pueblo cercano. Eran unos pocos familiares.

Ya entonces la situación de su padre le quitaba el sueño. Tenía 94 años y era totalmente dependiente, tras varios infartos cerebrales. Ya no hablaba, “salvo con la mirada”. Pero se le había apagado a raíz de la muerte de su mujer, un año antes. “Yo creo que se daba cuenta de todo”. Gracia iba a verlo cada día, cuenta. Vivía con una empleada interna de la que solo habla maravillas. Lo movían con una grúa. “El día 13 me llamó angustiada y me dijo que no podía tragar. Me fui directa al ambulatorio y pedí al médico que fuera a verlo”, explica. “Pero mi padre generaba neumonías muy fácilmente, no era la primera vez. Me dijo que era un peligro que él, que veía a todo tipo de pacientes, expusiera a mi padre a un riesgo, que no quería transmitirle nada. Nos mandó otro tratamiento y mejoró unos días”, prosigue. “Yo traté de espaciar algo las visitas, no acercarme mucho cuando iba”, añade. “Pero un día ella me dijo ‘tu padre se está apagando’. Le contesté que lo sabía”.

Cuatro días antes empezó a no poder tragar. Llamó al 061. “Acudieron encapsulados, como se ve en la tele. Me dijeron directamente: 'Tu padre tiene coronavirus”, recuerda. Cuenta que pidió las pruebas para los dos, pero que le respondieron que no había. “Tuvimos la opción de que fuera al hospital. Pero allí no habríamos podido acompañarle. Llamé a mis hermanos. Decidimos que fuera en casa. Dos de ellos pudieron venir y estar con él”. A don Quintín le dejaron una bombona de oxígeno con la que pasó sus últimos dos días. “En las últimas horas pedimos una ayuda para el tránsito”, rememora su hija.

Ella estaba en su casa. Había llegado de madrugada, no podía dormir. Hasta que a las siete sonó el teléfono. “Subí al coche corriendo. Me faltaba el aire. Se me metió en la cabeza que yo quería ver cómo la funeraria se llevaba a mi padre”, cuenta. Llegó a tiempo, incluso cuando los médicos firmaban el certificado de defunción. “Posible covid-19″. Antes de subir a su casa, en el mismo lugar en que había entregado los papeles de su tía, el mismo chico. “Otra vez tú”. “A mí no se me olvida esa escena”, dice. “Me derrumbé”. Llevaba encima tres muertes y tres lutos.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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