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La trinchera descuidada

Los profesionales de la atención primaria alertan: si el sector no es reforzado, una nueva oleada sería igual de dramática

Una sanitaria reparte mascarillas en el centro de salud Las Calesas, en el distrito de Usera (Madrid).
Una sanitaria reparte mascarillas en el centro de salud Las Calesas, en el distrito de Usera (Madrid).Andrea Comas (EL PAÍS)
Juan Cruz

La atención primaria ha sido en esta pandemia la trinchera descuidada. Médicos que ejercen ese baluarte se han visto ninguneados en las diversas fases, o abismos, del desastre.

Paula Farias, médico de familia que ejerce con Médicos sin Fronteras y ya habló aquí del estupor de las primeras semanas, siente, dice, que “ya no hay desborde, pero nos vamos con la conciencia de que el sistema se ha hundido y ahora está reflotando… Se queda en la memoria esa imagen de irrealidad, ‘¿y esto está pasando en España?’. Los sanitarios han puesto las tripas y el corazón, batiéndose el cobre en urgencias, en las residencias, en los centros de atención primaria completamente saturados”. Aquí no se rinde ni dios, decían, “y ahora me pregunto si de verdad no nos hemos rendido”. Si no se refuerza esa trinchera —la atención primaria, que ha sufrido tanto— una nueva oleada será igualmente dramática.

La atención primaria, dice Paula, “ha estado en silencio; ha muerto mucha gente en sus casas como consecuencia del debilitamiento de la trinchera… Este tsunami se ha llevado muchísimas vidas que estarían aquí si el sistema hubiera aguantado”. Araceli Garrido, que trabaja en el centro de salud del barrio del Pilar, en Madrid, sigue “abrumada”. “Soy médico de familia desde 1987. Tengo 59 años. Nunca habíamos visto algo así. Parecido podría ser el asunto de la colza, o el sida, que era otra cosa. Nos hemos confiado. Y todos hemos tenido un poco de culpa; pensábamos que iba a ser como con la gripe A, por cuya gestión también fue acusado el Gobierno de comprar, en aquel caso, demasiadas vacunas… Cuando el virus llegó a Italia también pensábamos que aquí no vendría, ¡como si no estuviéramos en un mundo que vuela muchísimo…! Cuando ya estuvo aquí, se ninguneó nuestro servicio, se alejó la atención primaria, no se la dotó de medios, se concentró todo en los hospitales. A nosotros no nos dejaban ni pedir ambulancias. Fue un puñetero desastre dejarnos a un lado y concentrarlo todo en los hospitales porque son más vistosos”.

Alberto López trabaja en el centro de salud Doctor Mendiguchia Carriche de Leganés (Madrid). Al principio de la crisis se colapsó el hospital y tuvieron que mandar a los enfermos a otros sitios, y fue donde más casos hubo en toda la comunidad. “Ahora estamos en una especie de calma tensa, de paz armada, relativamente tranquilos”, afirma. En la memoria tiene la imagen de estrés de sus compañeros, “el miedo a una muerte que no respetaba a nadie”. ¿Y usted cómo calmaba el miedo? “Intentaba informar técnicamente, y luego escuchaba, estaba con el paciente. El médico de familia establece una relación de confianza. ¡Se emocionan cuando los llamas y no eres un call center!”. Todavía se pregunta por qué ignoraron a los centros de atención primaria. “Nosotros pudimos haber hecho la detección precoz, los PCR, la estrategia que ahora se dice que es la más útil para esta fase de desescalada… Nos quitaron recursos porque montaron Ifema y recurrieron a médicos de familia. Prefirieron el relumbrón de un hospital hecho en 10 días, pero no pudieron cambiar la realidad… La Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria calcula que habíamos visto a un millón de pacientes aquejados de covid-19 en toda España. Hicimos una importante labor, pero podía haber tenido más impacto si la Administración hubiera confiado más en nosotros… Somos como la Cenicienta del sistema, la que más recortes ha sufrido”. Y la primera que sabe dónde empieza el dolor y por donde viene el miedo.

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