“Lo peor es no poder abrazarnos al llegar al instituto”
Las aulas de segundo de Bachillerato de Galicia estrenan la fase 2 con los profesores “sobrecargados” por las nuevas clases presenciales y las telemáticas de los alumnos que han decidido no volver al centro
“No poder sacarse la mascarilla en toda la mañana agobia al principio, pero luego te acostumbras. Lo que se hace muy raro es no poder abrazar a los amigos al llegar", después de tanto tiempo, lamenta Claudia Dávila. La muchacha, de 18 años, delegada de una de las clases de segundo de Bachillerato del Instituto Rosalía de Castro de Santiago, cree que eso es “lo peor” de esta nueva normalidad que ha pillado por sorpresa a los chicos que preparan la selectividad, porque ella es “muy de abrazar a la gente”. Salvo una compañera que pide permiso para ir al cuarto de baño, todos los estudiantes se mantienen quietos y disciplinados en sus mesas distanciadas, con la mascarilla puesta, cuando se va la profesora de Inglés y llega el breve descanso del cambio de clase antes de Historia de España.
El centro en el que estudian, un enorme monumento de piedra para 1.200 alumnos en el corazón de Compostela, es uno de los que en Galicia abrieron el lunes sus puertas para cumplir con la nueva directriz de la fase 2: las clases presenciales de fin de curso en el último año de Bachillerato y segundos cursos de FP medio y superior. La medida afecta a 40.000 jóvenes en la comunidad, pero la asistencia es voluntaria, y al instituto Rosalía no han acudido ni la mitad. Solo 61 estudiantes de los 148 que, si aprueban, en junio deberán enfrentarse a las pruebas de acceso a la universidad. Los demás han optado por la fórmula telemática, y esto, insiste el director, Xabier Mouriño, supone “doble trabajo” para los docentes en una plantilla “sin refuerzos”.
Ya por la tarde, la Consellería de Educación ha hecho balance de la primera jornada. De los 40.000 alumnos que podían ensayar lo que será la vuelta a las aulas en septiembre (12.000 de segundo de Bachillerato), solo 3.733 se reincorporaron. Casi un tercio de los que cursan el último año de Bachillerato y una cifra testimonial, 361, en FP.
Otros colegios, institutos y centros de Formación Profesional que cerraron hace ya 75 días no han abierto aún porque no han podido adaptarse a la decisión del Gobierno. “Aquí lo logramos con un esfuerzo enorme de todo el personal”, reconoce Mouriño. “En tiempo récord organizamos todo”, subraya. Tuvieron que reorganizar las aulas, apilar las mesas y sillas sobrantes en los corredores del claustro que rodea el patio central. Pertrecharse de litros de gel hidroalcohólico, guantes y mascarillas. Medir distancias, señalar con pegatinas en el suelo los dos metros de seguridad, marcar caminos de entrada y de salida, forrar de carteles con normas higiénicas el edificio. Improvisar un control de acceso con pupitres y metacrilato donde se toma nota de los chicos que asisten a clase. También replantear 32 horarios de otros tantos profesores que dan clases en segundo para encajar las presenciales con las telemáticas, que no son las mismas. Y movilizar a las cinco empleadas de la limpieza para el trabajo extra, porque ahora deben desinfectan entre clases, durante el recreo y cuando se van a sus viviendas los jóvenes.
Los 61 estudiantes se reparten en seis aulas y asisten en horario lectivo completo. Y los que continúan en casa siguen siendo atendidos de forma “casi individual”, afirma el director. “La sociedad tiene que ser consciente de esta sobrecarga de los profesores”, reivindica la jefa de estudios, María Fontal. “Ahora nuestro trabajo no tiene horario”, comenta la docente justo cuando suena a destiempo el viejo timbre del cambio de clase, todavía sin reprogramar, como un fantasma del pasado que recorre el inmenso corredor desolado y sin almas.
David Piñeiro necesita sacar buena media en la selectividad porque su sueño es estudiar Animación y Creación Digital en A Coruña. “Si no, Bellas Artes”, apunta. “Yo prefiero venir a clase y tener contacto con los profesores”, justifica, “pero otros no vienen porque no les parece que sea necesario... En realidad, ya estábamos acostumbrados a tener clases vía ordenador, en dos meses de cuarentena, y estamos en la recta final. Ahora se trata más de estudiar que de aprender cosas nuevas”.
“Pero tener que ir pasando uno a uno, y tener que dejar dos metros de distancia todo el tiempo se nos hace muy extraño”, lamenta este chico con vena artística. Los estudiantes se esperaban el primer día un cierto caos que no hubo. Cuando abrieron el instituto a las nueve de la mañana y salió, como todos los días en la ya remota normalidad de marzo, el director a recibirlos, ellos ya aguardaban formando fila, con la mascarilla traída de casa y bien separados. “Nos sorprendió que está todo bastante organizado”, comenta Claudia Dávila. “Cuando supe que podía volver a clase, yo me lo pensé... porque el riesgo está ahí. Pero nos toca asumir que hay que respetar estas distancias tan marcadas, y estar muy lejos los unos de los otros”.
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