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“No somos ángeles ni heroínas. Hacemos nuestro trabajo y también tenemos miedo”

Las enfermeras reivindican su papel durante la crisis sanitaria y reclaman más recursos y personal en la sanidad pública

Jessica Mouzo
Coronavirus
María Lacueva, enfermera supervisora de Cardiología y Hemodinámica en el Hospital de Sant Pau de Barcelona.Albert Garcia (EL PAÍS)

Ellas acompañan, a pie de cama. Es su trabajo. Los médicos curan y ellas cuidan. “Y hacemos investigación, y docencia, y gestión”, apostilla Judit Fernández, enfermera de radiología en el hospital de Santiago de Compostela. Desde hace unos meses, una amenaza invisible en forma de pandemia mundial ha obligado a las enfermeras a acompañar y cuidar pacientes a distancia, con mascarilla, gafas, pantallas de protección y un mono de plástico que las aparta de la cama del paciente. Están cansadas, dicen, pero no desfallecen. Tampoco idealizan. “La gente tiene poca memoria y ya veremos dónde acaban los aplausos. No somos ángeles ni heroínas. Hacemos nuestro trabajo, pero también sufrimos y tenemos miedo”, zanja María Lacueva, supervisora de cardiología y hemodinámica del hospital Sant Pau de Barcelona.

Ellas, las enfermeras, van y vienen aprisa, corriendo de un lado al otro, en el hospital y en el centro de salud, apurando las curas, dando charla y haciendo tiempo. Están en todas partes, pero nunca dan abasto. A propósito del Día Mundial de la Enfermería, el sindicato Satse, ha reclamado más enfermeras en la sanidad pública. La pandemia ha cristalizado las carencias de personal y ellas, tras varias semanas frenéticas, están exhaustas. “El sobreesfuerzo físico, lo llevas; pero el emocional, el miedo a ver que la situación se desbordaba, es lo que más ha costado”, concreta Lacueva. En España hay 182.000 enfermeras, 30.000 de ellas en atención primaria y 146.000 en hospitales.

Las enfermeras también han tenido que reinventarse y adaptarse. Adaptarse, sobre todo, a acompañar en una enfermedad que reclama soledad. “Nosotras queremos cuidar al paciente lo máximo posible y no poder estar con él todo lo que te gustaría, afecta mucho. Ver que está solo en una habitación y no poder ir para que no sea tan deshumanizado, es muy duro”, relata Fernández.

Ir vestido de “buzo”, como dice Gemma Amats, enfermera con 24 años de experiencia en el área básica de Balaguer (Lleida), tampoco facilita las cosas. Tres capas de equipo de protección, buena parte donadas o reinventadas por los vecinos de Balaguer, eran su uniforme durante 12 horas al día. “Es muy difícil. No puedes abusar del contacto y le hablas fuerte al paciente, casi le gritas, porque entre las dos mascarillas y la pantalla casi no te escuchan”, lamenta. Coincide Ariadna Port, enfermera de 28 años en un centro de salud rural en Santa Eugenia de Berga (Barcelona): “Hemos tenido que hacer muchos finales de vida y es muy triste que una persona que te conoce, a la que has visitado varias veces, no te reconozca con el equipo de protección. No poder abrazarles ni acercarte, no poder cogerle la mano, es muy duro”.

Las enfermeras reivindican su lugar. Sobre todo, en la atención primaria, que estuvo amenazada por el cierre de centros de salud y la reorganización de los servicios. “Sentí mucha rabia, incerteza e impotencia cuando vimos que querían cerrar centros de salud, sabiendo todo el potencial que tiene la enfermera de familia. Sobre todo en el área rural, donde la gente tenía que coger el coche para ir a otro centro, con el riesgo añadido de contagios que ello significaba”, protesta Port. En Cataluña, el Instituto Catalán de la Salud, que gestiona el 80% de la atención primaria, cerró el 15% de centros de atención primaria para concentrar la actividad. La Asociación de Enfermería Familiar y Comunitaria de Cataluña, a la que pertenece Port, tildó de “error” el cierre de centros y el traslado de los profesionales a hospitales de campaña u otros dispositivos.

Ahora que lo peor de la pandemia ha pasado y disfrutan de una “calma tensa”, las enfermeras hacen repaso de su papel y de todo lo que ha traído consigo la pandemia. La mochila emocional no será fácil de gestionar. “Es brutal la de decisiones éticas que hemos tenido que tomar por la imposibilidad de derivar a un hospital”, apunta Amat, que prepara un estudio sobre el impacto ético de la covid-19

“Falta reconocimiento. Nos gustaría participar, opinar y que se nos tengan en cuenta”, reclama Lacueva. Coincide Ariadna Tort: “La enfermera siempre se tiene que reivindicar y justificar. Es cansino”.

Como telón de fondo, persiste la escasez de recursos. “Llevar un equipo de protección, desgasta, pero lo que más afecta a nivel psicológico es la sobrecarga de trabajo. La falta de personal es lo peor y se nota mucho”, lamenta Fernández. Y añade Lacueva: “Pedimos mejoras laborales y económicas, que no haya más recortes. La sanidad es una inversión, no un gasto”.

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Sobre la firma

Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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