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El desconfinamiento italiano huele a café

Italia comienza la fase dos, durante la que volverán al trabajo unos 4,4 millones de personas y bares y restaurantes pueden servir a sus clientes productos para llevar

Una joven con mascarilla, tras comprar un café para llevar este lunes en Roma.
Una joven con mascarilla, tras comprar un café para llevar este lunes en Roma.MAURIZIO BRAMBATTI BT (EFE)
Daniel Verdú

Ha llegado la fase dos a Italia. Tras más de 50 días de máxima emergencia, Italia, el primer país por el que entró la covid-19 a Europa, comenzó ayer a relajar las medidas restrictivas que han permitido reducir la mortalidad por debajo de los 200 casos diarios (ayer 195) y doblegar la curva de contagios (1.221). Se nota ya en la calle. Ayer volvieron al trabajo unos 4,4 millones de personas, reabrió la industria y los sectores textil, de construcción y mayoristas. Los bares y restaurantes ya pueden servir a los clientes que se lo lleven a casa. A muchos les parece muy poco, pero el paisaje en la calle ha cambiado y se vuelve a empezar desde los fundamentos básicos.

Las iglesias seguirán sin celebrar misas hasta final de mes. El primer ministro, Giuseppe Conte, ha cerrado un acuerdo ya con los obispos después de un conato de guerra. Pero los verdaderos templos romanos, los de fieles de molinillo y torrefacto, abrieron ya el lunes por la mañana. A las nueve, ante el café Sant’Eustachio, junto al Senado, había una fila india de adictos a su denso ristretto (por primera vez en décadas sin un solo turista). Desde ayer los clientes pueden entrar de uno en uno, pedir su café y llevárselo a la calle. El ritual, en realidad, no cambia tanto. Sucede a una velocidad parecida a la que se tarda normalmente en tomarlo de un sorbo en la barra. “Teníamos ganas de volver a abrir. No por el negocio, porque vamos a perder dinero con este modo de hacerlo [los clientes entran de uno en uno]. Nos apetecía volver a una cierta normalidad. Pero tardaremos mucho en recuperar lo que había antes”, señala Raimondo Ricci, propietario de este histórico local, inaugurado a finales del siglo XIX.

Los bares y restaurantes podrán abrir al público y servir en sus propias mesas a partir del 1 de junio, y solo con medidas de seguridad sanitarias excepcionales. No tuvieron la misma suerte ayer la mayoría de negocios minoristas que no sean los ya regulados (alimentos, higiene personal, quioscos, farmacias, estancos, librerías, tiendas de ropa para niños y bebés, flores y plantas).

Las cuentas ahogan. Y ciertos locales buscan grietas: hasta ayer algunos bares colocaban libros en sus barras para abrir como librerías. Ya hay algunas tiendas que sirven café y comida. “Siempre hemos tenido este servicio”, masculla mirando al tendido la propietaria de un comercio de ropa junto a la piazza Navona. La fase dos de la desescalada será también la de la picaresca. Y hasta que llegue la tres, hay algunas buenas noticias donde agarrarse.

Las calles de Roma y la de las principales ciudades han recuperado cierta vitalidad. Ninguna exageración. Pero centenares de personas con urgentes ajustes de peluquería (hasta el 1 de junio no podrán abrir salones de belleza y derivados) aprovechan la mañana de otro lunes extraño para dar una vuelta. Massimo, diseñador gráfico de 37 años, se ajustaba los guantes seleccionando la fruta en uno de los pocos puestos abiertos en el Campo dei Fiori. “Está mal decirlo, pero ojalá Roma fuera así de tranquila a veces”.

Desde ayer se puede salir a practicar deporte donde se quiera, incluso cogiendo el coche para desplazarse a la otra punta de la ciudad. Se permiten algunas visitas: no muchas y a través de una confusa disquisición sobre lo que sería un allegado o “seres queridos”. Ha quedado claro que se podrá ir a ver a los novios y novias. Pero nada de amigos, reuniones o fiestas familiares.

La movilidad ha cambiado ya. El tráfico en Roma no tiene nada que ver con los infernales atascos de la era precovid-19, pero ayer volvieron a tener sentido los semáforos y pasos de peatones. Más bicicletas, pocas motos y coches. En el transporte público es obligatorio llevar mascarilla y en una gran parte de asientos está prohibido sentarse. Es obligatoria también la autocertificación para salir de casa, pero en las regiones con menos contagios (como Lacio) se impone una evidente flexibilidad policial. Algunas, como Calabria, reabren más servicios de los permitidos, desafiando al Gobierno. Sicilia incluso ha abierto sus playas.

El confinamiento es ahora más bien regional. Los viajes por los motivos permitidos, es decir trabajo y salud, solo están autorizados en la misma región de residencia (excepto para estudiantes o trabajadores atrapados lejos de su casa que quieran volver). Tampoco se puede ir a segundas residencias el fin de semana, -aunque el decreto no lo prohíba explícitamente-, pero la estación de Termini empezaba ya a cobrar más vida a media mañana. Roma reabre. Y no hay rastro del ruido, la contaminación o los turistas. A veces es tentador buscar algunas ventajas de la pandemia.


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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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