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Un muñeco contra el alzhéimer

Una terapia no farmacológica se abre paso en España para estimular a pacientes con demencia y dolencias similares

Esther Alonso sostiene en brazos a uno de los muñecos.
Esther Alonso sostiene en brazos a uno de los muñecos.Carlos Rosillo
María Sosa Troya

A Vicente Pérez se le ilumina el rostro al verlo. Estira los brazos para alcanzar el muñeco que le ofrecen. "¡Qué bonito eres!", le dice sonriendo. Este hombre alto y corpulento, que un día fue albañil, tiene hoy 90 años y padece alzhéimer. Cuentan en la residencia en la que vive desde hace casi dos años que ya interacciona poco con el entorno y que sus hijos se emocionan al escucharlo cantar nanas a quien cree que es un bebé. Él, que cuando era joven no fue muy niñero, ahora da besos a lo que puede parecer un juguete, pero en este caso es parte de una terapia. Le ayuda a reducir la agitación, a mantener la atención, a pasar de ser cuidado a convertirse por un rato en cuidador.

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Vicente recibió el diagnóstico hace 12 años. Desde entonces se le han ido borrando recuerdos, caras, nombres. En 2017 llegó a Los Llanos Vital, una residencia privada en Alpedrete (Madrid). Este enero pusieron en práctica una terapia no farmacológica consistente en tratar a los pacientes con muñecos. Los reciben por espacios cortos de tiempo, supervisados por la terapeuta ocupacional. Todo el centro está entrenado, desde auxiliares al personal de cocina. Saben cómo entregarlos y cómo retirarlos, tienen que tratarlos como si fueran bebés: la decena de internos que participan en la actividad piensa que lo son.

"En 2018 pasó una etapa muy alterado", recuerda Elvira, una de los siete hijos de Vicente. "Ahora está más calmado. Y los días de más desgana y aislamiento, en cuanto lo ve no para de sonreírle y hablarle. La memoria emocional es la última que pierden", añade. Esta familia autorizó la terapia sin dudar. "Todo lo que le ayude nos parece bien", prosigue. Tanto, que el día del padre le regalaron un muñeco que le dan solo con autorización del personal.

Un estudio piloto

Esta terapia se abre paso en España, donde entre 800.000 y 1.200.000 personas sufren alzhéimer y otras demencias. "Cada vez más residencias nos consultan", apunta Maribel González, directora del Centro de Referencia Estatal de Atención a Personas con Alzhéimer y otras Demencias, que depende del Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso). En esta institución pública, ubicada en Salamanca, están realizando un proyecto piloto para probar su evidencia científica. Allí aplican terapias no farmacológicas desde que abrió sus puertas, en 2008, siempre de forma complementaria a los medicamentos.

Vicente Pérez sonríe a una de las muñecas. Lleva casi dos años viviendo en esta residencia. La terapeuta ocupacional, Ana Sanz, explica que sus hijos se emocionan al verlo cantar nanas a quien él cree que es un bebé.
Vicente Pérez sonríe a una de las muñecas. Lleva casi dos años viviendo en esta residencia. La terapeuta ocupacional, Ana Sanz, explica que sus hijos se emocionan al verlo cantar nanas a quien él cree que es un bebé.Carlos Rosillo

Ya llevan unos años trabajando con muñecos con algunos de los 75 residentes y han observado sus beneficios. Además de la mejora de las relaciones personales, perciben la reducción de síntomas como la apatía, la agitación o la deambulación. También sirve para motivarles a realizar actividades como dar un paseo o dormir. "Queremos probarlo científicamente, aislando la terapia. Hay investigaciones que demuestran sus efectos positivos, ninguna aquí. Una de las más importantes, en el Reino Unido, probó que mejoraban la comunicación y aumentaban la actividad", explica González. "La terapia tiene más implantación en los países anglosajones. En los ochenta ya se usaba en Estados Unidos y Australia", indica. "Cuando tengamos conclusiones, publicaremos una guía para profesionales y familias. Estamos en la fase inicial, hemos estudiado la bibliografía y tenemos que terminar de perfilar la hipótesis y la metodología", apunta. Fuentes de la Confederación Española de Alzhéimer, que agrupa a más de 300 asociaciones de familiares, recalcan que las terapias deben sustentarse en un estudio y estar dirigidas por expertos.

El centro de referencia estatal está realizando un estudio piloto que mejora la comunicación de los pacientes y se reduce la agitación

En el centro de referencia ven insuficientes los protocolos sobre terapias no farmacológicas y creen necesario establecer pautas conjuntas con el Ministerio de Sanidad. Nuria Carcavilla, psicóloga experta en demencias que imparte cursos sobre esta técnica, coincide. "Hay pautas generales a nivel internacional", afirma. "Aunque debe aplicarse individualmente a cada paciente", continúa. "Se basa en la teoría del apego", prosigue. Las personas con demencia encuentran referentes perdidos, como la relación con sus padres o hijos, en los muñecos. "Introducimos una herramienta cultural asociada a los niños, pero no es un juego", señala. "El desconocimiento conlleva prejuicios".

En Los Llanos Vital, la residencia de Vicente, hay familiares que no autorizan la terapia. "Piensan que los infantiliza. Otros nos han dicho que solo nos dan permiso si dejamos claro que no es un bebé, sino un muñeco. Pero no funciona así", sostiene Esther García, directora de esta residencia, donde una plaza cuesta entre 1.800 y 2.150 euros mensuales, más IVA.

Respetar su percepción

"No especificamos si es un muñeco o un bebé, decimos 'mira quién ha venido' y respetamos su percepción. No lo hacemos por entretener, sino por el vínculo que se crea, no solo con los muñecos, sino con el resto de residentes", cuenta Ana Sanz, terapeuta ocupacional de la residencia. Allí viven 93 personas y unas 30 van al centro de día. Aproximadamente la mitad padece alguna demencia. La terapia se aplica sobre todo en una fase moderada avanzada, cuando hay mayor deterioro cognitivo que en la etapa inicial.

En la sala donde trabaja Sanz descansan estos bebés de plástico. Visten ropa de verano, dada la época del año. Los muñecos deben tener apariencia de niños, pero no pueden ser hiperrealistas, pesarían demasiado. Deben tener el cuerpo blando. No pueden emitir sonidos. Lo ideal es que midan de 35 a 55 centímetros, en función de las necesidades del paciente y lo avanzado de su enfermedad (a mayor deterioro, normalmente, menor tamaño).

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En el cuarto, sobre varias estanterías, hay mantas, pañales de juguete, incluso una sillita. Hay ropa doblada y varias prendas colgadas con pinzas. "Los residentes los visten, los lavan", cuenta Sanz. "En algunos casos, como el de Vicente, nos sirve para que coman, aunque nunca como chantaje. Les pedimos que nos ayuden", continúa. "En otros casos son un aliciente para bañarse o dormir", sigue Sanz, que acompaña cada ejemplo con un caso concreto.

Como el de Esther Alonso, que tiene 89 años y padece alzhéimer. Llegó a la residencia en 2017. Ella, que fue funcionaria en la Seguridad Social, ha creado un fuerte vínculo con los muñecos. "Deambula mucho. La vemos de un lado a otro, nerviosa. Al darle uno se calma", cuenta la directora.

Al poco, esta anciana de ojos expresivos entra en acción. Le ofrecen visitar la sala. Se alegra. "Me voy con alguno de los niños", exclama al verlos. Pide permiso y elige uno. "Yo sí lo quiero", dice, mientras levanta al aire a uno de los bebés, haciéndole carantoñas. Habla de la casa de su padre.

"Su discurso no es coherente, pero en este instante conecta con el entorno. Se preocupa por los muñecos", explica la terapeuta. "El momento de la retirada es importante. Hay que saber hacerlo. Que confíen en que se quedan bien", añade. Una auxiliar sujeta al muñeco en brazos mientras lo mece. Convence a Esther de que ella lo cuidará un rato. "¿Sí? ¿Segura?", pregunta. La trabajadora asiente. Solo entonces, aunque emocionada, se queda conforme. El bebé está en buenas manos.

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Sobre la firma

María Sosa Troya
Redactora de la sección de Sociedad de EL PAÍS. Cubre asuntos relacionados con servicios sociales, dependencia, infancia… Anteriormente trabajó en Internacional y en Última Hora. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y cursó el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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