No mientan a las mujeres
No les digan que medio centenar de asesinadas al año son pocas, que la brecha salarial es por su culpa, que peor están las del burka
Pero cómo, exclaman algunos. ¿De qué se quejan ahora? ¿Acaso no es España uno de los mejores países para ser mujer? El quinto del mundo, dice un estudio del Instituto Georgetown. Entonces, ¿a qué viene esta ira? ¿Por qué las movilizaciones del 8M llenan las calles con mujeres de todos los perfiles, de todas las edades, como en ningún lugar del mundo? ¿Qué mueve esta marea morada?
No, las mujeres españolas no se quejan de vicio. Ellas (no todas, ya) claman justo contra esa mirada condescendiente, paternalista, que destila la prepotencia del que mira desde arriba. Ese discurso que viene a decir que los avances logrados ya son suficientes, si no excesivos. Que el camino de la igualdad ya se ha recorrido de sobra. Como si las leyes nos hubieran transformado a todos. Como si los avances conseguidos (indiscutibles) hubieran caído del cielo y no fueran una conquista de la presión ciudadana, como lo han sido todas las conquistas sociales que ha conocido el mundo.
Pero cómo, dicen, ¿no tenemos ya una ley igualitaria? ¿No está prohibida la discriminación? ¿No tenemos un Gobierno que se dice feminista? Cuando a una mujer le dicen que ya ha conseguido la igualdad, ella puede contar su realidad diaria. Una realidad de obstáculos laborales de todo tipo, de techos de cristal, de que tu currículum vale menos pero si te cogemos tendrás que demostrar más. Una realidad de cargas pesadas en el hogar y en el cuidado de los otros. Una realidad de ciertos hombres que no la toman en serio. Una realidad de sentir temor a ir sola por la calle de noche. O de tener miedo en casa a quien debería amarla.
No digan a las mujeres que medio centenar de asesinadas al año son pocas, que las manadas no son para tanto, que la brecha salarial es por su culpa, que tampoco tienen que llegar a jefas, no digamos a consejeras. Que peor están las del burka.
No, las mujeres españolas no son victimistas, sino exigentes, y tienen motivos para serlo. Saben lo que ha costado llegar hasta aquí. Saben también que este no es el punto de llegada. Ven motivos para temer un retroceso. Ya se han dado pasos atrás, por ejemplo, en el consenso político —más o menos sincero— que arropó las políticas recientes sobre violencia de género. Y asoma, aquí como en Brasil, el fantasma del machismo de los que se dicen sin complejos. El que hace del odio al feminismo una siniestra bandera política.
Pero cómo, se escandalizan. No participaremos en una manifestación tan politizada. Es que el feminismo, entiéndanlo ya, es política. Quizás el fenómeno político y social más relevante de este siglo. ¿Qué se enfrenta a una fuerte reacción? Razón de más.
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