La profesora que podía pintar toda la noche
Amigos de Luelmo recuerdan a la joven alegre, respetuosa y viajera a la que le quedaban “miles de cosas por vivir”
La televisión colgada en una esquina de la cafetería Venecia sube de repente de volumen. Cesa el murmullo, pero la conversación es la misma. El asesinato de Laura Luelmo Hernández cambia de plano, de la barra y la mesa sobre la que para una partida de mus, a la pantalla. En la tele hablan vecinos de El Campillo, en Huelva, donde vivía desde hacía diez días; a 501,6 kilómetros de allí, en el Venecia, lo hacen los de Villabuena del Puente, en Zamora, el pueblo de los abuelos maternos de la profesora. Menean la cabeza mientras recuerdan a “la nieta de Chencha” pasando frente a ese mismo local hace apenas una semana, en el puente de la Constitución.
Al otro lado de la plazoleta, en el número 7, la casa familiar está cerrada.Todos han bajado a El Campillo y esperan la autopsia de su hija muerta. El padre, ingeniero agrónomo en Agricultura de la Junta de Castilla y León, recién jubilado. La madre, trabajadora en el servicio de Empleo de Zamora, y sus hermanos, un chico y una chica menores que ella, antiguos alumnos del colegio Sagrado Corazón de Jesús, de Zamora.
Las caricaturas de Laura en @BNE_museo son todo un éxito #JPA2016 pic.twitter.com/9nuB27RbV6
— Biblioteca Nacional de España (@BNE_biblioteca) April 17, 2016
En el mismo pueblo zamorano, donde la lluvia cae de forma intermitente desde el mediodía, también está la vivienda de Teófilo Jiménez, el novio de Luelmo. También vacía. Él, campeón de motocross, treintañero, muy conocido y querido por todos los vecinos. también está, junto a sus padres, esperando en El Campillo. Fue el último con el que habló.
En Villabuena del Puente quedan sin embargo muchos vecinos, todos, que recuerdan cada segundo a la profesora. En cada conversación. También en Zamora, en el colegio religioso donde hizo una sustitución por maternidad el pasado noviembre, de donde se marchó para empezar en Huelva. Allí hablan de ella como una joven “alegre, amable y sonriente”; allí le dedicaron el pasado martes un minuto de silencio.
Como en Valencia, donde estudió hace cuatro años un máster de Dibujo para ser profesora, en la antigua facultad de Magisterio de la Universidad de Valencia. “Era una mujer dulce, cariñosa y paciente”, dice la profesora Carmen María, su tutora en los tres meses de prácticas que hizo en un instituto valenciano. “Hoy [por ayer] nos acordábamos de ella. Mi compañera Ana y yo les hemos explicado a los alumnos que estas cosas no pueden pasar”. La joven zamorana llegó a las prácticas con apenas 22 o 23 años, recuerda la docente, la misma edad que su hija. “La recuerdo tan joven, tan valiente… Cuando le hablaba en castellano me respondía: ‘No, no, en valenciano y así aprendo’. Era bonica por los cuatro costados, un amor de chiquilla”, añade. Cuenta que los alumnos la querían mucho, que era una chica muy respetuosa. “Ella pintaba al óleo y se preparó una unidad didáctica para bachillerato sobre el tema. Le gustaba mucho”, afirma María, informa Cristina Vázquez.
Después de Valencia, se trasladó a Madrid para hacer un máster de Diseño. Allí participó en una jornada de puertas abiertas de la Biblioteca Nacional de España (BNE). Su tutora en el museo de la institución, Gema Hernández, cuenta que la conoció hace dos años en las prácticas de aquel máster: “Era alegre, algo tímida quizás, pero con muchas ganas de abrirse camino y perfeccionarse en su trabajo. Consciente de que estaba labrándose su futuro”. Allí realizó unas caricaturas para las que hubo cola, en una jornada de puertas abiertas, según publicó la Biblioteca Nacional en su propia cuenta de Twitter, informa Javier Portillo.
Y a más de 8.000 kilómetros de España, en México, también se sintió la pena, "honda". Entre 2013 y 2014, pasó un año de intercambio en la Universidad de las Américas de Puebla. “Era una persona muy linda, bella físicamente y hermoso ser humano”, explican sus amigas Lidia G. Zapata y Rocío Herrero. La recuerdan siempre queriendo ayudar, ofreciendo casa y comida: “No tenía una pizca de maldad”. Le encantaba salir a bailar con los amigos, aprender salsa y bachata: “Decía que le encantaba la cosa latina”. Pero sobre todo disfrutaba pintando. Laura podía pintar toda la noche, recuerda Herrero: “Era cuando le venía la inspiración”. En esos ratos, charlaba sobre todas las cosas que le quedaban por hacer. Y eso es "lo que más tristeza" produce a Zapata: “Era una mujer preparada con miles de cosas por vivir”.
Eso mismo comentan una y otra vez los vecinos del pequeño pueblo de dónde provenía Luelmo, donde las televisiones siguen subiendo y bajando el volumen cada vez que salta alguna novedad sobre el caso. En el bar de jubilados donde pasó una de las últimas tardes del pasado puente de la Constitución, debajo del Ayuntamiento y al lado del colegio, está Benjamín, que habla a media voz mientras comparte su recuerdo: "Ahí se sentaron los amigos, Teofi, ella y unos cuantos más. Y fueron luego a cenar a un pueblo de aquí al lado". Benjamín, amigo de la pareja de la profesora, se apoya cabizbajo sobre la barra. "Venía bastante, porque estaba aquí su novio, sobre todo en verano. Aquí tenía su grupo de amigos, hacían su peña para las fiestas de agosto, se divertían, tomaban algo... Lo normal. Gente joven, chavales que se reían, salían y lo pasaban bien".
"Normal" es una palabra que sale de la boca de casi todos. Mientras expulsa la última calada de un cigarrillo negro, un vecino de Villabuena resume a la puerta del bar de Benjamín lo que todos piensan y comentan en corros: "Una chica normal en un pueblo normal, ¿quién iba a pensar que le iba a pasar nada? Puede pasar cualquier cosa en cualquier sitio a cualquiera". Cuando tira la colilla al suelo y se ajusta la cremallera del chaleco azul para volver al campo, la tele de ese bar de jubilados vuelve a escucharse desde fuera; algún reportero hablaba de Villabuena del Puente. "Y pensar que ya no la vamos a volver a ver más. Qué pena, qué pena y qué injusto".
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