“De haber sabido que Montoya había vuelto al pueblo nos habríamos levantado para echarlo”
Los vecinos de El Campillo muestran temor tras conocer la muerte de Laura Luelmo en un pueblo acostumbrado a la tranquilidad
Los vecinos de El Campillo (Huelva), la localidad donde residía la profesora Laura Luelmo y cuyo cadáver fue localizado el pasado lunes, tienen miedo. “He cambiado el paseo que cada noche daba con mi perro Panda. A él le gustaba tirar por la zona donde vivía la chica, pero ahora me da miedo y lo llevo por sitios más iluminados”, asegura María Dolores mientras mueve una pequeña vara de madera. “Si esto es un pueblo muy tranquilo, no sé cómo ha podido pasar esto”, añade la vecina, algo que se comprueba con un simple paseo por sus calles.
“Esta mañana, le pedí a mi hija que fuera a hacer unos recados, pero se negó, me dice que le da miedo salir sola de casa”, reconoce una vecina de la calle Castillejo, paralela al domicilio de la profesora, y que prefiere no dar su nombre. “Mi hija sufrió malos tratos y su pareja tiene una orden de alejamiento, pero irremediablemente hechos como este le remueven por dentro”, reconoce. “Esta tarde iré a la concentración convocada, pero voy porque una amiga me ha dicho que me trae y me lleva en coche”, afirma la hija, Rosa Victoria. Al igual que esta vecina de 30 años, alrededor de 350 personas se han concentrado a las 18.00 a las puertas del edificio multiusos de la localidad para condenar el asesinato de la docente.
La mayoría de los vecinos no llegaron a conocer a la víctima. Ni los pocos de su calle, donde muchas casas permanecen cerradas o semiabandonadas; ni las cajeras de un supermercado cercano o los dueños de los bares de la zona. Lo mismo ocurre con Bernardo Montoya, el hombre de 50 años detenido por su supuesta implicación en los hechos y que ya había estado en la cárcel por matar a una mujer. “No sabíamos que había vuelto al pueblo. Si lo hubiésemos sabido, nos hubiésemos levantado para echarlo”, afirma una vecina. “Yo lo vi un par de noches sentado en la puerta cuando iba a pasear a mi perro, pero no lo conocía, no sabía sus antecedentes. Sí que me sorprendió que hubiera alguien porque la casa llevaba mucho tiempo cerrada”, apunta María Dolores. “A él no lo conocía, pero al padre sí. La última vez será hace un par de años. Siempre venía con aires de grandeza invitando a todos”, afirma el dueño de unos de los bares de la céntrica calle Sevilla. “La Guardia Civil llevaba tiempo rondando la zona, no sé si porque sabía que andaba por ahí o por los problemas de marihuana que hay en esa parte”, añade el hostelero. “Esa zona está bastante abandonada. Hay muchas casas cerradas o en venta. Mucha gente se marchó del pueblo cuando la mina ya no daba empleo”, afirma un vecino.
Estos últimos días Montoya sí fue visto en uno de los bares del municipio, el bar Fermín. “Venía sobre las 11.00, pedía un café con leche y se sentaba en unas de las mesas. Se le veía seriote”, afirma el propietario. “Pero no sabíamos quién era, ni idea, pero creemos que se tenía que haber informado al pueblo de su llegada y más después de que hace unos años intentara agredir a la peluquera”, añade un camarero, quien el pasado miércoles le puso en su móvil la clave wifi del local. “Fue la única conversación que tuvimos más allá de los saludos”, añade el camarero, quien recuerda que un día también tapeó allí. “Unas papas aliñas y carrillada, creo recordar”, agrega.
Además de miedo, entre los vecinos hay indignación. “Después de tantos años en la cárcel, sale y vuelve a cometer esta atrocidad. No sirve de nada que nos manifestemos, lo que hay que hacer es que se cambien las leyes”, señala una cajera. Alrededor de 350 vecinos se han concentrado por la tarde para condenar el suceso. Dos velas rojas y varios carteles han mostrado la consternación de un pueblo que no llegó a conocer a la profesora. “Esto era un pueblo tranquilo hasta que ha pasado esta tragedia, es necesario que se aplique mano dura para poner freno a casos como este”, añade Rosa, quien reconoce que algunos vecinos si sabían que Montoya estaba en la localidad. “Pero pensaban que era su hermano gemelo, que también había sido condenado”, añade la vecina. "Mis padres estuvieron mirando hace cuatro años para comprar la casa donde vivía la chica, pero a mi madre no le gustaron los vecinos. Hoy me siento con suerte", dice esta chica, que también se llama Laura y tiene 26 años.
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