Redención
Tras los testimonios de víctimas de pederastia por parte de religiosos publicados en EL PAÍS, el escritor Manuel Vilas recuerda su caso: un sacerdote abusó de él en el colegio, una experiencia sepultada 46 años
Debió de ocurrir en 1972 y aquel sacerdote ya está muerto. He reflexionado mucho sobre lo que pasó, sobre aquel hombre de sotana negra y alzacuellos blanco. La sotana dominaba la escena. Un niño no entiende la razón de que le toquen, de que le manoseen, de que lo soben, de que le acaricien el pelo y la cara. Piensa, en su inocencia, que le están premiando por algo que ha hecho bien, o muy bien. Intenté averiguar cuál era mi mérito. No lo encontraba. Un examen de matemáticas o de lengua o de ciencias: no, yo era del montón. Los deportes: más absurdo aún, era de los peores, enseguida me cansaba. El coro de la iglesia: aún mucho peor, no sabía entonar, no distinguía las notas. No había mérito alguno en donde hallar una razón para que fuese un elegido. Y aun así, aquel hombre jugaba conmigo y me tocaba y me hacía pensar que yo era especial. Me estaba dedicando su tiempo. Me eligió de entre los 30 chicos que formábamos aquella clase. Hubo 29 que no recibieron la llamada. Me eligió a mí. “Te he mandado llamar”, dijo. “Tú quédate cuando todos se hayan ido”. “Eres especial”. Los niños no conocen ni la existencia de la sexualidad. No tienen nombres, ni adjetivos, ni verbos para nombrar lo que les está pasando.
Los pederastas escogían bien a sus víctimas. Seleccionaban a aquellos niños que eran vulnerables, aquellos que no sabrían defenderse, aquellos niños que eran retraídos, callados, tímidos, que no gozaban de popularidad en la clase. Elegían a los más sensibles, a los más introvertidos, apocados, asustados, los que no tendrían valor para decirlo. Por eso me eligió a mí, porque era evidente que no sabría defenderme y porque le gusté físicamente. He pensado mucho en esto, he escrito una novela titulada Ordesa en donde el protagonista dice lo siguiente: “El problema del Mal es que te convierte en culpable si te toca”. Aquel niño de 1972 llegó a esa conclusión de manera instintiva. Y tenía toda la razón. Todo cuanto ese niño iba a aprender a lo largo de 46 años de vida no desdiría ese hallazgo de su inocente inteligencia. Por eso todo el mundo calla, o calló. También el protagonista de Ordesa dice algo muy importante: “Las víctimas son siempre irredimibles”.
Sé que mi cerebro se protegió de lo que estaba pasando. Nuestra capacidad para sobrevivir es uno de los grandes misterios tanto de la vida como de la especie humana. Nuestro cuerpo ejecuta complejísimas operaciones mentales para salvarnos de la destrucción y del terror. Mi cerebro ordenó el silencio. Negó cuanto había pasado. No dije nada a nadie, hasta que publiqué Ordesa. He tardado 46 años en contarlo. He mantenido ese silencio durante 46 años. Murieron mi padre y mi madre sin saberlo. Tenía pensado morirme yo mismo sin habérmelo dicho a mí mismo. El niño de 1972 me dijo al fin “ocurrió, puedes decirlo, debes hacerlo”. Sé que era una época atroz, llena de ignorancia. Pero pasó.
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