La pobreza se enquista en España pese a la mejora de la economía
Un informe alerta de que han aumentado desde los años de la crisis los hogares en los que se pasa frío o se consume menos carne y pescado de lo necesario
Tener un segundo par de zapatos es un indicador de bienestar económico. Estos gestos de consumo cotidiano deberían ser la letra pequeña de las grandes cifras macroeconómicas. Pero, en España, esa correspondencia no se da. Así lo revela el informe sobre el Bienestar Económico y Material de la Fundación La Caixa, que ha cruzado datos de fuentes como el Eurostat, el Instituto Nacional de Estadística (INE) y varios ministerios y ha arrojado unas conclusiones demoledoras: a diferencia de los países de su entorno, la recuperación económica en España no ha venido acompañada de una mejora social equivalente.
La realidad de los españoles difiere de la de sus vecinos europeos en dos datos críticos: el nivel de vulnerabilidad —un tercio de la población vive a merced de los vaivenes económicos— les sitúa en la posición 25ª de los 28 Estados miembros de la Unión Europea. También están en la cola, solo por delante de Letonia, Lituania, Grecia, Rumanía y Bulgaria, en lo que respecta a la “pobreza consistente”, esa que combina la debilidad económica (ingresos) y las privaciones materiales (modo de vida).
Sin embargo, la crudeza de estas cifras no casa con un Producto Interior Bruto (PIB) que está en la media de los países de la Unión Europea, en un honroso decimocuarto puesto. El dinero que reflejan las grandes cifras no llega a los monederos: con los datos disponibles en la mano, tantos españoles no deberían ser tan pobres.
Laura tiene dos hijos adolescentes y un marido en paro de larga duración, como ella. A sus 45 años, no puede hacer frente a un imprevisto ni pagarse unas vacaciones de una semana al año, como más de un tercio de los españoles. Dice que en su casa, en Sevilla, no se vive, se sobrevive. Está al borde del embargo por su comunidad de vecinos y enfría con una nevera usada que le dieron cuando se estropeó la suya.
En el 33% de los hogares españoles, lo que se rompe se repara o se pierde: sustituir los muebles rotos es un lujo imposible. Leonor estuvo cobrando un paro de tres euros después de un contrato de tres horas semanales. Después llegó un miniempleo y el posterior desahogo: "Tres meses con 270 euros de prestación para pagar techo y comida, porque la ropa de los niños nos la van dando y la calefacción la paga mi padre”, dice la mujer.
Ahora saca, cuando se le da bien, 80 euros semanales dando clases particulares de francés. El profesor de Economía de la Universidad Rey Juan Carlos y uno de los autores del informe, Luis Ayala, ha combinado los datos de suficientes Lauras y Leonores como para concluir que la inestabilidad y la baja calidad del empleo que se crea son las causas principales de esa disfunción española que impide que las vidas mejoren al ritmo de la economía, como sí ocurre en países del entorno europeo.
Gastos cotidianos y necesarios como comer carne o pescado con regularidad o calentar la vivienda en invierno son graves carencias que se agudizaron con la crisis y no han mejorado con la recuperación económica en España: el 8% de la población pasa frío en su casa —más que el 7,2% que sufría esta carencia en 2009, en plena crisis— y el 3,7% no se alimenta como debe por falta de dinero, frente al 2,1% que solo comía carne o pescado cada dos días en 2009.
La crisis pasada, a pesar de su gravedad, no es sin embargo la gran culpable de esta situación. El autor del informe tiene claro que, en España —donde una cuarta parte de los mayores de 25 años carece de ingresos propios o gana menos de 535 euros mensuales— no basta con generar más riqueza para solventar el problema: “Hay que cambiar muchas cosas, la regla de ‘a más empleo, menos vulnerabilidad’ no es válida aquí; el 10% de los trabajadores sigue perdiendo el 25% de renta cada año por la precariedad de las condiciones laborales”.
Esto lo ve con sus propios ojos, cada día, Cristina Cózar, técnica de inclusión sociolaboral de Acción contra el Hambre en el barrio de San Cristóbal de los Ángeles, en Madrid, uno de los más pobres de España: “El paro es un gran problema, pero incluso la gente que consigue un empleo, gana muy poco o trabaja pocas horas; tiene un trabajo, pero siguen compartiendo casa, viviendo en un cuarto y sufriendo muchas carencias básicas porque no le da con lo que gana”, sostiene. Es difícil acostumbrar la mirada a lo que Cózar ve cada día: “Gente que apenas come carne una vez por semana y se alimenta de lo que le dan: pasta, galletas, legumbres... La ropa es otro problema, no pueden comprar lo básico y se ponen lo que les regalan; cuando van a buscar trabajo se prestan entre ellos la ropa que es un poco más arreglada”.
Casi una de cada tres personas recibe menos ingresos de los que consideran necesarios para equilibrar sus gastos, según el estudio, que incide en las dificultades de un número creciente de personas para mantener sus niveles de participación social. El 18,8% de los españoles no dispone de una cantidad de dinero, por pequeña que sea, para gastar en ellos mismos; y el 9,6%, frente al 5,2% de 2009, no se puede permitir sustituir las prendas viejas por ropa nueva.
Aislamiento social
Esto provoca un aislamiento social que ahonda la desgracia económica. “Tienen muy poca autoestima, están cabreados con todo”, explica Cózar, “y eso es una pescadilla que se muerde la cola: es muy difícil buscar trabajo así, acaban aislados, sin salir de casa, sin apenas moverse, cada vez más gordos porque no caminan, no se cuidan, no tienen motivaciones... Muchos comparten vivienda y se dan situaciones tremendas. Esas casas con un montón de familiares que conviven a la fuerza y con muchísimos problemas son una fuente permanente de discusiones, con niños que presencian broncas continuas...”.
La precariedad económica, el aislamiento social y la tensión familiar se retroalimentan uno a otro creando un ambiente irrespirable donde el estrés, la ansiedad y los trastornos psicológicos acaban por sepultar a quienes pueblan los números rojos de las estadísticas.
Y así no hay quien salga del hoyo: el riesgo de pobreza crónica aumentó casi seis puntos de 2012 a 2016, cuando alcanzó el 13,5%, el último dato registrado por el informe que tanto preocupa al profesor de Economía. “En España, a diferencia del resto de Europa, no hay políticas fuertes de redistribución de la riqueza y eso, unido a la precariedad del empleo que se crea, ha generado un modelo social incapaz de superar una realidad: no conseguimos traducir nuestros niveles de riqueza en un mayor bienestar social”, concluye Ayala.
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