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MeToo año 1: cómo las mujeres perdieron el miedo

El gran cambio social en torno al abuso sexual amenaza la propia mayoría republicana de Donald Trump

En vídeo, la cronología de la revolución del movimiento #MeToo en su primer aniversario.Vídeo: SAUL LOEB
Pablo Ximénez de Sandoval

Hace tiempo que se dejaron de actualizar la mayoría de las listas. Van desde ciento y pico nombres hasta doscientos y pico, depende de los criterios. Los primeros son los más conocidos. Harvey Weinstein, Roy Price, James Toback, Kevin Spacey. Son los de las primeras horas de lo que ya ha pasado la historia como el movimiento MeToo. Las horas de hace un año en las que las noticias se sucedían a toda velocidad y carreras enteras se venían abajo. Poco a poco, un año después, los detalles escabrosos han ido dejando paso a la reflexión. Ahora empieza a ser lo que siempre quiso ser. Una conversación de todos como sociedad. Un enorme cambio cultural. Ese cambio vive ahora su mayor prueba, porque ha llegado al centro del poder en Estados Unidos.

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El 5 de octubre de 2017, The New York Times publicó un artículo titulado: “Harvey Weinstein compró durante décadas el silencio de mujeres que le acusaban de acoso sexual”. Era jueves. Ese domingo, Weinstein fue despedido de su propia empresa. El 10 de octubre, The New Yorker publicó un reportaje titulado: “De proposiciones agresivas a abuso sexual: las víctimas de Harvey Weinstein cuentan sus historias”. Allí se citaba con nombres y apellidos por primera vez a actrices conocidas como Asia Argento, Mira Sorvino y Rosanna Arquette contando lo que en Hollywood había sido un secreto a voces. Al día siguiente, se sumaron Gwyneth Paltrow y Angelina Jolie.

El 15 de octubre, a las 13:21 de Los Ángeles, la actriz Alyssa Milano publicó un tuit en el que pedía que todas las mujeres que hubieran sufrido algún tipo de acoso sexual respondieran diciendo me too (yo también) “para dar idea de la magnitud del problema”. Tiene más de 66.000 respuestas.

El de Weinstein no era el primer caso de un hombre poderoso obligado a dimitir por ser un depredador sexual. En abril de ese año, Bill O’Reily, el comentarista más influyente de la derecha norteamericana, había sido obligado a dejar su programa en Fox News tras revelarse que había acallado con acuerdos millonarios al menos cinco denuncias de abusos. En 2015, el cómico Bill Cosby, que preparaba una gira con un nuevo monólogo a pesar de haber sido acusado abiertamente de ser un violador, se vio obligado a cancelarla. La conversación ya estaba cambiando antes de Weinstein. Pero fue ese momento, ese tuit, lo que le puso nombre: MeToo. La palabra estaba sacada de una campaña contra el abuso sexual que comenzó la activista Tarana Burke una década antes. Una década.

La cascada de denuncias fue desde comentarios lascivos hasta violación. Las mujeres empezaron a hablar en el mundo de los medios, donde cayeron Matt Lauer y Charlie Rose, la empresa, donde Steve Wynn tuvo que dar un paso atrás, o la política, donde Al Franken y John Conyers tuvieron que dimitir. Quedan pocos ámbitos donde MeToo no haya entrado. Tiene consecuencias en las cúpulas, como el poderoso presidente de CBS Les Moonves, y en pequeños ámbitos que no salen en los periódicos. La onda expansiva ha llegado a lugares que nada tienen que ver con el mundo de Hollywood y ha calado en la conversación de otros países.

Gloria Allred, abogada feminista de las víctimas de Cosby: “MeToo entró en el juzgado. Ya no era un hashtag”

“Esta es la era del empoderamiento de las mujeres”, dice en una entrevista telefónica la abogada Gloria Allred. Lleva 42 años defendiendo mujeres y es la abogada feminista más famosa de Estados Unidos. “Las mujeres han decidido acabar con el silencio”. Las mujeres han entendido que “incluso si es muy tarde (judicialmente) para muchas que han sido víctimas de hombres poderosos, no hay límite de tiempo para decir la verdad”. La lista de hombres con los que se ha metido Allred va desde Tiger Woods hasta Donald Trump. El pasado 25 de septiembre, vio cómo un juez condenaba a Bill Cosby a pasar su vejez en prisión, tras años de representación de algunas de sus víctimas. “MeToo entró en el juzgado. Ya no era un hashtag”, proclama.

Para valorar la influencia fuera de los focos, tómese como caso de estudio el Capitolio de California. La lobista californiana Samantha Corbin fundó un grupo de mujeres llamado We said enough (hemos dicho basta) para denunciar el acoso sexual en el mundo de los pasillos del poder. Hasta 147 mujeres firmaron una carta denunciando la cultura de desprecio sexual a la mujer en los pasillos del poder. Ya han dimitido un senador y tres asambleístas. Las denuncias llegaron a volverse en contra incluso de la mujer asambleísta que lideraba el MeToo en la Cámara. El estado ha aprobado leyes que ni se planteaba hace dos años, como protecciones a las denunciantes y la prohibición de acuerdos extrajudiciales.

“En cierto sentido han cambiado muchas cosas este año y otras siguen igual”, dice por teléfono Corbin. Por ejemplo, destaca como el pasado junio los votantes californianos revocaron a un juez porque había puesto una condena de solo seis meses a un joven que había cometido tres delitos de abuso sexual. Votaron y lo echaron. “Eso es un ejemplo de los votantes ejerciendo su poder”.

Bill Cosby, abandona la sala del juzgado tras una pausa para la hora de la comida.
Bill Cosby, abandona la sala del juzgado tras una pausa para la hora de la comida.POOL (REUTERS)

La reflexión de Corbin conecta con lo que está viviendo Estados Unidos estos días. Un candidato al Tribunal Supremo, el juez Brett Kavanaugh, ha sido acusado por al menos tres mujeres de comportamiento sexual rayando en lo delictivo en su adolescencia. En vez de investigar a fondo, el presidente Donald Trump y el Partido Republicano parecen dispuestos a seguir adelante con su confirmación. En el aniversario mismo del principio de MeToo, el país asiste a un caso en el que se concentran todos los ángulos de este fenómeno.

“Por un lado, la gente está organizando vigilias por todo el país para protestar porque hay múltiples testigos creíbles y los republicanos quieren seguir adelante”, describe Corbin. “Eso nos indica que las mujeres pueden salir a la calle y que las crean. Es un indicativo del poder del movimiento. Por otro lado, es un caso que nos muestra que sigue habiendo hombres poderosos cuyo mensaje es ‘no es que no os creamos, es que no nos importa y no nos parece que sea suficiente para descalificar a alguien’. Ese es un mensaje para hombres poderosos”.

El caso de Kavanaugh viene a ser la culminación del MeToo, desde todos los puntos de vista. Es el escenario más solemne en el que se puede hacer una acusación así. Es la reacción más agresiva que se ha visto contra estas acusaciones. Estados Unidos ha visto un testimonio creíble, aunque con lagunas, de una mujer que no tenía por qué hacerlo. Ha visto atacar su credibilidad, incluso el propio presidente se ha burlado de ella por no recordar los detalles exactos. Ha visto la actitud desafiante de él, casi insultando a los senadores que le dan credibilidad a la mujer. Se debate si lo hizo, y en caso de que lo hiciera, si se le puede juzgar por algo que hizo hace casi cuatro décadas. Todos los ángulos de la conversación están ahí, en televisión, en la cumbre del poder y a las puertas de unas elecciones trascendentales.

Samantha Corbin, activista: “Este tipo de acusaciones son como las cucarachas, cuando ves una en el suelo es que hay diez dentro de la pared”

Este es el mayor test del movimiento MeToo, la medida de su realidad y sus consecuencias un año después. Toda mujer que haya conocido un Kavanaugh en su vida está en estos momentos tomando la decisión de lo que va a hacer en noviembre con su papeleta. Las elecciones del 6 de noviembre, que pueden suponer el fin de facto de la presidencia de Trump, ya son las primeras elecciones en clave de MeToo en muchos sentidos.

“Este tipo de acusaciones son como las cucarachas, cuando ves una en el suelo es que hay diez dentro de la pared”, dice Corbin. “Por eso están saliendo más acusaciones contra Kavanaugh de gente que le ha visto en ese tipo de comportamiento. Si fuera inocente, estaría pidiendo una investigación completa para asegurarse de que se limpia su nombre. Pero se ha ofuscado y ha evitado respuestas. No se comporta como un inocente”.

No todo el mundo además tiene los recursos que se han puesto a disposición de Kavanaugh para limpiar su nombre. Corbin es una activista que reclama el debido proceso en todas estas acusaciones. Cree que mientras no haya (en las empresas o en la política) sistemas para denunciar y comprobar, “las mujeres seguirán yendo al tribunal de la opinión pública. No es lo ideal”. En ese tribunal las denuncias son borrosas y las consecuencias, discutibles.

Por ejemplo, “hay hombres que fueron condenados (en ese tribunal público) hace un año y que ahora se preguntan si pueden volver”, apunta Corbin. “La realidad es que no han sufrido más que tener que decir ‘lo siento”. El ejemplo más claro es el cómico Louis CK, que ha empezado a hacer bolos por sorpresa en Nueva York. Fue acusado por dos mujeres de haberse exhibido delante de ellas en habitaciones de hotel. La película que iba a estrenar fue cancelada. Lleva un año sin actuar. Louis CK reconoció los hechos y pidió perdón. Para Corbin, aun siendo insuficiente, hay una diferencia entre esta actitud y la de Kavanaugh. “Podríamos tener más como Louis CK. ¿Es suficiente? No, no se trata de que haya pasado el tiempo. No es suficiente, pero es un paso en la buena dirección”. Mientras, Kavanaugh “la deja a ella de mentirosa y niega que se emborrachara”.

En lo personal, el testimonio de Corbin, como víctima y como activista, sirve de ejemplo de la situación un año después. “Lo que hemos visto en este año es que las mujeres, en vez de ser silenciadas, animan a salir a otras mujeres que refuerzan su credibilidad. Creo que es algo que vamos a ver cada vez más. La estructura de poder que silencia a las mujeres está siendo eliminada”. Ella sigue ejerciendo de lobista en Sacramento. “Hay asesores y legisladores que me llevan a un lado y me dicen ‘gracias’. Hay gente que me cuenta su propia historia y me pide consejo. Y por otro lado hay individuos, hombres en particular, que se han comportado así y yo lo sé, y no me hablan en absoluto, ni me miran. Y, francamente, estoy muy cómoda”.

Sobre la firma

Pablo Ximénez de Sandoval
Es editorialista de la sección de Opinión. Trabaja en EL PAÍS desde el año 2000 y ha desarrollado su carrera en Nacional e Internacional. En 2014, inauguró la corresponsalía en Los Ángeles, California, que ocupó hasta diciembre de 2020. Es de Madrid y es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense.

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