El ébola repatriado por Occidente
Diez ciudadanos de cinco países han sido movilizados desde África en aviones medicalizados De ellos, dos españoles han muerto. Eran los mayores del grupo y tenían problemas cardiacos
Seis europeos y cuatro estadounidenses tienen algo en común. Todos se encontraban en uno de los dos países más golpeados por el ébola —Liberia o Sierra Leona— y todos tenían contacto con enfermos o con laboratorios. Son médicos o enfermeros. Son cooperantes o misioneros. Todos ellos, los 10, fueron repatriados apenas se confirmó que tenían el virus o que había riesgo de contagio. Solo dos, sin embargo, han muerto tras volver a casa. Los religiosos Miguel Pajares Martín y Manuel García Viejo, de la orden de San Juan de Dios, fallecieron menos de una semana después de pisar España. Son, también, los de mayor edad: 75 y 69 años.
Los 10 —entre ellos, tres de España, uno de Inglaterra, uno de Alemania y uno de Francia— han tenido suertes distintas, como distintos han sido, también, sus antecedentes médicos y tratamientos. Los dos españoles fallecidos —una tercera repatriada, Juliana Bonoha Bohé, no tenía ébola— presentaban problemas cardiacos y tomaban medicinas para controlarlos. García Viejo, por ejemplo, tenía fibrilación auricular, una de las arritmias más frecuentes en las consultas médicas. Seguía, por ello, un tratamiento anticoagulante, que le servía para diluir la sangre y así evitar una trombosis o un ictus.
Marta Lado, médico española que se encuentra en Freetown, la capital de Sierra Leona, vio a García Viejo antes de que fuera repatriado. Es coordinadora médica del proyecto de cooperación que el Kings's Collage de Londres ejecuta en Connaught, el hospital público más grande del país, y asesora del Ministerio de Sanidad local. "El riesgo de una enfermedad hemorrágica en una persona con un tratamiento anticoagulante es muy alto. Yo estuve con Manuel antes de la repatriación y era un hombre superfuerte, pero tenía casi 70 años. Yo veo morir a gente de 20 años, no digamos a uno de esta edad y con una disfunción diastólica", estima la especialista, que también participó en el operativo de traslado del misionero, desde el hospital de Lakka, en las afueras de la ciudad, hasta el aeropuerto, donde ya lo esperaba un avión medicalizado. Eran días de cuarentena en Sierra Leona y la circulación estaba restringida.
Con ella coincide Sergio Serrano, médico adjunto e investigador del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Ramón y Cajal, en Madrid. El especialista destaca, además, que con "una muestra tan pequeña" como esta, es imposible valorar la efectividad de los tratamientos ni llegar a conclusiones. Siete de los nueve contagiados —menos García Viejo y el paciente de Alemania— han recibido tratamientos experimentales, aunque en el caso de Francia, "una joven enfermera" de Médicos Sin Frontera, los médicos no han especificado cuáles; ni siquiera han identificado a los contagiados ni han proporcionado las edades. El hospital que atiende al paciente de Alemania solo ha divulgado que se trata de un trabajador de la Organización Mundial de la Salud (OMS), de origen senegalés, que en principio tenía previsto recibir un tratamiento de soporte. "Muchos factores individuales pueden incidir en una mejor respuesta: la edad, la raza, el polimorfismo genético (las pequeñas variaciones en los genes) y, sobre todo, el tiempo de evolución de la enfermedad".
Serrano destaca que no es lo mismo proporcionar inmediatamente un fármaco que después de varios días. Los dos españoles fallecidos ya reportaban síntomas como fiebre una semana antes de llegar al hospital Carlos III de Madrid. "No se conoce aún el grado de eficacia de estos tratamientos en humanos porque, ante la emergencia, se han acelerado los pasos habituales. Unos han sido probados en animales, pero en las primeras horas posteriores al contagio, un escenario muy distinto del de una epidemia con estas características", menciona el especialista.
Además de a Pajares, a otros tres enfermos se les administró el suero ZMapp, ahora agotado en todo el mundo: a Kent Brantly (33 años) y Nancy Writebol (59), los dos primeros estadounidenses repatriados, y al británico William Polley (29). El tercer norteamericano, Rick Sacra (51), recibió una combinación del fármaco canadiense TKM y de un suero que había sido preparado con la sangre de Brantly por los anticuerpos presentes en ella. Un tratamiento similar —pero con el plasma de Polley— ha recibido el cuarto paciente repatriado por Estados Unidos, del que tampoco se han proporcionado datos.
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