La segunda vida de los supervivientes del ébola
Las personas que superan el virus quedan inmunizados frente a la misma cepa Algunos de ellos colaboran en el cuidado de afectados y en la lucha contra el estigma
El ébola no tiene tratamiento, pero no siempre es mortal. La actual epidemia arroja una tasa de letalidad que ronda el 55% (los últimos datos de la OMS indican que ya ha afectado a 1.848 personas, de las que 1.013 han muerto); otros brotes han llegado al 90%. Pero siempre hay supervivientes. Y el papel de estas personas, una vez superada la infección, es clave a la hora de trasladar a las comunidades locales información contra la enfermedad y de luchar contra el estigma. O de atender a los pacientes en los centros de aislamiento ya que al quedar inmunizados no necesitan trajes de protección y pueden ofrecer unos cuidados más cercanos.
La supervivencia frente a la enfermedad depende tanto de la capacidad del cuerpo de hacer frente a los síntomas de la enfermedad como, sobre todo, del sistema inmune de reaccionar a tiempo y generar suficientes anticuerpos para neutralizar el virus. Cuando ello sucede (si sucede), el paciente deja atrás la fase aguda y entra en la de convalecencia, un momento que suele llegar a las dos semanas de aparecer los primeros síntomas. Una vez recuperado, recibe el alta. Entonces, la única recomendación para evitar el contagio consiste en evitar relaciones sexuales sin protección durante tres meses en el caso de los hombres, ya que el virus sigue presente en el semen a lo largo de unos 90 días, o, para las mujeres, no dar de mamar hasta pasadas unas tres semanas desde los primeros síntomas.
En pacientes de anteriores brotes se han identificado los anticuerpos generados por el sistema inmune contra el virus hasta 11 años después de lucha contra la enfermedad, por lo que se cree que confieren una protección de por vida frente a la misma cepa (tipo) del patógeno. Hay cuatro clases del virus del ébola que, hasta el momento, han afectado a humanos: la responsable del brote actual, Zaire; y las denominadas Sudán, Tai Forest y Bundibugyo. Cada epidemia, desde la primera en 1976, ha ido asociada a un único tipo de cepa.
Al recibir el alta, organizaciones como Médicos Sin Fronteras (MSF), siguen un procedimiento destinado a hacer visible que la persona ya está recuperada y puede volver a integrarse a su comunidad sin riesgos para sus vecinos. “Les damos un certificado de curación”, comenta Olimpia de la Rosa, de la unidad de emergencias de MSF, que el sábado 2 de agosto volvió de una estancia de 21 días en Liberia como coordinadora médica de respuesta al ébola. Este documento les sirve para demostrar que ya están sanos. Pero, además, equipos de apoyo psicosocial de la organización humanitaria acompañan a las personas a sus lugares de origen para ayudar en el delicado proceso de reintegración de los supervivientes a su entorno. En esta labor, los acompañantes les abrazan o les toman de la mano sin ningún tipo de protección para dejar claro en su entorno más próximo que ya no es contagioso. “Mostramos contacto físico con ellos para demostrar que ya no hay peligro”, explica De Rosa, "y si viven en lugares de acceso remoto, hacemos lo mismo a la salida del hospital con los familiares".
Este es el final del combate contra el ébola de algunos supervivientes. Pero otros, una vez terminada la batalla personal, se unen a los equipos de MSF u otras organizaciones para continuar luchando contra la enfermedad. “Suelen ser personas con dotes de liderazgo y que muestran una voluntad de trabajar en la comunidad”, comenta la médico de MSF, y resultan muy valiosos por su conocimiento del ébola en primera persona.
En ocasiones se suman a los equipos de apoyo psicosocial y de promoción de la salud. En estos casos, entre sus funciones se encuentra explicar a las comunidades locales en qué consiste la enfermedad. “Demuestran a la población que no todo el mundo muere, y lo que es más relevante, que es muy importante acudir a los centros de tratamiento, porque, en el caso de verse afectados por el virus, allí tendrán mayores probabilidades de curarse y sobrevivir”, relata De la Rosa. De esta forma, combaten los rumores que corren en algunas localidades de que ingresar en los centros de internamiento es sinónimo de muerte –lo que previene a pacientes de acudir a las instalaciones de cuarentena y expande la epidemia- y colaboran en el aislamiento de los afectados.
De hecho, uno de los factores de más peso que ayuda a sobreponerse al patógeno son las terapias (aportes nutricionales, alimentación nasogástrica, sueros intravenosos para combatir la deshidratación…) que se ofrecen en los centros desplegados para atender a los enfermos de ébola.
En otros casos, los supervivientes se integran con los equipos de sanitarios y técnicos que trabajan en los mismos centros de tratamiento. Su condición de personas inmunizadas unida al conocimiento que tienen de la enfermedad y sus síntomas los convierte en gente con unos perfiles idóneos para atender a los recién llegados –e insuflarles esperanza- o a sus familiares, así como acompañarlos a lo largo del tratamiento sin riesgo de caer en una posible reinfección. Ello, además, lo pueden hacer sin los aparatosos e incómodos trajes de protección, que, inevitablemente, ponen distancia entre el personal sanitario y los enfermos. Estas personas son especialmente valiosas, sobre todo las mujeres, como indica De la Rosa, para asistir a niños enfermos en situación de aislamiento, algunos de ellos huérfanos, ya que pueden cuidarlos a cara descubierta y sin protecciones. “No solo por el rechazo que pueden provocar los trajes, además es imposible estar 10 o 12 horas enfundado en la protección al lado de un niño”, indica la médico de MSF.
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