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El comercio ilegal se extiende cada vez a más especies amenazadas

Las modas de los nuevos ricos de países emergentes, sumadas a las guerrillas y mafias, disparan el tráfico de animales y plantas en peligro

Guillermo Altares
Elefantes en el parque de Serengeti, en Tanzania.
Elefantes en el parque de Serengeti, en Tanzania.El País

La primera vez en tiempos modernos en que la humanidad se dio cuenta de que un animal podía ser sencillamente exterminado fue con el dodo, un enorme pájaro de extraño pico, natural de las islas Mauricio, incapaz de volar y que no le tenía miedo a los hombres puesto que nunca se había cruzado con ellos. Los primeros colonizadores entraron en contacto con él en el siglo XVII y 100 años después, entre la destrucción de su hábitat, la introducción de especies invasoras que devoraban sus huevos, la caza o la muerte a palos por diversión en manos de marinos desaprensivos, se había extinguido, había desaparecido para siempre. En las ilustraciones de Alicia en el país de las maravillas aparece uno de esos pájaros, pero entonces ya era un recuerdo, un símbolo de la capacidad de los seres humanos para destruir el medio en el que viven. Animales tan significativos como el elefante, el tigre o el rinoceronte pueden correr una suerte parecida a la del dodo, mucho antes de lo que pensamos. Al menos esa es una de las advertencias del 65 congreso de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES, en sus siglas en inglés), clausurado este viernes en Ginebra.

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Cada vez hay más especies amenazadas –el elefante es el símbolo máximo, sólo en 2013 fueron cazados ilegalmente 20.000 ejemplares por su marfil, al principio del siglo XX había en África unos diez millones de elefantes, actualmente sólo quedan unos 400.000– y cada vez más personas están dispuestas a pagar millonadas por pócimas inocuas como el vino de tigre o polvo de cuerno de rinoceronte; pero también para mostrar su poder y su riqueza a través de la exhibición de animales protegidos, vivos o muertos. "El problema ya no solo es la medicina tradicional. Asistimos a un cambio inquietante en la demanda de algunas especies, destinada a mostrar riqueza", afirmó el secretario general de CITES, John Scanlon, en la presentación del congreso, al que asistieron 400 delegados de 71 países. Actualmente, 5.000 especies animales y 28.000 vegetales están protegidas por este convenio, de las que 900 están amenazadas de desaparición inminente y su tráfico está totalmente prohibido. "Nuestras mayores preocupaciones son la escala que está alcanzado la matanza de elefantes por sus colmillos y de rinocerontes por sus cuernos, así como el constante incremento del tráfico de grandes felinos asiáticos", agregó Scanlon. Según este organismo, aunque China, a causa del aumento del poder adquisitivo, "constituye el mayor mercado", se trata de "un problema a escala mundial".

"El mundo lleva décadas enfrentándose al comercio ilegal de especies en peligro, pero un cambio reciente en la escala y en la naturaleza de esta actividad ilícita está afectando seriamente a un número cada vez mayor de especies", asegura el documento central del congreso del CITES, un acuerdo internacional entre Estados que, desde su firma en 1973 en Washington, han adoptado 180 países. "La creciente participación de mafias, y en algunas ocasiones de guerrillas, ha cambiado las dinámicas para combatir el tráfico de especies protegidas. Como consecuencia, las autoridades de todo el mundo se enfrentan a dificultades crecientes y a situaciones cada vez más complejas en su intento por frenar este tráfico", prosigue.

El tráfico de marfil, que mueve unos 10.000 millones de dólares al año, es tan intenso y la demanda tan creciente que, según CITES, está empezando a circular un material de máximo lujo por su escasez: los colmillos de mamut provenientes de los ejemplares encontrados congelados en el permafrost de Siberia. Las principales clientes están en China y las redes de tráfico pasan según la organización por España, Oriente Próximo, Turquía, Malasia, Vietnam –un país clave en todo el tráfico de especies amenazadas– con destino finalmente en China. Durante el Congreso de Ginebra se ha presentado una nueva estrategia para tratar de frenar el tráfico de marfil: un programa, realizado en cooperación con Interpol y con la Oficina de Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen (UNODC), para facilitar el análisis forense de los colmillos incautados y así poder determinar rápidamente su origen con precisión. CITES pide a los países miembros que se analice el marfil cuando se produzca una incautación de más de 500 kilos "con el objetivo de enfrentarse a toda la trama de tráfico". Entre 1989 y 2013, se han realizado 18.000 incautaciones de cargamentos de marfil.

Pero el Congreso de Ginebra también se ha centrado en otras especies amenazadas muchos menos conocidas –el pangolín, un tipo de armadillo, muy apreciado en Asia por su carne y las supuestas virtudes medicinales de sus escamas "cuya caza está alcanzando una escala alarmante"– o maderas de Madagascar como el ébano o el palisandro.

Otra tendencia preocupante, a la que se dedicó una ponencia en el Congreso, es el creciente tráfico de guepardos vivos para utilizar al felino más rápido del mundo como lujoso animal de compañía. "A diferencia de otros grandes felinos, los guepardos pueden ser domesticados, especialmente si se adquieren cuando son cachorros", explica el documento. El Cuerno de África se ha convertido en un centro de tráfico ilegal de guepardos vivos, aunque el 70% mueren durante su traslado. Su destino, a través del Golfo de Adén, son los países de la península arábiga. El informe de CITES muestra fotos "elegidas entre cientos exhibidas en las redes sociales" de guepardos en cautividad. El problema ha alcanzado tales dimensiones que el Ministerio del Interior de Emiratos Árabes Unidos ha lanzando una advertencia pública en la que asegura que "los animales salvajes pertenecen a la naturaleza" y que su lugar no está "dentro de un todoterreno circulando por una gran ciudad, ni mucho menos en sus calles".

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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