María Wonenburger, gran dama de las Ciencias Exactas
La primera española en obtener una beca Fulbright tuvo que repetir el doctorado que había obtenido en Yale a su regreso a España
Referencia mundial en las matemáticas, artífice “del salto al álgebra de los infinitos” como resumía una de las complejas teorías científicas, la de Kac-Moody, que la hizo célebre en la otra orilla del Atlántico, se fue el pasado sábado con la misma discreción y humildad con la que vivió las últimas tres décadas al pie de la misma ría coruñesa de O Burgo en la había nacido hace 86 años. “Feliz”, acostumbraba a responder María Wonenburger Planells (Oleiros, 1927) cada vez que se le preguntaba qué tal estaba.
La felicidad era, para esta mujer menuda y risueña, haber logrado mantenerse ajena a la fama o los homenajes para dedicarse toda su vida a “jugar con los números y pensar”. Licenciada en Matemáticas con la primera promoción en Madrid (1950), fue también pionera en conseguir una cotizada beca Fulbright (1953), lo que le dio carta de embarque para el continente americano. Allí, entre 1960 y 1983, su entrega a la investigación y la docencia le permitió hacer una brillante carrera, primero en Canadá y luego en Estados Unidos, y la convirtió en una admirada algebrista. Eso para gran parte de la comunidad científica internacional, pero no en su tierra natal, donde María fue ninguneada reiteradamente.
Con apenas 30 años, logró doctorarse por la prestigiosa Universidad de Yale, de la mano del algebrista más importante del siglo XX, Nathan Jacobson. Pero en la España de la dictadura franquista ser mujer y científica no era bien visto. Y ese título tan cotizado de nada valía a los ojos ciegos del régimen. De sencillez extrema hasta el final de sus días y “de mente abstracta”, como le gustaba subrayar, la joven catedrática se vio obligada a doctorarse de nuevo en Madrid en 1960, por segunda vez, con ni siquiera la garantía, relataba entre risas, de poder optar luego a unas oposiciones de profesora para “conseguir, a lo mejor y con un poco de suerte, una plaza” en algún instituto.
Aquel segundo título de doctora —al que se añadiría un tercero, el honoris causa que le otorgó en 2010 la Universidad de A Coruña—, perdido en los oscuros meandros de la dictadura, tardaría medio siglo en serle enviado. Lo recibió en su retiro coruñés en 2008, coincidiendo con los reconocimientos y redescubrimiento de su figura que le brindaron sus colegas españoles al aprender por casualidad la galleguidad de la Wonenburger que tantas veces citaban como referencia. La sonoridad germana de su apellido, nieta de una acomodada familia de origen alsaciano con una próspera fundición en A Coruña, le permitió permanecer dos décadas en el anonimato cuando regresó a su ciudad natal en 1983, dejando su brillante carrera internacional, para cuidar de su madre enferma.
Ese segundo ninguneo en su tierra no fue, no obstante, a su pesar. Agradecía pero rehuyendo de todo bombo, con esmerada sobriedad, los muchos homenajes de los últimos años. Pero su pasión eran los números. Y a ello se entregó hasta el infinito.
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