La estupidez del cuanto peor, mejor
En el caso de Cuba es evidente que 52 años de embargo no han servido para lograr lo que pretendía Washington
Muchos en el exilio cubano no comprendían por qué un hombre como el desaparecido Eloy Gutiérrez Menoyo, que pasó 22 años en la cárcel por alzarse en armas contra Fidel Castro, se oponía radicalmente al embargo norteamericano. Menoyo fue comandante de la revolución hasta 1961, y al salir de la prisión recaló en Miami, donde los líderes del exilio lo recibieron con aplausos. Pero las loas se convirtieron en ácidas críticas cuando hizo pública su posición contra el “bloqueo yanqui”. Menoyo quería un cambio en Cuba, pero siempre contaba una anécdota para explicar su rechazo a las políticas de asfixia como medio de lograr transformaciones políticas. Nacido en Madrid, hijo de republicanos españoles, el excomandante revolucionario recordaba una imagen de su infancia: “Yo tendría 3 o 4 años. Madrid sufría el asedio de las tropas de Franco y no teníamos nada para comer. Yo era el más pequeño de casa, y un día vino mi madre con un mendrugo de pan. Me dijo: ‘Corre, escóndete, que no lo vea tu hermano mayor que te lo comerá”.
Los bloqueos y embargos, aseguraba Menoyo, afectan siempre a los más débiles, mientras que solo tocan de refilón a los Gobiernos y a los poderosos.
Después de medio siglo de bloqueo, el régimen cubano permanece
En el caso de Cuba, además, se hace evidente que 52 años de embargo no han servido para lograr lo que pretendía Washington, y eso pese a que desde 1991 la millonaria ayuda de la antigua URSS desapareció y la isla se quedó sola.
Medio siglo después de que John F. Kennedy decretara las sanciones, Cuba sigue siendo un país socialista, de partido único y con una economía básicamente controlada por el Estado, aunque en los últimos años se han ampliado los márgenes de la iniciativa privada. Seguramente, no hay otro país en el mundo que haya soportado un embargo económico tan largo, y en este tiempo Fidel y Raúl Castro vieron pasar 11 administraciones norteamericanas sin que ninguna les hiciera cosquillas. Incluso uno de los expresidentes estadounidenses, el demócrata Jimmy Carter, visitó la isla después en dos ocasiones y estrechó la mano de sus antiguos adversarios.
Más allá del caso cubano, quienes dicen que los embargos y la presión son la fórmula mejor para obligar a los países refractarios a la democracia, suelen argumentar que con la complacencia y el diálogo no se han conseguido avances en ningún régimen autoritario. Son los de la teoría de que cuanto peor, mejor, aunque sea a costa de los más débiles e indefensos, que son percibidos como simples víctimas colaterales. Probablemente es verdad que pocos avances se consiguen con el diálogo. Pero está claro que tampoco se logra nada con sanciones más allá de dar justificaciones a los que gustan de enrollarse en la bandera y perjudicar a los simples ciudadanos. Hoy, cuando hasta magnates cubanos que antes defendían el embargo norteamericano muestran su interés por regresar a la isla a hacer negocios, parece demostrada la estupidez e inutilidad de los embargos.
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