El joven con Asperger que hizo normales a todos los mexicanos
La historia de un muchacho con Asperger que provocó una revolución silenciosa en México al conseguir que la Justicia reconozca su derecho a decidir
Cuando Ricardo Adair Coronel Robles nació, el médico le dijo a sus padres que su hijo tenía un retraso mental y que así se iba a quedar. “Lo que ustedes puedan hacer por él, adelante”, concluyó el doctor incrédulo de que aquel niño, con problemas respiratorios al nacer, lograra abrirse camino. Hoy, este joven de 25 años natural de la Ciudad de México es la primera persona con discapacidad intelectual que ha conseguido que la Suprema Corte de Justicia reconozca su derecho a decidir por sí mismo, un precedente que servirá para los que vengan detrás de él.
“Me siento muy contento, optimista. Fueron cuatro votos en contra de uno, es una gran oportunidad. Lo más importante, como dice la sentencia, es que me dieron la razón, que estábamos en lo cierto y que hicimos lo correcto”, comenta Coronel Robles apenas un día después de conocer la resolución.
Sentado en la terraza de una conocida cadena de restaurantes en México y acompañado de su padre, Ricardo se muestra desenvuelto, cercano y es consciente del avance histórico que supone su sentencia. “No fue hasta los 18 años que le diagnosticaron síndrome de Asperger”, una enfermedad del espectro autista que implica dificultades para la interacción social, señala su padre, Alejandro Coronel. Hasta ese momento a él y a su esposa les hablaron de retraso, hiperactividad, y finalmente “alguna clase de autismo”. Pero un niño autista se aparta, “Ricardo era todo lo contrario, le encantaba tocarnos el rostro y acercarse”.
Al cumplir 18 años y a petición de sus padres —“lo hicimos para protegerlo, para que nadie pudiera denunciarlo, por ejemplo, en el metro, si molestaba a alguien”—, un juez lo declaró en estado de interdicción, es decir, judicialmente incapaz y bajo la guarda de un tutor por carecer de aptitudes para gobernarse, cuidarse y administrar sus bienes. Fue en 2011 cuando el joven promovió un amparo, que es el que ahora ha considerado la Suprema Corte.
A Ricardo, que ha estudiado en una universidad privada de la capital un diplomado con especialidad en Turismo, le gustaría trabajar en una agencia de viajes, encargándose de ofrecer información o de las computadoras. “Algo sencillo que yo pueda hacer en ese ámbito”. El sistema público de educación superior no tiene espacio para personas como él. “Todos los programas se enfocan en la formación técnica”, se queja su padre, “pero las universidades no los integran”. Tampoco la etapa del colegio fue un camino de rosas. Ricardo estudió en una institución privada, pero no era una escuela para niños con capacidades distintas. “En la secundaria le hacían bullying los compañeros aunque tal vez por sus características no le afectó tanto como a otros chicos de su edad”.
El muchacho es consciente de sus limitaciones y las explica: “Me cuesta trabajo adaptarme a lo nuevo, no saber qué va a pasar. Si no entiendo palabras, señas o gestos necesito apoyo para salir adelante. Además interpreto las cosas de forma literal. Los dobles sentidos no los capto, me los tienen que explicar la primera vez, luego ya sí”. La anécdota se vuelve problema en una ciudad como el Distrito Federal, donde el albur se utiliza a diario. “A mi hijo le llegan a tratar a veces como si fuera un extranjero”, dice Alejandro Coronel. Ricardo asiente.
Precisamente por eso, la Suprema Corte de Justicia ha dictado una resolución pionera, que incorpora dos páginas de sentencia redactada en lenguaje sencillo. “En ellas se le explica a Ricardo de forma fácil cuáles son sus derechos y por qué ganó. La primera parte le habla a él, lo ve a los ojos metafóricamente y le expone los motivos”, relata su abogado, Andrés Aguinaco Gómez Mont.
“Al analizar tu caso la Corte decidió que tú, Ricardo Adair, tienes razón. En poco tiempo un juez te llamará para pedirte tu opinión sobre tu discapacidad”, comienza el texto.
Becario ahora en un museo, amante de los deportes y aficionado de Los Pumas, Ricardo se ve en cinco años trabajando de lo suyo y “si hay pareja, también con ella”. Su padre lo mira con admiración, sabe que llegar hasta aquí es producto del esfuerzo. “25 años en los que mi esposa, sobre todo ella, lo ha llevado de un hospital a otro, a las terapias, a los cursos”. El dinero ha sido un factor importante a la hora de darle una educación y los recursos necesarios, porque desde el Gobierno federal no hay apoyos, pero con eso no basta. “Muchos padres se rinden, no luchan. Es fundamental hacerlo, aunque vivas, desde que nazcan, con un duelo”. Ricardo, a su lado, asiente de nuevo.
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