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Columna
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Perverso juego para las becas

Se ha querido vender la reducción de las ayudas como fomento de la cultura del esfuerzo Con el salario más frecuente, de 15.500 al año, el respaldo para estudiar es ahora más necesario

Gabriela Cañas

Como es imposible hacer más con menos, el Ministerio de Educación, decidido a aplicar un recorte general de 3.000 millones de euros, ha reducido también el presupuesto dedicado a las becas. Una vez que, en los primeros meses de 2012, conocimos los planes de este Gobierno para cumplir con los objetivos de déficit aun a costa de la educación —entre otras partidas—, a nadie podía sorprender que el dinero dedicado a esta partida también menguara, pues es una decisión consecuente con el espíritu liberal del PP.

Por eso, es difícil de entender la dialéctica utilizada por el ministro de Educación, José Ignacio Wert, y su número dos, Montserrat Gomendio, para intentar convencernos de que exigir una nota más alta para poder optar a una beca era una estrategia para fomentar la cultura del esfuerzo. Es una versión capaz incluso de lograr ingenuos adeptos dispuestos a confiar en las buenas palabras, pero difícil de mantener porque, sencillamente, no se corresponde con la verdad.

En enero, el Ministerio de Educación anunció que no convocará para el próximo curso las becas Séneca, que son algo así como las Erasmus a nivel nacional para fomentar la movilidad de los estudiantes. Son becas que premian fundamentalmente a los alumnos con mejores expedientes. Su desaparición —esperemos que temporal— no produjo ningún escándalo. Si no hay dinero, parece lógico que los buenos estudiantes se conformen con lo que ya tienen.

En el ministerio se alegó entonces que se daría prioridad a las becas generales, pero como se ve, cuatro meses después, se incumple tal promesa y se hace con un argumento falaz porque si lo importante fuera esa idolatrada cultura del esfuerzo nunca se habrían eliminado las becas Séneca. Solo las protestas de ahora por exigir mejores notas para las becas generales y la desautorización de su propio Gobierno, el martes, en el Congreso, por fin el ministro abandonó en parte su argumentación torticera del esfuerzo y confesó las dificultades de “acomodar” de la mejor manera unos “recursos escasos”. ¡Acabáramos! ¿Por qué no se admitió antes? ¿Por qué intentar mantener la ficción en contra de toda lógica?

La educación española ha mejorado ostensiblemente en los últimos años; sobre todo entre la población más joven, pero tiene todavía muchos problemas que solo una inversión sostenida y una mayor eficiencia sería capaz de resolver. El gasto en relación al PIB está por debajo de la media de la OCDE, pero el gasto por alumno (debido a la menor natalidad) está por encima o estaba en 2011, porque los brutales recortes de los dos últimos años van a tener un impacto inmediato en las estadísticas comparadas.

Las becas tienen una primera repercusión evidente en equidad. Permiten estudiar a los que, por falta de recursos económicos, tendrían que abandonar el Bachillerato o renunciar a una carrera a pesar de aprobar sus cursos como los demás. Gracias a las becas, el sistema logra una masa crítica más amplia de personas con estudios, lo que conforma, por tanto, una sociedad más competitiva. El sistema instaurado en España en 1961 era el modelo propio de un país mucho más pobre que solo podía becar a los mejores alumnos. Volver a aquello esgrimiendo un argumento falso es una manera de intentar regresar disimuladamente a aquella pobreza y a aquella menor cultura que redujo nuestras posibilidades competitivas.

El espectáculo político al que asistimos con este asunto es lamentable, porque además de utilizar argumentos falaces se trata de capítulos que requieren cantidades ínfimas de dinero en términos comparativos. El Gobierno central dedica a las becas apenas 1.400 millones de euros anuales. Subir las tasas universitarias —muy bajas con respecto a países de nuestro entorno— exigía mantener y elevar las becas (cuyo gasto es solo un tercio de la media de la OCDE) para evitar injusticias. Se está haciendo, justamente, todo lo contrario mientras se elaboran juegos de palabras que lanzan mensajes perversos. ¿Qué significa eso de que en vez de pagar por el estudio se está pagando para estudiar? El INE acaba de publicar unos datos demoledores: el salario anual más frecuente en España en 2011 fue de 15.500 euros anuales. Es suficientemente explícito sobre la necesidad de aumentar las becas para el estudio o para estudiar. Da lo mismo.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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