Política de plató
Los debates-espectáculo proliferan con la crisis y los escándalos de corrupción Los políticos dudan entre aprovechar su tirón y el riesgo de quemarse
Miguel Ángel Revilla, aguerrido cántabro de 70 años, se maquilla para salir los sábados. Nada muy marcado, un look, discreto, natural. La capa de base y polvos color ladrillo que les aplican a los señores en televisión para que los focos no delaten el sudor en el fragor del directo. Revilla, expresidente de Cantabria y hoy diputado autonómico, es la estrella de La sexta noche (La Sexta), el espacio que, junto con El gran debate, de Telecinco, compite la noche central del fin de semana por una creciente audiencia interesada en la actualidad pura y dura. Con la crisis galopante y el crescendo de escándalos institucionales y de corrupción, la política ha entrado en tromba en la tele. Mientras, partidos y políticos —salvo Revilla, que tiene espacio propio— se debaten entre la tentación de aprovechar un altavoz que escuchan millones de votantes y el vértigo de someterse al escrutinio de un público heterogéneo y a las reglas de un medio que aúna información y espectáculo.
La gente tiene sed de información. Desea saber quién, cómo, dónde, cuándo y por qué se deciden los asuntos que les afectan. Ponerles caras a la subida de impuestos. Los recortes. Las decisiones judiciales. Los cambios legislativos que cambian su vida cotidiana. Todo eso es política. Las televisiones han captado ese interés y han corrido a satisfacer esa demanda. La crisis y sus dramáticas —y fotogénicas— consecuencias —desahucios, paseíllos de célebres imputados, escraches— les pone la escaleta en bandeja. Se convoca a un abanico de periodistas y/o expertos. Se invita a uno o a varios políticos. Se dispone una mesa, cámaras, un realizador, un conductor carismático que anime el cotarro, y a discutir: una, dos, hasta cuatro horas de televisión resueltas. Es una fórmula perfecta. Sencilla. Barata: mientras una película de estreno puede costar un millón de euros, y un capítulo de una serie, medio; un debate anda en torno a los 50.000. Y, aunque tampoco rompen audímetros —La Sexta noche hace en torno a un 8% de share; El gran debate, un 12%—, cumplen su cometido: interesan y rellenan la parrilla.
El debate, el análisis, incluso el chismorreo institucional, ha rebasado el gueto del 1%-2% de audiencia de las TDT —“la trinchera”, en boca del politólogo Antonio Gutiérrez Rubí—, habitual nicho de las tertulias de la derecha radical, y se ha instalado en los aledaños del prime time de las cadenas generalistas. Ha desbordado los telediarios y dado lugar a otros formatos de mañana, tarde y noche en los gigantes TVE, Mediaset y Atresmedia. Los desayunos de TVE, Al rojo vivo, Las mañanas de Cuatro, El debate de la Uno, Espejo Público, Salvados, Más vale tarde, incluso El programa de Ana Rosa suelen llevar la controversia política al plató como plato fuerte del menú. Espacios híbridos entre información y entretenimiento cuyo devenir a veces roza la trifulca y otras, como pasa a menudo con la labia de Revilla, evocan al Club de la comedia.
El desparpajo, la locuacidad, y la demagogia de Revilla se comen a la cámara. “Es un crac”, confirman en La Sexta. “Le llama al pan, pan y al vino, vino. Es natural, dice lo que piensa, y lo que la gente quiere oír, y eso transmite. Conectar, en la tele, es un don. Se tiene o no se tiene, y a él le sobra”. El aludido no les contradice: “Nos han llevado a la ruina, los culpables no somos nosotros, y no me canso de señalarlos. Me quedan 10 o 15 años de vida y no me voy a morir callándome lo que pienso. Y si la gente quiere oírme, encantado. Del político, la gente tiene derecho a saberlo todo. Y los que no quieren venir, allá ellos. A lo mejor es que tienen algo que ocultar”.
Estos programas no rompen audímetros pero son sencillos y muy baratos
Los pesos pesados del Gobierno reducen a lo ineludible su presencia en estos programas. Hace tiempo que solo vemos al presidente Rajoy a través de la pantalla de un circuito cerrado o en una comparecencia tasada al milímetro, sin preguntas. El Congreso está vallado. Desde el 25 de febrero, día en que se metió en el jardín del finiquito de Bárcenas, Dolores de Cospedal no había vuelto a hablar con periodistas hasta ayer mismo, salvo en una entrevista estelar concedida a 13TV. “Está sobreexpuesta”, sostienen en Génova. Mientras, al senador y al diputado populares Francisco Granados y Borja Semper, entusiastas partidarios de ir donde les llamen, su partido les ha prohibido ir a La Sexta y Telecinco los sábados.
En el PP, que llegó a anunciar acciones legales contra El gran debate que analizaba el caso Barcenas el pasado 18 de enero, consideran que tanto este espacio como La Sexta noche trivializan la política, y no están dispuestos a contribuir “al espectáculo”. Francisco —“llámame Paco”— Granados, expresidente del PP de Madrid, fue el primer y único enviado de Génova a La Sexta para hablar de los papeles de Barcenas. Paco acata disciplinadamente la orden de alejamiento de esos platós, pero no comparte el argumento. “Los políticos estamos para dar la cara, aunque sepas que vas a que te la partan. Al programa que no vas tú con tu mensaje, va otro, y coloca el suyo. Hay que aprovechar todos los foros. Y estos los ve mucha gente. Lo importante es que salga la opinión del partido”.
Estamos para dar la cara, aunque sea para que te la partan” Francisco Granados, senador PP
Después de un periodo de ostracismo y comparecencias sin preguntas tras sus serias dificultades internas en el PSOE, Rubalcaba parece más accesible, sea motu proprio o inducido por sus asesores de comunicación. Estuvo en El gran debate de Telecinco en plena tormenta del caso Ponferrada (“se nos apareció la Virgen, la entrevista llevaba pedida meses”, admiten en el programa), y también la noche del pasado jueves, en El debate de la Uno. Antonio Miguel Carmona, diputado socialista en la Asamblea de Madrid, es, casi más que la número dos del partido, Elena Valenciano, o la portavoz parlamentaria, Soraya Rodríguez, la cara del PSOE en los debates televisivos. “Un político que no quiere, no se atreve o no le gusta comunicar, que se dedique a la odontología. Estar encerrado en un despacho del Parlamento no basta. El político tiene que ser como el agua, filtrarse en todas partes. La influencia de la tele es brutal. Es donde se crea opinión, y yo quiero estar ahí”, opina Carmona, quien dice no haber recibido “jamás” una orden para ir o no a ciertas cadenas, o qué decir —o no— ante del micro.
Los políticos, salvo Revilla, que presume de tener “el minuto de oro hasta en El hormiguero”, no enganchan. “Hacen audiencias discretas, no para tirar cohetes”, confirman Telecinco y La Sexta. Cuentan en El debate de la Uno que, una noche en que no iban mal de share, salió Alfonso Alonso, portavoz parlamentario del PP, y huyeron de repente 200.000 espectadores. Más atractivos resultan, según TVE, los representantes de partidos minoritarios, como Cayo Lara (IU) y Rosa Díez (UPyD) y, sobre todo, los rostros de los movimientos sociales emergentes. Ada Colau, portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, y Manuel Pardos, presidente de la Asociación de Usuarios de la Banca, han sido sus invitados con más tirón últimamente. Quizá porque, por advenedizos en la pomada política, generan aún más filias y fobias que los políticos y encienden aún más a los tertulianos.
Que diviertan no significa que influyan” Juan José Toharia, presidente de Metroscopia
La polémica entre periodistas de uno y otro signo político —la escenografía favorece la visualización de los bandos— es, admiten sus responsables, otra de las estrategias para hacer más espectacular el espacio. A veces, los tertulianos ponen más carne en el asador que los propios políticos. Existe la convicción entre los profesionales del medio de que algunos partidos utilizan los servicios de periodistas afines para lanzar sus mensajes. Sea como sea, la pasión de algunos tertulianos-estrella no tiene nada que envidiar a la del candidato en un mitin.
“En estos programas no se pesca un voto”, opina el asesor de comunicación y consultor político Antoni Gutiérrez-Rubi, “pero sí consolidan el núcleo duro de cada partido. El espectador busca sentirse reafirmado e indignado con el contrario. Esos formatos no favorecen la reflexión, sino el escarnio. Gana el que se ensucia, el que grita, el que se enloda. Por eso muchos no quieren ir: es un espectáculo televisivo, de acuerdo. Pero no hay que minusvalorar su importancia y despreciarlos. Igual que alucino con que haya políticos que no tengan Twitter. Ya no hay una pantalla, sino varias. La gente ve la tele y tuitea a la vez. En las redes es donde está la gente. Y si no generas un mensaje adecuado a cada pantalla, tienes un problema. O te metes en esa trinchera, o te quedas fuera”.
Les ofrecemos un mitin gratis, pero es peligroso” Óscar Cornejo, responsable de la productora de 'El gran debate'
El presidente de Metroscopia, Juan José Toharia, habituado a constatar a diario la desafección ciudadana por los políticos, no cree, sin embargo, que la política no interese. “Lo que produce rechazo es el politiqueo. Los discursos robóticos basados en el argumentario de cada partido, los insultos, el ‘y tú más’. En este sentido, que estos programas sean divertidos y tengan audiencia no quiere decir que influyan. Por otra parte, a los políticos les falta frescura, cintura y carisma. En Estados Unidos hay cola para ir a los shows de los grandes histriones, aquí a ver quién es el que se osa”.
“Es cierto que la actualidad tiene un punto de thriller de Hollywood y grandes dosis de perplejidad, de no acabar de creértela, que la hace espectacular, morbosa si quieres”, pero no nos inventamos nada, arguye Óscar Cornejo, responsable de La Fábrica de la Tele, productora de El gran debate de Telecinco. Cornejo, que también produce Sálvame, estuvo “enfadado” con los políticos que se negaban a ir a su plató. “Ahora les entiendo. Es complicado para ellos. Les ofrecemos un mitin gratis, pero muy peligroso. La cadena es muy generalista. Tenemos un público muy atractivo, pero muy variopinto, y muy arriesgado. Nuestra audiencia no se casa con nadie. Cualquier error se paga caro, y más en tiempo de crisis”.
Al acabar cualquier debate, los chicos de producción reparten toallitas para que los invitados se limpien el pringue de la cara. Las señoras suelen rehusarlas y quedarse con el favorecedor maquillaje de la tele. Ellos, sin embargo, se lo quitan ostentosamente, como si les escociera. Algunas cosas no cambian nunca.
“El que diga que no es vanidoso, miente”
Francisco Granados, senador del PP, y Antonio Carmona, diputado socialista en la Asamblea de Madrid, coinciden a veces por esos platós. Fuera, son tan amigos. Dentro, se atizan a muerte. ¿Pantomima? No, dicen. Ambos saben a lo que van, a darse, y, además, lo disfrutan de lo lindo. Miguel Ángel Revilla, directamente, se transforma. Entra en combustión en cuanto se enciende el piloto rojo. “No tengo yates, ni queridas, no tengo más ambición que decir lo que me da la gana. No puedo con la injusticia. Y donde me llamen a denunciarla, allá voy”.
Inés Sabanés, exdiputada de Izquierda Unida y hoy militante del partido verde Equo, también acepta invitaciones a debates. “Con las instituciones blindadas a las minorías y los políticos aislados en sus burbujas, la televisión es casi el único sitio, te guste o no el formato, donde se puede hablar de corrupción, de desahucios, de recortes, de miseria, de lo que está en la cabeza de la gente. Y, a la vez, lanzar tu mensaje”, sostiene.
Granados, Carmona, Revilla y Sabanés aseguran no quedarse ni con un euro de sus honorarios como tertulianos. Si los reciben, los donan a ONG, afirman. Carmona y Granados sí reconocen, sin embargo, un pago en especie que les ofrece en bandeja la tele y que no figura en ningún contrato: la satisfacción íntima de su ego. “El político que diga que no tiene vanidad, está mintiendo y lo sabe”, admite Granados. “Todo el que sale en la tele se cree Dios”, corrobora Carmona.
Cada mañana, no obstante, el dato \[de cuota de pantalla\] les baja a ambos a la Tierra. El audímetro mide al segundo la audiencia de cada uno. Y, sí, es cierto que, con la que está cayendo, la gente quiere saber qué ocurre. Pero también evadirse. Y en cuanto cualquier debate tiene enfrente una película de éxito, por no hablar de un partido de fútbol, les gana en audiencia y les pone en su sitio.
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