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El aspecto de los medicamentos influye en que los pacientes los tomen bien

Los cambios de forma y color por los genéricos reducen la continuidad del tratamiento

Si dos medicamentos sirven para los mismo, ¿por qué no se parecen? El auge de los genéricos ha provocado que, por ejemplo, el antihipertensivo que un día es amarillo, al mes siguiente sea rojo. Esto se sabe desde el principio, pero su impacto no se había medido con el mismo rigor. El sentido común dice que eso es una complicación añadida para que los pacientes tomen bien su tratamiento (lo que en el lenguaje técnico se llama adherencia), pero no habría sido la primera vez que el sentido común no se cumple.

Un estudio parcial, hecho solo con antiepilépticos, y que publicó Archives of Internal Medicine confirma, al menos con este grupo de enfermos, lo esperado: en un estudio con más de 11.000 personas cuya medicación iba cambiando de color y 50.000 que no, la tasa de discontinuidad en el tratamiento asociada a las variaciones en el aspecto fue en el primer grupo del 27%.

No es atrevido pensar que lo mismo debe pasar con enfermos mayores o con problemas mentales, por ejemplo, a los que cuesta adaptarse al cambio.

La bioapariencia sería la solución, pero los laboratorios se rechazan

Ante este problema sanitario (no se puede ocultar que dejar de tomar una medicación para una enfermedad crónica es un problema), hay dos opciones. Los laboratorios quieren que el médico recete siempre su marca. Eso choca con las leyes como la española, que prevé que se prescriba por principio activo y que el farmacéutico dé el genérico más barato. Pero hasta la regulación española prevé excepciones en caso de difícil seguimiento.

La otra opción es lo que se denomina bioapariencia: que todos los antihipertensivos sean rojos, por ejemplo; los diuréticos, amarillos y los sedantes, azules. Esto, en cambio, no gusta a los laboratorios, que creen que así perderían –aún más- su imagen de marca.

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