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No sin los cohetes

Dicen las malas lenguas que la NASA es una entidad de relaciones públicas con una agencia espacial en su seno, por lo bien que “vende” todo lo que hace, pero la mejor operación de relaciones públicas de la NASA es su propia existencia. Aunque resulte relativamente cara para el contribuyente estadounidense, presentar una institución para el uso pacífico del espacio en plena guerra fría y mantener durante décadas la imagen de una separación efectiva de los usos militares ha conseguido hacer olvidar de dónde proceden los cohetes que llevaron, por ejemplo, al hombre a la Luna y a difuminar las aplicaciones compartidas actuales.

Una visita al interesante museo que, tras la unificación de Alemania, se ha ido consolidando poco a poco en la antigua base de Peenemünde, en la isla báltica de Usedom (antes Alemania Oriental, en la frontera con Polonia), da una visión más real de la historia. La enorme central eléctrica recuperada como espacio expositivo es por sí sola indicativa del gran esfuerzo bélico invertido en la II Guerra Mundial en desarrollar las bombas volantes V1 y V2. Allí se probaron, bajo la dirección técnica de Werner Von Braun, estas armas revolucionarias que suscitaron tanto el interés de los vencedores que cada uno (Estados Unidos y Rusia sobre todo) se llevaron más de un centenar de expertos alemanes para asegurarse la tecnología implicada. Esto fue un factor decisivo en la subsiguiente guerra fría fue el poder de los misiles que se derivaron de esta tecnología.

Las guerra fría espacial se nutrió de científicos de la Alemania nazi

Una película poco conocida del lanzamiento de una V2 experimental desde Peenemünde muestra prácticamente el mismo montaje que el de un cohete actual, sea de uso civil o militar. Allí están la torre de lanzamiento, que se retira, el foso para recoger el empuje del motor, el centro de control, las medidas de seguridad que rodean una tecnología muy peligrosa.

Von Braun (de oportunista le califican en la documentación que ofrece el museo) acabó en Estados Unidos y su primer trabajo fue lógicamente bélico. Desarrolló a principios de la década de los cincuenta el misil Redstone, el primero balístico de Estados Unidos, de corto alcance y con capacidad nuclear, en uso hasta 1964. Este misil, modificado, impulsó las primeras cápsulas espaciales tripuladas, las Mercury.

El camino no fue fácil y los lanzamientos catastróficos eran la norma más que la excepción, pero el enfoque de avanzar paso a paso probando todo para evitar fallos llevó finalmente al éxito, tanto en el ámbito militar como en el civil. Cuando se creó la NASA, se produjo el trasvase de la tecnología, con los mismos protagonistas básicamente. Estados Unidos lanzó su primer satélite, y también sus primeros astronautas. La gran disponibilidad de fondos por motivos políticos en los años siguientes hizo posible otro hito de la historia espacial, el gigantesco cohete Saturno, capaz de impulsar las cápsulas Apolo para que alcanzaran la Luna, como la que transportó en 1969 a Neil Armstrong, ahora fallecido, el primer ser humano que pisó su superficie.

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