“Picasso era un genio, sí, pero sabía venderse”
A pesar de que su última donación al Instituto de Tecnología de Massachusetts (el mítico MIT, sinónimo de investigación de calidad) ha sido de un millón de dólares (623.000 euros), a Peter Farrell, nacido en Sidney (Australia) hace 69 años, no le gusta que le llamen filántropo. Él se considera un empresario que sigue al frente de Resmed, la compañía de dispositivos médicos que fundó en 1989.
Poco antes, en 1984, se había pasado “al lado oscuro”, dice sobre su abandono de la enseñanza para dedicarse a los negocios. Y lo cuenta con orgullo: “El primer año vendimos un millón, y perdimos 250.000 dólares; a los cuatro años ya estábamos en beneficios. Ahora tenemos ingresos de 1.350 millones y empleamos a 35.000 personas”, dice sin falsa modestia.
Pero Farrell nunca ha perdido su relación con la universidad, como demuestra su aportación al MIT. Y esta le ha hecho recalar recientemente a Madrid para la presentación del programa Idea2, un proyecto con la Fundación Madrid para el Conocimiento que busca “que los proyectos de los estudiantes lleguen a las autoridades y los empresarios”. “Que los expongan y, si son viables, que se les financie”, dice. Él cree que “este es el mejor momento para ello”. “En España, con el 25% de paro, algo no funciona. Se ha demostrado que lo que había no vale; es el momento de hacer algo nuevo y creativo”, dice. “Los Gobiernos son la antítesis de la innovación. Deben aportar fondos, pero no dirigirla. Su papel es buscar a la gente adecuada, y dejarles que hagan lo que saben. Es como funciona en EE UU”.
La verdad es que Farrell no ha venido solo a eso. “Voy a participar en el congreso de la Sociedad Española de Neumología Separ, y las fechas me venían bien”. Porque para alguien que pasa la mitad del tiempo fuera de casa, planificar y coordinar agendas es clave. Por ejemplo, el desayuno: con el periodista, solo cafés —toma tres— a primera hora en el hotel en el que se aloja. Luego hará el desayuno completo con su mujer.
Aunque llega disciplinado con el cometido de explicar el proyecto que ha firmado, no cuesta que Farrell se distraiga. “En los negocios no basta con tener una idea; hay que venderla. Mi definición de la innovación no es que alguien firme un cheque, sino que se materialice en algo. Es como en el arte. Fíjate en Picasso. Era un genio, sí, pero sabía venderse”.
Lo dice desde la admiración: “En mi despacho tengo un retrato suyo de François Gillot. Fue una de sus amantes, mucho más joven que él”. Es solo parte de su colección. “Tengo jasper jones, mapplethorpes, motherwells y boswells. Me interesa sobre todo la fotografía. Y, además, no soporto las paredes vacías”, dice con la elegancia y la ironía de quien sabe presumir.
El arte —“Goya es el padre de todo lo moderno, y Velázquez el mejor pintor de la historia”— es, junto con el deporte, una de sus aficiones. Apunta como si fuera un párvulo los nombres de museos que el periodista le sugiere en Sevilla y Barcelona. “A mí mujer, que es licenciada en arte, le va a encantar. Ella me ayuda mucho en eso. Pero, se sepa mucho o poco, lo bueno que tiene ver un cuadro es que cuando lo haces no piensas en otra cosa, solo en si te gusta y por qué. Es como en golf. Cuando tienes que embocar un putt, eso es lo único que importa”.
En contra de las directrices del periódico, insiste en pagar el café. Su desayuno está incluido en el precio de la habitación. Luego, quiere ir a ver la colección Thyssen. “Tienen un hopper...”.
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