“En Estados Unidos la investigación es más fácil”
El científico sevillano ha conseguido 625.000 euros de la Fundación Hughes
El último año y medio de Simón Méndez ha sido tan ajetreado que no le ha dado ni tiempo de buscar un japonés “para comer sushi como en Nueva York”. Y tantas ganas tiene que es lo único que pide. Estos 18 meses los ha dedicado este investigador sevillano de 35 años a montar un grupo de trabajo en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y a recuperar “las costumbres españolas” que tuvo que dejar durante los siete años que ha pasado en Nueva York. “Siempre he tenido claro que lo primero es mi carrera. Ahora me ha traído de vuelta a España, y me encanta, pero uno no sabe dónde va a estar en el futuro”.
Y eso que las mudanzas no deben de ser fáciles para Méndez, casado y con dos hijos de tres años y medio y uno y medio. Su esposa también es investigadora, y ahora está en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. “Si en España se dice que los niños llegan con un pan debajo del brazo, nosotros bromeamos con que los nuestros llegaron con una publicación en Nature cada uno”, dice con ironía. “Pero ya le he dicho a mi mujer que tendrá que publicar sin esa ayuda, porque no creo que tengamos más familia”. Tampoco ha tenido casi tiempo desde que volvió a España de ir a conciertos —“solo un par de veces al Auditorio”— ni, mucho menos, a bucear, sus dos aficiones. “Pero hemos recuperado la relación con la familia. Con el AVE, Sevilla está al lado. Ya he llevado a los niños a la Semana Santa. A la mayor le encantó”.
Hace el investigador, que come con parsimonia, un balance muy positivo de su regreso. “He conseguido reclutar un equipo muy bueno”. En él ya hay cinco personas. Otros tres investigadores reclutados con el programa Ramón y Cajal y dos técnicos. Además, acaba de recibir un importante espaldarazo a su trabajo: una beca Howard Hughes de 625.000 euros. “Son muy generosos. Valoran más el currículo del científico, así que el proyecto es muy amplio. Yo he propuesto investigar sobre la regulación medioambiental de las células madre, porque hemos descubierto que hay dos tipos, las del hueso y las que circulan por la sangre, y los niveles de estas últimas cambian a lo largo del día, tienen un ritmo circadiano”, resume —a su pesar, como casi todos los científicos— intentando que los profanos lo entiendan. Con eso y un contrato Ramón y Cajal tiene garantizados los próximos cinco años, que es toda la estabilidad que ofrece la carrera de un científico en un sitio puntero como el CNIC. Era la primera vez que grupos de investigación extranjeros podían optar a la Hughes. “Había 760 solicitudes, y han dado 28. Cinco de ellas a grupos españoles, lo que está muy bien. Hemos sido, junto con los portugueses, los que mejor hemos salido, al nivel de los chinos, con todo su potencial”.
Para el CNIC solo tiene alabanzas. “Son muy generosos, aunque exigen mucho. El ambiente es internacional, y anima ver a tanta gente joven implicada en la investigación”. Después de insistir, solo le ve una pega. “En Estados Unidos la investigación es más fácil. Cuesta menos conseguir los reactivos, los materiales. Quizá es porque son de fabricación estadounidense, o, quizá, por la burocracia. Ahí están más acostumbrados”.
Sobrio, rechaza el postre para pedir un café. Y sale camino del metro. “Todavía me quedan unas cuantas horas de trabajo”.
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