"Sé cuando me miran raro, está en mi sangre"
El Lebrijano recibe el premio a la música del Instituto de Cultura Gitana por obras como 'Persecución', un grito poético contra el racismo
Juan Peña, el Lebrijano, gitano, cantaor e hijo predilecto de su pueblo, aún recuerda cómo su padre se dedicaba a sacar de prisión a compadres encarcelados por no llevar encima la factura de la ropa que vestían. "Mi padre estaba bien considerado en el pueblo", cuenta, "era amigo del juez y les hacía de avalista". Mucho ha cambiado desde que las leyes franquistas obligaban a quien no fuera payo a garantizar que no habían robado lo que tenían, pero el Lebrijano aún lleva la persecución en el cuerpo: "Sé cuándo me miran raro, está en mi sangre", dice por teléfono, "son los cromosomas morenos".
El Instituto de Cultura Gitana, una fundación dependiente del Ministerio de Cultura, premia mañana como músico al Lebrijano con motivo del día internacional del pueblo roma, porque se le conoce en todo el mundo como artista y gitano y por obras como Persecución, donde rememora con versos de Félix Grande la llegada de los gitanos a España. El reconocimiento le emociona más que halagarle, "porque sea el pueblo gitano" el que le reconozca. Lo dice un hombre que posee la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, concedida por Cultura, y que no sabe por qué se la dieron. Quizá fue porque en 51 años de vida dedicada a la música ha parido 37 obras, "y quiero llegar a las 40", dice; o porque en 1979 se convirtió en el primer cantaor flamenco en actuar en el Teatro Real.
Mañana comparte escenario con La Excepción un grupo de rap del barrio madrileño de Pan Bendito. "El tema de la música nos une a todos", explica el cantaor, que ha puesto música a Gabriel García Márquez y que ha fusionado flamenco y música andalusí. No se es más gitano si se canta por soleá que si se recita a ritmo de hip hop porque "el cante es cante", para él la música "es el tiempo interior, el que te hace cantar sin medir".
Ese compás es el que salía de las casas gitanas cuando terminó la guerra civil, en una época en la que su música se convertía en la banda sonora de una nación en la que ellos eran perseguidos. Mientras en los teatros sonaban las bulerías y palos alegres de las óperas de Marchena, "los gitanos nos encerrábamos en casa y cantábamos cantes que duelen", recuerda. "La música buena, duele toda", dice el Lebrijano, que asegura que a él el arte, la gracia, se la dio Dios: "Yo le decía a mi madre, "mámá, ¿yo lloré en tu vientre?", y ella me contestaba que no, que yo canté". Y por mucho que cantar sea llorar, o llorar, cantar, a estas alturas Juan Peña solo quiere "estar siempre alegre".
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