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Reportaje:

La piña se amarga en Costa Rica

El fulgurante crecimiento del cultivo provoca problemas medioambientales, laborales y sanitarios

El hijo mayor de una familia de Kirguistán secuestró hace un año, durante horas, a nueve personas en la Embajada rusa en Costa Rica. Un complejo despliegue policial y diplomático surgió sin tener demasiado claro las motivaciones. Un revólver pequeño amenazaba con dispararse si las autoridades no complacían al muchacho asiático, que parecía actuar en nombre de su familia. Las sospechas giraron en torno a la mafia rusa, la trata de personas o a cobros políticos, pero la conclusión era mucho más tropical: exigía la devolución de 30.000 dólares que había invertido en una plantación de piña.

El dinero era toda una fortuna para la familia kirguís, que acababa de llegar a Costa Rica. Unos amigos rusos le sugirieron que la mejor forma de rentabilizar los ahorros era dedicándolos a la nueva moda agrícola.

De no ser porque el socio era el equivocado, la inversión hubiera sido la acertada, según estudios de autoridades, consultores y las propias cadenas multinacionales, que no paran de convertir en piñales las tierras en las que antes se cosechaba cualquier cosa.

La inversión de los kirguises estaba destinada a la zona norte del país, pero sólo por casualidad. Todas las del sur de Costa Rica han sido tocadas por el verde grisáceo de los enormes cultivos que encuentran en este país centroamericano las mejores condiciones climáticas. La piña ocupa ahora el cuarto lugar en las exportaciones costarricenses de la mano de un modelo que ya ha levantado las críticas de ecologistas, sindicalistas y defensores de la salud pública.

El principal partido de la oposición, Acción Ciudadana (PAC), ha convertido en un debate político los efectos ambientales de las 40.000 hectáreas cultivadas donde trabajan unos 20.000 peones en condiciones cuestionadas por organizaciones laborales. El auge de la piña en Costa Rica es tal que el último intento de las autoridades por reactivar el cultivo de granos básicos topó con que la mayoría de las tierras están dedicadas ahora a la fruta que servirá de postre para estadounidenses y europeos.

Los 485 millones de dólares que el cultivo de piña generó en 2007 parecen justificar casi todo en Costa Rica. Suponen el 5% de las ventas nacionales, sólo por detrás de los componentes de ordenadores que fabrica la compañía Intel. La piña duplica incluso al café, el principal producto que comercia Costa Rica en el exterior.

Las piñeras tienen sitio propio en el campo de influencia nacional. La presencia de compañías multinacionales como Chiquita, Dole y Del Monte, añaden algo de dramatismo a los problemas que han denunciado las organizaciones sociales y el PAC. Además de la intoxicación de tierras con los productos agroquímicos necesarios para colorear, madurar y endulzar la piña, los críticos lamentan las condiciones de explotación de los trabajadores, ya que muchos son inmigrantes nicaragüenses en condiciones ilegales.

El PAC ha criticado también el abuso de las firmas extranjeras sobre los productores independientes. U.R., un piñero de la zona norte del país, se ha visto obligado a vender parte de sus tierras a un inversor turístico canadiense después de que su cliente estadounidense no le pagase la última carga, con el argumento de que no aprobó los controles de calidad. "Igual se llevaron las piñas", lamenta.

La ONG británica Oxfam se ha unido a las críticas al señalar que cinco cadenas alemanas potencian "catastróficas condiciones de trabajo" en Costa Rica y Ecuador. Las acusa de presionar la competitividad para reducir los costes laborales. "En las plantaciones de piñas en Costa Rica las jornadas de más de 12 horas son la norma. El sueldo ronda los nueve euros al día, 75 céntimos por hora", denunció en abril en Berlín la investigadora Marita Wiggerthale. La libertad sindical es un sueño, agregan desde la organización.

La Cámara Nacional de Productores y Exportadores de Piña se ha comprometido a no contaminar, evitar la contratación de menores de edad y discriminaciones, pero lo cierto es que sus promesas han dejado insatisfechos a las organizaciones más críticas.

Los opositores saben que al pasar de Buenos Aires a Puntarenas por la carretera Interamericana, se atraviesa una de las nuevas minas de oro. Y la minería de oro, que se recuerde, nunca ha sido demasiado dulce.

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