«A las Spice Girls les encantan mis cortos»
Charlamos sobre cine, pipas, bakalas y romanticismo con Manuela Moreno, que dirige y hoy estrena ‘Cómo sobrevivir a una despedida’.
A mediados de los 90 todas las niñas sabíamos qué Spice Girl éramos. Tener los ojos azules fue suficiente para que Manuela Moreno (Murcia, 1978) se identificase con Emma Bunton. Diecinueve años después de cantar aquello de I’ll tell you what I want, what I really really want, la directora y guionista presenta su primer largometraje, Cómo sobrevivir a una despedida, que se estrena hoy. Manuela no solamente ha logrado hacer lo que quería, lo que realmente quería, sino que entre el reparto de la película se encuentra su alter ego de la infancia, la mismísima Baby Spice.
“Antes de aceptar el cameo quiso ver mis trabajos, así que le mandé mis seis cortos subtitulados al inglés. Cuando llegó al rodaje, me dio un abrazo y me dijo: "Manuela, soy superfan de tus cortos, me encanta cómo retratas a la mujer. Se lo he pasado al resto de las Spice y están encantadas. Después de este momento, chica, yo me puedo morir tranquila”, recuerda con una sonrisa gigante.
Cómo sobrevivir a una despedida es el gamberro viaje de bajo presupuesto que un grupo de amigos de la infancia (Ursula Corberó, Brays Efe, Natalia de Molina, Maria Hervás), le prepara una despedida a Gisela, que está a punto de pasar por el altar. Las chicas son las protagonistas absolutas, delante y detrás de la pantalla. “En este caso hemos contado con una directora de fotografía mujer, cosa que no es muy habitual en las películas, la productora es mujer, las guionistas también son mujeres”, enumera con orgullo.
Aunque Manuela no ideara la historia, metió mano al guion hasta hacerlo suyo. “Dialogué la película entera, añadí secundarios y metí alguna cosita de trama. En lo que más me he empeñado es en darle naturalidad al hablar, sin perder el humor”. Eso sí, detrás de una comedia hasta arriba de alcohol, disfraces baratos y sujetadores en el ventilador, un mensaje: “Estoy cansada de pensar que entre las tías siempre tiene que haber un pique y que no hay una amistad auténtica. En esta película queríamos reflejar que existe la amistad incondicional entre mujeres”.
No es la primera vez que la murciana trata este tema. Pipas (2013) es un diálogo entre dos amigas con escasos conocimientos matemáticos que disertan sobre la posible infidelidad del novio de una de ellas. Hubo que rodar trece tomas hasta clavar el plano secuencia y entre medias, asegura Manuela, las actrices vaciaron más de diez bolsas de pipas. “Al terminar el rodaje caí en la cuenta de que les podría haber dado bolsas de pipas sin sal. Las pobres acabaron con los morritos hinchados”, se lamenta la directora. El corto estuvo nominado al Goya y se llevó, entre otros, los premios a mejor guion y dirección en el Notodofilmfest.
Al igual que en sus cortometrajes Dolores (2008) y Qué fuerte, tía (2008), las protagonistas de Pipas son bakalas. Porque, aunque ahora viva en el moderno barrio madrileño de Malasaña, Manuela de adolescente llevaba las sudaderas, los calcetines y las gomas de pelo del mismo color, y cuando salía de fiesta sacaba el abanico, también a juego. “Yo tuve mi etapa bakala. Aunque no tan inculta como las protagonistas del corto, porque siempre estudié”, reconoce. “Las bakalas me despiertan mucha ternura, simplemente quieren ser felices, conocer a su chico y estar lo más maqueadas posible. Viven en una ignorancia que da cierta felicidad. Es gente muy entrañable que me inspira a contar historias”.
La biografía de esta perseverante realizadora también es inspiradora. Se plantó en Madrid en 2001 con la intención de hacer cine, sin contactos y sin ningún trabajo que enseñar: “No había hecho ningún corto, solo alguna cosa en el instituto en plan amateur, para practicar y aprender”. Como manda la tradición, trabajó de camarera y, a pesar de no tener conocimientos de Bellas Artes, improvisó un sueldo como pintora y vendedora ambulante. “Habrá mucha gente en Madrid que tenga mis cuadros, me pasaba por las oficinas y ofrecía mis pinturas. Era un rollo neoexpresionismo, mezclas de colores y formas. A la gente le encantaban, me compraban mucho. Firmaba como NUE, que es la mitad de mi nombre”. Esos ingresos le permitieron escribir y dirigir cortometrajes junto a sus compañeros de Cine en la ECAM (Escuela de Cinematografia y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid). Y con su primer trabajo empezaron a destacar en el circuito de festivales. “Todo lo que ganábamos en un corto lo invertíamos en el siguiente”. Esos proyectos han sido su mejor tarjeta de presentación: “He realizado campañas de publicidad para el Real Madrid y si me contrataron fue porque vieron mis cortos y el videoclip. No tuve que enviar ningún currículum”, añade.
Manuela Moreno (con traje rosa) rodeada del reparto de ‘Cómo sobrevivir a una despedida’ en el pasado festival de Málaga.
Getty
Romántica empedernida y 'vouyeur' profesional
Esta treinteañera no ha dejado de creer en el amor peliculero, ese por el que las personas son capaces de urdir planes complicadísimos para acercarse a un amor platónico con el que ni siquiera han hablado. “Me apasiona cómo de repente un desconocido se puede convertir en el protagonista de tu día a día. Trabajo mucho la timidez de personajes que no se atreven a transmitir lo que sienten… y que cuando se atreven ya es tarde”. Esta observadora patológica lamenta que a diario se pierdan ocasiones de relacionarse con extraños: “Ahora ya no puedo ligar en el metro, todo el mundo está con el móvil, ya no hay cruces de miradas. Con las redes sociales nos perdemos muchas cosas, incluido conocer al amor de tu vida”, sentencia.
Afortunadamente, el superpoder del escritor es inventarse realidades que encajen con su idea de mundo perfecto. “En Lo sé (2013) hay una escena en que la protagonista va todo emocionada a ver a su novio, le da un regalo muy especial, el otro se queda callado… y ella intuye que la va a dejar. Ella no quiere escuchar esas palabras, así que sale corriendo, como si corriendo huyera de ese momento. Ese momento realmente lo viví yo, solo que yo no salí corriendo y es lo que me hubiera gustado hacer, en lugar de poner la cara de imbécil que pones cuando te abandonan”. Lo cuenta entre risas y no es para menos: convertir una situación humillante en un cortometraje con cuatro premios nacionales es la mejor manera de superar una ruptura. “Sí es verdad que espero más de la vida y como no lo tengo me la invento”, concluye.
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