¿Puede el chándal blanco de la vicepresidenta colombiana Francia Márquez poner en vilo a un país?
La osadía estilística de la primera mujer afrodescendiente que llega a este cargo en el país latinoamericano ha desatado una avalancha de críticas e indignación que revela todos los vetos de clase y de raza que operan diariamente sobre su figura.
Un chándal blanco tiene conmocionado a Colombia. Se trata del atuendo que eligió la vicepresidenta Francia Márquez para reunirse con el cónsul colombiano en su residencia en El Cairo, Egipto, en la antesala de la participación que hará la política en la COP27, donde liderará una conferencia sobre cambio climático y justicia racial. Al ver a esta mujer del Pacífico colombiano que ha llegado de forma histórica al segundo cargo más importante del país vestida en sudadera y reunida con diplomáticos y políticos, muchas imágenes se vienen a la cabeza.
En la residencia de Colombia en el Cairo, nos recibe el Cónsul Carlos Hurtado Pérez. Vamos rumbo a la #COP27 donde abordaré temas fundamentales para enfrentar la crisis climática mundial: #JusticiaRacial y el rol de las mujeres y la juventud en el cuidado de la casa grande. 🌎 pic.twitter.com/FATBT4UljT
— Francia Márquez Mina (@FranciaMarquezM) November 8, 2022
Aparecen, por supuesto, las evocaciones de Evo Morales y el jersey de lana de alpaca que eligió para su primera gira por Europa como presidente de Bolivia y que desafió todos los cánones de la elegancia cuando fue fotografiado -sin camisa, ni corbata, solo con su saco-, junto al rey Juan Carlos, de España. Se vienen a la cabeza también imágenes de Hillary Clinton a quien le llovieron críticas y rechazos cuando como secretaria de estado durante la administración Obama, osó romper las expectativas y salir con su pelo sin peinar y apenas recogido con una coleta detrás. A pesar de las responsabilidades que estaba asumiendo entonces, el pelo descuidado cuestionó su idoneidad para el cargo. Más recientemente, la osadía estilística de Francia Márquez parece revivir los vilipendios de los que no se salvó ni el presidente francés Emmanuel Macron, que levantó ampollas cuando en un día festivo y con barba de unos días, quiso salir con sudadera ante las cámaras para dar a entender que la política internacional estaba tan revuelta que no había ni tiempo para los artilugios del vestir. La elección de Francia Márquez nos podría remitir también a otros líderes de la izquierda latinoamericanos como Fidel Castro y Hugo Chávez, que salieron en deportivas y chándal tantas veces que convirtieron el look en la etiqueta más digna para asistir a reuniones de estado.
Pero la lectura que ha desatado el chándal de Francia Márquez y que ha levantado una polémica acalorada en Colombia parece ir por otros territorios más espinosos que los meros desafíos a los formalismos elegantes y rígidos de lo político. Una de las primeras y más cuestionables relaciones que ha suscitado el atuendo tiene que ver con los preuicios asociados a la clase social, que han visto la sudadera como una prenda propia de las clases más oprimidas. “Las críticas revelan preocupantemente con lo que se vincula una sudadera en Colombia. La asocian al trabajo doméstico, a los sectores populares y los trabajos del cuidado. Lo que subyace a eso es una etiqueta racista sobre quién presta esos servicios en este país. Ahí hay un entramado de raza y clase que se mezcla muy fuertemente en la figura de Francia Márquez”, explica el académico Edward Salazar, autor del libro Estudios de la Moda en Colombia.
Francia Márquez nació en el departamento del Cauca, en una zona al sur del país históricamente olvidada por el Estado. Es una mujer sencilla, que se hizo líder de su comunidad para luchar contra la minería que socava la seguridad de su territorio. Fue empleada doméstica y también estudió derecho para poder llevar sus luchas a otros lugares de representatividad política. Su voz se hizo tan potente que recibió el Premio Goldman, una especie de premio Nobel en temas medioambientales y ha sido una de las mujeres más votadas en la historia política de Colombia, y, sin embargo, una sudadera blanca la emparenta, según sus detractores en redes, más directamente con los dignos trabajos domésticos que con los de la política. “Cuando eres una mujer negra llegando a estos lugares de toma de decisión y de poder, parece que no pudieras relajarte, ir informal o cómoda, porque lo que se espera es que demuestres, a través de todo lo que sea simbólico, que tú estás haciendo un doble esfuerzo, porque estás en un lugar que no debería ser ocupado por ti”, asegura, por su parte, Carolina Rodrígez escritora colombiana, creadora del podcast Manifesto cimarrón, donde aborda temas sobre racialidad y resistencia. “Este escándalo habla mucho del racismo sistémico en el país, de los prejuicios de la mujer en la política y, sobre todo, de la mujer negra en la política, que tiene que parecer laboriosa, esforzada, elegante, sofisticada siempre”.
En realidad, con su decisión de comodidad, Francia Márquez ha levantado una verdadera afrenta a esa idea de “respetabilidad”, que la profesora de la Universidad de Georgetown, Nadia E. Brown, en su libro ‘Sister Style’ ha planteado como una estrategia de “supervivencia” para las personas afrodescendientes. Desde los años 60, cuando la comunidad afro en Estados Unidos, con Martín Luther King a la cabeza, lideró todos los movimientos por la defensa de sus derechos, las mujeres y los hombres empezaron a vestir trajes elegantes: ellos siempre de corbata y ellas con faldas en forma de A, tacones y guantes, porque no era lo mismo que un policía golpeara a alguien que iba en vaqueros que a alguien que iba de traje.
Así las cosas, la imagen de Márquez fotografiada en chándal, en la residencia del cónsul, a puertas de una de las grandes cumbres políticas del momento, es realmente una declaración de no miedo, de merecimiento, de alejarse de los trajes que han protegido a su comunidad y de vincularse quizás con uno de los trajes más estigmatizados para las personas afrodescendientes. Por que sí, parece imposible pasar por alto el valor político de haber elegido, justo para su primera primera gran aparición internacional, una sudadera con capucha, que ha sido la responsable de que cientos de jóvenes afrodescendientes hayan sido estigmatizados injustamente por la policía como posibles delincuentes. “Esta polémica muestra además la folclorización de la propia Francia. Siempre se espera que esté vestida con telas africanas y telas del Pacífico y si se sale de ese código étnico en su vestimenta no está atendiendo al discurso de “así se ven las mujeres negras en el poder”. Ella rompe estereotipos y muestra en muchos niveles que las mujeres negras tienen múltiples dimensiones y son complejas a través de su ropa, de sus actitudes, a través de todo lo que la compone a ella como ser humano y como figura política”, añade Carolina Rodrígez.
“Cada persona es libre de encontrar su lugar. Francia, por ejemplo, no lleva turbante, y la mayoría de mujeres del Pacífico lo llevan, pero sí lleva su pelo afro rizado natural o trenzado. Hay personas negras que no quieren tener una identidad esquematizada en lo racial y no pasa nada. Si ella se pone un vestido sin señas de identidad, ella sigue siendo lo que es, una mujer negra, lideresa, una voz del territorio en cuerpo de mujer”, sentencia por su parte Jenny de la Torre Córdoba, doctora en estudios de género y mujer decisiva en procesos de reconocimiento étnico en la constitución colombiana de 1991. La sudadera de la vicepresidenta colombiana no es más que una sudadera, que seguramente usó después de un extenuante viaje a Egipto sin más pretensión que sentirse cómoda y, aunque parezca una acción desafiante, ella y todas las mujeres políticas deberían tener cada vez plena autonomía sobre lo que hacen con su cuerpo y con su vestido.
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