De «agarrarse a la coleta» a los «morritos» de Pajín: las penosas raíces del insulto político machista en España
Las declaraciones sexistas del diputado Movellán sobre las mujeres de Podemos no son un incidente aislado en la política española.
“Las mujeres (de Podemos) solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta”, dijo el pasado lunes el diputado del Partido Popular por Cantabria, Diego Movellán. Lo hizo durante la comparecencia de la ministra Yolanda Díaz en la Comisión de Trabajo del Congreso de los Diputados. “Hablan mucho sobre igualdad en su partido y su propio líder nos ha dejado claro que ahí dentro las mujeres solo suben en el escalafón si se agarran bien fuerte a una coleta, que para eso son ustedes como el cuento de Rapunzel”, destacó el parlamentario, en referencia al secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, que ha designado a Díaz como su sucesora en la vicepresidencia del Gobierno y la ha señalado como candidata perfecta para liderar el partido en las próximas elecciones generales.
Tal y como ocurrió con las declaraciones de Carmelo Romero –otro diputado de la bancada popular que gritó hace unos días a Íñigo Errejón «¡Vete al médico!«, menospreciando en este caso que se reformulase una estrategia nacional de atención psicológica–, el vídeo se hizo viral a los pocos minutos de suceder por lo machista y ofensiva de la frase. Pero a diferencia de ese grito espontáneo, lo de Movellán fue totalmente premeditado. Aquí el improperio venía presuntamente preparado de casa. En su cabeza debió de sonar espectacular mientras la preparaba: una metáfora con doble combo sobre supuestas mujeres trepas y arribistas que no son nadie si no se apoyan en un hombre. Cómo, si no, van a tocar poder las mujeres de la izquierda. Porque su frase no solo apuntaba a Díaz, aquí también pillaba a Irene Montero, a la que se degrada políticamente de forma frecuente por ser pareja de Iglesias. Lo inesperado para el diputado fue que ese machismo primigenio del que hizo gala ya no tuviese cabida en una comisión institucional con micrófonos y cámaras de por medio. “Todos los españoles sabemos cómo funciona su partido y los nombramientos”, señaló, acogiéndose a una falsa disculpa en un intento de retirar sus palabras, pero reincidiendo, de nuevo.
Lo de Movellán no es un hecho aislado. El cántabro sabe que en España el macho político faltón es un clásico que nunca muere. «Cada vez que veo los morritos de Leire Pajín pienso lo mismo, pero no lo voy a contar aquí», dijo en 2010 el alcalde de Valladolid, Francisco Javier León de la Riva, graduado cum laude en sexismo político y que esta vez decidió hablar sobre la que fuese ministra de Sanidad entre 2010 y 2011, a la que veía como una «chica preparadísima, hábil, discreta, que va a repartir condones a diestro y siniestro por donde quiera que vaya y que va a ser la alegría de la huerta». Sobre María Dolores de Cospedal, un edil de Izquierda Unida malagueño, Diego Díaz Jiménez, tuiteó en 2013 para compartir con el mundo la siguiente frase: «No es malota sexualmente». El que fuese concejal del Bloque Nacionalista Galego en Cambados (Pontevedra), Xaquín Charlín González, llamó «chochito de oro» a la entonces vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría por una factura de 40.000 euros en el ginecólogo.
En la categoría en la que se encuentran el clasismo y el machismo está el concejal del PP en Palafolls (Barcelona) Óscar Bermán, que aseguró que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, debería estar «limpiando suelos y no de alcaldesa». Y el exministro José Bono, que en 2005 espetó: «Esperanza Aguirre es de las que besa a mediodía y muerde por la noche, de una manera que no es acorde con su aristocrática posición». También soltó su píldora sexista Miguel Arias Cañete: «Si haces un abuso de superioridad intelectual, parece que eres un machista y estás acorralando a una mujer indefensa», aportó el exministro como valoración al trato que había ofrecido a su oponente, Elena Valenciano, en un debate en televisión en la campaña para las elecciones europeas de 2014. Y no solo pasa en la nueva política, aquí se ha hecho escuela y hay pilares sobre los que el machitus politicus aspira a reflejarse. Alfonso Guerra, el mismo que dijo en 1986 según recogía el desaparecido Diario 16 que había que «convivir con la economía sumergida como con algunas mujeres; porque no se las puede eliminar por decreto», se refirió a la ministra Soledad Becerril (UCD) como «Carlos II vestido de Mariquita Pérez». Manuel Fraga dijo en 1997 sobre la entonces portavoz socialista de Educación en el Congreso, Clementina Díez, que «lo único interesante que esa señora exhibió fue su escote».
Existe un dicho al que se aferra la escritora Ijeoma Oluo y que recoge en su recomendable libro Mediocre: The Dangerous Legacy of White Male America: «Works according to design» («Pasa porque está diseñado para que pase»). Ese es el mantra sobre el que se apoyan ella y sus compañeras activistas racializadas, la frase que se repiten cada vez que asisten a momentos donde poner los ojos en blanco en comunión, ante el descaro de hombres (blancos) que mantienen su poder pese a su evidente mediocridad en la vida. Oluo cuenta que esa mediocridad blanca es la que «mantiene un status quo violento, sexista y racista», que esos hombres mediocres son los que, al fin y al cabo, «hacen la mayor parte del trabajo sucio y toma de decisiones que mantienen los sistemas de poder». Por su libro transitan ejemplos de titanes empresariales, de dueños de clubes deportivos y políticos demócratas. «Casi todos escapan de la indignación cultural que despiertan y de asumir la responsabilidad de sus hechos», escribe. No solo pasa en EE UU. Aquí también muchas ponemos los ojos en blanco cada vez que escuchamos a uno de esos políticos bajar al barro de la mediocridad, creyéndose ingeniosos, diciendo lo de los «morritos» o «agarrarse a la coleta» a una rival política. Pasa porque está diseñado para que pase.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.