Xuan Lan, gurú de yoga: “Ganar demasiado dinero, demasiado fácil y demasiado rápido no es natural”
La profesora de yoga que triunfa en las redes sociales publica ‘La buena hija vietnamita’, un libro en el que invita al lector a buscar su propósito en la vida tomando su fascinante historia personal como hilo conductor de las enseñanzas
Xuan Lan no buscaba ser un referente del yoga. Ni la principal embajadora de la espiritualidad, el autoconocimiento y el mindfulness en habla hispana, con un par de millones de seguidores en redes sociales, varios libros publicados y una pionera plataforma de pago. Esta parisina, desencantada con una trayectoria personal y profesional ceñida a los rigores del mundo corporativista en un puesto en banca digital, decidió darle una patada al tablero. “Descubrí este camino porque quise conocerme mejor y acabé encontrando un propósito de vida para mí”, añade la profesora y experta en bienestar afincada en Barcelona. Con su nuevo libro, La buena hija vietnamita, Lan profundiza por primera vez en su historia personal como hilo conductor de sus enseñanzas e invita al lector a reflexionar junto a ella sobre su propio camino vital.
Sostienes que escribir este libro ha sido terapéutico para ti.
Lo que a menudo hacemos con un psicólogo, repasar cada decisión desde la infancia, yo lo he hecho sola. Recordar todas estas elecciones ha sido un trabajo difícil no solo de memoria, también de aceptación y reconocimiento de errores. He pedido autorización a mis padres para contar esta historia, he hablado con mi hermana porque durante muchos años estuvimos muy separadas y me ha ayudado a reconectar con ellos. Ahora me piden leer el libro, así que tengo que buscar un buen traductor de francés.
¿Y por qué titularlo como ‘la buena hija vietnamita’?
En Francia la ola de inmigración vietnamita se integró muy bien en la sociedad porque fue muy tranquila y discreta. Los niños son buenos alumnos, trabajan bien, son callados y no hacen ruido… es un cliché allí. Yo siempre fui una buena hija vietnamita porque hacía lo que me decían mis padres y nunca tuve una crisis de adolescencia. Mi rebeldía fue tardía, cuando dejé un trabajo estable para ser profesora de yoga. La gente tiene su crisis de adolescencia a los 14 años y yo la tuve a los 35. Decidí que no quería trabajar más en el mundo financiero y que iba a hacer lo que me diera la gana.
Cuando te saliste del camino marcado por tus padres, ¿pasaste a ser la mala hija vietnamita?
No. Lo respetaron, pero no lo comprendieron. Nunca se habían acercado al mundo del yoga y, la verdad, no hubo ni comentarios. No me dijeron, ‘Mucha suerte hija, espero que te vaya bien’. Solo silencio y respeto, no lo entendían. La aceptación llegó un poco más tarde.
Cuentas que el pudor asiático no es un mito y que en tu casa no había ni besos ni abrazos. ¿Cómo llevas las muestras de cariño hacia ti de parte de tantos miles de seguidores?
Con la edad me he adaptado, pero choca. Sobre todo, en Latinoamérica, que la gente es de tocar y abrazar fuerte. Cuando tras una master class hay 200 personas esperando a darte un abrazo, es difícil. No es natural para mí abrazar de manera tan cariñosa a desconocidos, pero recibo tanto agradecimiento y tanta energía que los disfruto. Acaba siendo un regalo muy importante.
Tras haberte convertido en una figura tan mediática, ¿queda algo de esa niña introvertida de tu infancia?
Sigo siendo tímida. Cuando estoy rodeada de mucha gente me cuesta mirar a los ojos y prefiero pasar desapercibida. Al subirme al escenario me transformo, como les pasa a los actores, pero no soy una persona que se abra fácilmente ni siquiera con mis amigos. No hablo mucho, no suelo contar mis emociones y mis problemas. Gracias al trabajo de crecimiento personal y desarrollo espiritual he conseguido abrirme un poco más. Soy una mejor versión de la misma niña vietnamita.
Con origen vietnamita y tras vivir en París, Nueva York o Barcelona, ¿a qué lugar llamas casa?
Mi casa es España, claramente. Llevo muchos años aquí, pero me siento ciudadana del mundo. Prefiero evitar las fronteras y, ahora que todo el mundo viaja, nos damos cuenta de que nos necesitamos los unos a los otros. En el budismo hay un concepto que es el de la interdependencia. Una persona ha cultivado el algodón de la prenda que vistes, otra lo ha hilado, otra lo ha confeccionado, otra lo ha transportado hasta ti y una última te lo ha vendido en una tienda. Son personas de, quizás, cinco países distintos, que nunca vas a conocer. Por eso no hay fronteras: nos las necesitamos, somos interdependientes y tenemos que respetarnos.
Muchos te conocieron por primera vez por tu paso como profesora de yoga en Operación Triunfo. ¿Cómo cambió tu vida el programa?
OT me abrió a un público más joven. La mayoría de mis alumnos son adultos, así que nunca tuve una atención tan fuerte de los jóvenes como en aquellos días. La gente me reconoce ahora por todas partes, pero se acercan con mucho respecto y es muy gratificante cuando te dicen que su vida ha ido a mejor gracias a ti. Hace unos días me encontré a Amaia por casualidad en una fiesta, hablamos sobre mi libro y su próximo álbum, y me hizo mucha ilusión verla. Ella tiene un propósito de vida, la canción, y siempre lo ha sabido. Vivimos mejor cuando sabemos por qué nos levantamos, cuando tenemos una razón para hacerlo.
Defiendes en el libro que el viaje interior importa más que el destino final, pero todos parecemos tener un objetivo muy concreto en nuestra mente.
El problema es que nos enfocamos en lo que está pasando fuera: la vida de los demás, las redes sociales, los famosos que tienen más dinero, el coche más grande… Mirar siempre hacia fuera hace que lo que nos estimula sea lo que no tenemos y crea frustración. Deberíamos mirar más hacia el interior y estar agradecidos por tener un trabajo, unos hijos, una casa, unos padres… eso haría que nuestra vida fuera mucho más plena. Buscar el momento presente y disfrutar de ello; no mirar siempre el objetivo y la meta. Pero no es fácil, hay que ir a contracorriente.
Da la sensación de que tu vida es perfecta, siempre equilibrada y bajo control. Ayúdanos a desmontarla: ¿hay algo que haga mal Xuan Lan?
No soy una gran cocinera y cuando invito a mucha gente a mi casa tampoco lo gestiono bien, no soy una persona muy extrovertida. Por supuesto que tengo estrés con una empresa de 15 empleados con muchas reuniones e informes que rellenar. Incluso ahora mismo tengo una perrita en casa que amo, pero que me ha sacado de mi zona de confort porque, como es cachorro, me obliga a limpiar el suelo tres veces al día (ríe). La gente se cree que todo es perfecto porque no cuento mi vida personal. No hablo de mis penas y mis alegrías, no muestro mi casa ni cómo desayuno en pijama; mi misión es divulgar el yoga. Quiero aportar algo de interés a mis seguidores, no estoy para decirles que hoy me he hecho un café.
Residiste en Nueva York en la época de los lobos de Wall Street. ¿Te sentiste atraída por ese estilo de vida?
Nunca fui parte de su tribu, pero era fascinante ver a gente tan joven gastarse tanto dinero en las tiendas o cuando salían de fiesta. Fascinante, pero también daba miedo. Mis padres siempre me inculcaron que el valor del esfuerzo, de trabajar para ganar dinero y disfrutarlo es importante. Ganar demasiado dinero, demasiado fácil y demasiado rápido no es natural. Nunca me acerqué mucho porque tampoco podía seguir su ritmo. No me daban envidia.
¿Qué has aprendido sobre ti o sobre tu familia al escribir este libro?
Hay anécdotas de mis familiares en Vietnam que han sido un descubrimiento. Cada uno tuvo que buscarse la vida para salir de allí en un momento en el que o te marchabas, o te tenías que quedar para siempre. Algunos lo consiguieron, otros no. A veces nos quejamos de la inmigración y se oyen muchas noticias, cifras en la televisión… pero la vida de alguien que huye de la guerra es tremenda. Lo de llegar a un país sin recursos y empezar tu vida desde cero hay que haberlo vivido para entenderlo.
Durante mucho tiempo el yoga ha tenido fama de pijo. ¿Echas de menos más alumnos pertenecientes a la clase media y baja en tus clases?
El yoga nunca ha sido una actividad de personas adineradas. Siempre ha habido clases gratuitas en las calles y en las playas, y tiene un punto hippie de la cultura del flower power y los primeros yoguis de los setenta y ochenta. El yoga ha sido más accesible a nivel económico que, por ejemplo, el pilates, pero no siempre se encontraban profesores. Ahora están por todas partes. Yo tengo una plataforma de pago con muchísimo contenido (XLY Studio), pero mantengo público mi canal de YouTube para aquellos que no se pueden permitir una cuota mensual.
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