«Casi no quedo con nadie y eso no ha sentado bien a parte del grupo»: la paranoia por perder amigos en la pandemia
Algunas personas sienten que si rechazan ciertos planes van a dejar de llamarlas o que van a perder la confianza con la otra persona. Hablamos con expertos sobre el miedo a enfriar las amistades ahora que la forma de relacionarnos es completamente distinta.
Estado de alarma. Confinamiento domiciliario. Desescalada por fases. La nueva normalidad con distancia de seguridad. La mascarilla obligatoria para absolutamente todo. Las vacaciones menos vacaciones de la historia. La vuelta y los rebrotes. El terraceo con un máximo de seis personas. Y así, un largo etcétera de medidas que se van, pero vuelven con el objetivo de contener la propagación del mismo virus que nos encerró durante dos meses la pasada primavera.
A pesar de que muchos todavía estamos asumiendo los cambios de conducta que exige la pandemia, los nuevos datos emitidos por el Ministerio de Sanidad señalan la interacción social como una de las raíces del problema de la transmisión comunitaria: el 31% de los brotes de coronavirus en nuestro país tienen lugar en bares y reuniones familiares.
Al margen de la estadística, nos encontramos con personas que se han tomado muy en serio el concepto de nueva normalidad y, tras culminar la desescalada, han continuado limitando su vida social a un pequeño grupo burbuja. Sin embargo, seguir las recomendaciones epidemiológicas al pie de la letra y limitar los contactos sociales, también trae consigo consecuencias psicológicas.
Por mucho que las redes sociales, las videollamadas y los Whatsapp repletos de stickers personalizados nos ayuden a mantener el contacto con nuestro círculo, estas interacciones no satisfacen todas las necesidades emocionales que buscamos en las relaciones.
“Somos seres sociales y aunque la comunicación online nos ayuda a suplir la necesidad de estar en contacto con otra gente, seguimos demandando otros factores de la sociabilidad como el contacto físico o la simple cercanía de tener a alguien al lado. Al final, son esos momentos los que promueven el buen humor, la risa y también la complicidad que puede surgir con las personas, cuando estamos cerca y no a través de una pantalla”, explica Celia Martínez, psicóloga especializada en perspectiva de género.
Sin embargo, el coronavirus ha cambiado la forma de relacionarnos y, ahora, no sólo tenemos en cuenta dónde quedamos para tomar un café, sino que nos paramos a pensar cuántos vamos a ser, si ese sitio está al aire libre y si las personas con las que vamos a juntarnos son pro mascarilla o no. Y precisamente esta sensación de intentar tenerlo todo bajo control, además de desgastarnos a título individual, también debilita el trato con otras personas.
“Desde que nos desconfinaron apenas quedamos con nadie y eso no sentó muy bien a una parte de nuestro grupo de amigos. Aunque en verano sí que hicimos alguna barbacoa o jornada de playa con más gente, en general, tanto mi pareja como yo estamos aprovechando para estar con la familia o hacer cosas por nuestro lado. Entiendo que puede llegar a molestar, pero tampoco nos apetece estar todo el día por ahí con la que está cayendo” detalla Lorena Fernández, dependienta de 33 años y natural de Avilés.
En línea con la situación que describe Fernández, Celia Martínez sostiene que los cambios de conducta que exige la gestión de la pandemia están reflotando un miedo muy grande a la soledad: “En muchos casos, cuando aparece esa tensión en las relaciones sociales (derivada de la disparidad de criterio), es precisamente porque el miedo a quedarnos solos está detrás. En terapia, veo muchas mujeres que sienten que si rechazan ciertos planes van a dejar de llamarlas para tomar un café o que van a perder la confianza con la otra persona. También me encuentro con mucho miedo al conflicto, a expresar la propia opinión o a decir ‘esto no quiero hacerlo’. Y, al final, lo que hay debajo es un miedo a que nuestro círculo social nos abandone, cuando es algo que no deberíamos de pensar en una relación de amistad sana”, argumenta Martínez.
Lejos de ser una sensación subjetiva e inherente a la realidad pandémica que vivimos en España, el miedo a quedarnos sin amigos también está presente en otros países donde el coronavirus está golpeando con uerza. Sin ir más lejos, el magazine norteamericano The Cut, hace unas semanas, se hacía eco de la misma paranoia respecto a la amistad. Como consecuencia de ver menos a nuestros amigos cara a cara, pensamos que éstos están enfadados con nosotros.
Jara Pérez, psicóloga especializada en terapia sistémica y psicología transfeminista, cree que esto también se debe a que “estamos más en alerta y, como consecuencia de este estado, tendemos a hacer malas interpretaciones sobre todo lo que pasa a nuestro alrededor. Cuando nos sentimos vulnerables nos protegernos más y muchas veces esa protección pasa por estar en ‘sobre alerta’. Nuestro cuerpo nos avisa de los peligros y, dependiendo del nivel de incertidumbre que manejemos, este nivel de alerta puede magnificarse”, detalla.
Sin embargo, por mucho que entendamos e interioricemos que estamos sacando más interpretaciones de las necesarias de las historias de Instagram de nuestros amigos, la pandemia también está sirviendo para valorar la calidad de nuestras relaciones sociales: “El ritmo de vida que llevábamos antes de la pandemia nos ha hecho establecer en ocasiones relaciones de amistad un poco superficiales o excesivamente contextualizadas. Por ejemplo, el grupo de amigos para salir de cañas o el grupo para hacer deporte. Y, claro, cuando eliminamos estos factores que ahora no podemos desempeñar de la misma forma, hay quienes se dan cuenta de que aquellas personas que consideraban amigas o muy cercanas, realmente no lo son tanto”, apunta Celia Martínez.
“He llegado a la conclusión de que prefiero hacer cosas con gente que tiene la misma percepción del riesgo que yo. No quiero estar en un grupo donde siento que me están mirando con lupa si me echo gel hidroalcohólico 20 veces o me dejo la mascarilla cuando el resto se la quita. Además, me he dado cuenta de que no estoy cómoda en espacios cerrados. De hecho, creo que no quiero ir más a casa de nadie ni que nadie venga a la mía. Me emparanoio muchísimo y luego lo paso mal”, expone Lorena Fernández.
Jara Pérez afirma que lo único que podemos hacer en situaciones como las que describe Fernández es comunicarnos de forma asertiva , pero más allá de eso poco más se puede hacer: “A veces estas tensiones no dependen tanto de la persona que quiere protegerse del virus haciendo un tipo de planes y no otros, sino más bien de quien interpreta estos límites como una cuestión personal. Cuando tú tienes una necesidad, como es protegerte o cumplir con las medidas de distanciamiento, ¿qué más puedes hacer además de comentarlo?”, plantea.
Malos tiempos para hacer nuevos amigos
Pero la dificultad de socializar en tiempos pandémicos, no sólo radica en mantener las amistades de siempre, sino también en intentar conocer a gente nueva. Y es que, si hacer nuevos amigos cumplidos los 30 años ya era una tarea ardua en la vieja normalidad, aún lo es más cuando la gente se detiene a elegir con quien se toma una cerveza en pro de sentirse lo más cómodo o seguro posible.
Cintia Corredera es una de las personas que se están enfrentando a la realidad de recomponer su vida social tras una ruptura en mitad del confinamiento: “Como me mudé con mi pareja a su ciudad de origen (Madrid) todo el círculo social que construí más allá de mi propio trabajo, era el suyo. Al terminar la relación en mitad de la pandemia, me di cuenta de que tenía que reaprender a afrontar el duelo. Las herramientas basadas en lo social con las que antes afrontaríamos una ruptura, ahora no están. Ya no puedes acogerte a las relaciones sociales todo el rato para superarlo”, relata esta diseñadora visual de 33 años.
“Aquellas personas que al igual que yo se encuentren en una situación de ruptura con su círculo social anterior verán que es prácticamente imposible crear uno nuevo y eso dificulta mucho ir superando las etapas necesarias para pasar página. Antes, si un día te levantabas con un problema, pero después de trabajar tomabas un café con una amiga y lo hablabas, lo relativizabas, al final, lograbas salir de tu burbuja y volver a casa mejor. Ahora eso para mí ha desaparecido”, comenta.
El coronavirus atraviesa tanto la gestión de nuestras propias vidas que quedar con gente desconocida en una ciudad tan abierta como es Madrid se ha vuelto todo un reto. Corredera percibe que existe cierta desconfianza a abrir el grupo de amigos porque la gente teme que los nuevos integrantes no tengan el mismo nivel de concienciación respecto a la epidemia que ellos.
“Teniendo en cuenta que actualmente los grupos son algo así como grupos burbuja y que es prácticamente imposible poder entrar en uno de ellos, depositas tus esperanzas en los compañeros de trabajo, pero esto también se ha vuelto muy complicado. Hacerte amiga de una compañera con la que hablas a través de una reunión en remoto es difícil y, más cuando sabes que ahora la gente sólo queda con sus círculos confianza y no contigo que acabas de llegar a la empresa”, expone Corredera y añade que, a su juicio, a esta pandemia “sólo van a sobrevivir las relaciones reales y fuertes”.
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