Contigo pan y normalidad
“Le tengo miedo al pero, vivimos en una época en la que se usa demasiado”
Me piden que escriba sobre parecer normal y no serlo, y yo pienso en un pan de aceitunas. Tengo un pedazo a mi izquierda que pellizco y saboreo. Acaba de llegar en una caja protegida por hojas de El Norte de Castilla. Es el mejor pan que he comido en mucho tiempo y sé de qué hablo porque soy panófila, como soy masajófila y piscinófila. Lo probé durante un viaje a Frómista, un pueblo de Palencia que tiene una iglesia románica, San Martín, que es un poema en piedra; lo vendía la panadería Salazar. Cuando algo me gusta intento no olvidarlo y este pan era ambrosía, así que busqué y descubrí que se podía comprar online. Esa panadería parecía normal y no lo era y por eso, aunque esta columna deba hablar de bienestar, es justo que aparezca porque es puro bienestar. El que me interesa supera las cremas y faciales y es estético, sensual, intelectual: es un pan de aceitunas, una mascarilla mientras veo una película que me sé de memoria y una pedicura en invierno. Momentos que parecen normales y no lo son. Hay cosmética y lugares que son como ese pan: algo que parece natural y no lo es. Cuidado con las conjunciones: no es lo mismo decir “pero no lo es”, tristón como buena adversativa, que “y no lo es”, mucho más amistoso, como la copulativa que es. Le tengo miedo al pero, vivimos en una época en la que se usa demasiado.
Hace poco estuve en Londres y descubrí un espacio que por fuera parecía uno más, sin embargo, en su fachada había un rótulo en el que ponía Self Space. Es una cadena de centros para el mantenimiento diario de la salud mental. Basándose en la premisa de que “we are all messy” (todos estamos hechos un lío), propone conversaciones de media o una hora para aliviar situaciones que duelen. Aún no sé si es una idea preciosa o perversa. No todo el mundo puede, ni quiere ni necesita someterse a una terapia de largo recorrido: a veces solo quieres hablar. No todo el malestar exige un psicólogo: en ocasiones es suficiente con tener más luz en casa, mejor sueldo o trabajar menos. Me incomoda que Self Space embellezca la necesidad de compartir, que la convierta en cool. Se podría hablar de la soledad en las ciudades o de lo cucús que estamos, pero creo que hay más detrás. Sigo sin saber cómo colocarme ante este lugar que por fuera parece normal y por dentro no lo es.
“Por fuera parece normal y por dentro…”. Esta frase es más fácil aplicarla a un espacio que a una persona, porque la mayoría de la gente que parece normal lo es; el hábito no es que haga al monje, es el monje. Exige una autoestima alta camuflarse entre la normalidad sabiéndose diferente. En un piso normal en el norte de Madrid está The Healing Room. Allí, Arantxa, una mujer serena, ha desarrollado un tratamiento de belleza basado en el método Sculptural Face Lifting; es manual y se centra en el escote, cuello, rostro y cráneo. Por fuera, ese lugar parece normal y no lo es. La peluquería a la que acudo cada tres semanas tres a retocar mi raíz es normal y no lo es porque quienes eligen el color y me lo aplican son agradables en su normalidad y me ofrecen revistas del corazón, que son para mí como un retiro de yoga en la Provenza. Esos momentos parecen normales, son silenciosos y se camuflan en el día a día entre otros que brillan más.
Recoge Bob Pop en Días simétricos una cita de Herzog en su Conquista de lo inútil que dice así: “Siento una gratitud absoluta hacia los días discretos, sin desgracias”. Repito mucho esta cita. Yo también los agradezco, son esos días que parecen normales y no lo son. Lo raro es vivir. Ojalá un año repleto de días normales, discretos, sin desgracias. Y con pan de aceitunas.
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