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La tiranía de las medias: una historia de poder y control que Meghan Markle intentó desafiar

Que la duquesa de Sussex reniegue de las medias de cristal no es casual: llevan décadas simbolizando mucho más que una supuesta elegancia

Meghan Markle
Amaia Odriozola

“¿Es posible ser cercana y, al mismo tiempo, una duquesa?” A la pregunta, dirigida a Meghan Markle en una reciente entrevista con Emily Chang en el programa de televisión The Circuit, le sigue una respuesta con dardo: “Simplemente estoy siendo yo misma. Creo que probablemente era diferente hace unos años, cuando no podía expresarme tanto… Siendo honesta, eso no era muy propio de mí. No había visto medias de cristal desde las películas de los 80, cuando venían en el formato de un huevo”. La duquesa de Sussex se refería a L’eggs, la marca de medias lanzada en 1969 por el fabricante de camisetas y ropa interior Hanes. Con esta frase, también estaba insinuando que ella es producto del presente, no como las medias de cristal que debía llevar según un protocolo -al parecer no escrito- de la familia real británica. “Es un ejemplo tonto, pero es un ejemplo de cuando puedes vestirte como quieres, decir la verdad y presentarte en público de forma natural y auténtica; eso es sentirse cómoda contigo misma. Y eso, por supuesto, ha tenido diferentes etapas en mi vida”, continuó Meghan, vestida con un conjunto amarillo la firma californiana Jenni Kayne de jersey de cashmere y falda plisada (que sus fervientes detractores ya se han encargado de señalar que esta está hecha de poliéster y que el “look” está fabricado en China). Por supuesto, no llevaba medias y sus sandalias eran las famosas Orán de Hermès.

La percepción de las medias transparentes como símbolo de opresión no es exclusiva de Meghan, pero su experiencia cuenta bien las tensiones ideológicas, y casi políticas, que ha ido atrapando a esta prenda en apariencia tan inocua.

La primera vez que Meghan no llevó medias -al menos la primera vez que importó que no lo hiciera- fue en el anuncio de su compromiso con el príncipe Harry en 2017. Los más afectados monárquicos británicos vieron entonces una decisión que chocaba con los casi noventa años que las había estado llevando la reina Isabel. A los como poco cuestionables comentarios de “birracial, plebeya y divorciada” que inundaron internet en aquellos días se les añadía ahora la osadía de presentarse sin medias: ¿Está Meghan Markle liderando el movimiento anti-medias?, se preguntó The Cut, la página de New York Magazine que cubre temas sobre política, feminismo, negocios, relaciones, salud mental y estilo.

Poco después, Meghan aceptó las medias. Concretamente, las de Heist, una marca de Londres que al menos abanderaba una mayor inclusividad en su concepto de tonalidades que imitan la piel con hasta siete tonos diferentes para distintas pigmentaciones. Una decisión aguda, ya que no solo tranquilizaba la flema británica al utilizar una marca local, sino que también se alineaba con el momento, en el que la inclusión y la igualdad eran el tema principal.

Al parecer, tras la boda, la firma detectó que la duquesa no estaba eligiendo bien el color de sus pantis, así que le regaló unas medias más oscuras que le quedaran mejor. Ella las devolvió por la política de no aceptar regalos, pero la marca confirmó después que Meghan compró unas.

Esta exposición catapultó la fama de esta marca -y la de llevar medias transparentes- a una nueva popularidad, como había ocurrido ya con Kate Middleton. En 2011, WWD ya señalaba que la princesa de Gales había impulsado las ventas de medias de cristal un 85%. Un año después, el “efecto Kate” se confirmaba: las de Asda crecían un 500%, y en Selfridges las ventas de modelos transparentes subían un 46% tras la boda real. Marcas como Wolford o Falke también se beneficiaron del fenómeno.

Es evidente que una decisión a priori tan intrascendente como llevar medias transparentes -o no- adquiere un significado especial cuando la toma una mujer de la realeza, un ecosistema tan conservador como influyente que acaba calando en el gran público. ¿Quién mejor que una princesa para protagonizar una narrativa de feminidad idealizada?

Las tensiones sobre la elección de las medias de cristal –una prenda llena de historia y significado cultural– no son nuevas. Al principio, eran los hombres quienes las llevaban. De terciopelo o de colores, eran un símbolo de distinción en la edad medieval, y a principios del siglo XX se adueñaron del vestuario femenino, cubriendo los primeros atisbos de pierna expuesta.

En 1935, el químico Wallace Carothers descubrió el nailon, la primera fibra sintética auténtica. Cuatro años después, la compañía DuPont lanzó al mundo las primeras medias con un material “fuerte como el acero, fino como una tela de araña”. En mayo de 1940 las medias de nailon debutaron en los grandes almacenes Gimbels de Nueva York a un precio de 1,50 dólares. Su combinación de transparencia, resistencia y bajo coste las convirtió en un éxito inmediato: se vendieron cuatro millones de pares en apenas unas horas.

Aquella novedad no solo cambió la textura de las piernas femeninas, sino que marcó el inicio de una democratización de la moda y de la era del consumo masivo en la industria textil. Tras la guerra, aquellas medias transparentes se convirtieron en uno de los primeros objetos de deseo del nuevo consumismo.

En 1959, el inventor Allen E. Gant Sr. dio un giro definitivo: unió las medias y la ropa interior en una sola prenda, las pantyhose. Justo a tiempo para el auge de la minifalda, que las convirtió en aliadas imprescindibles de los sesenta. Twiggy o Jean Shrimpton las popularizaron como símbolo de libertad y modernidad, con colores atrevidos, pero su aplicación en la vida real, en versión transparente o “carne” tenía más que ver con la modestia y los valores asociados a la mujer conservadora. Así, las feministas empezaron a cuestionar ese ideal y lo que durante décadas había representado elegancia y decoro comenzó a verse como una extensión del control masculino sobre el cuerpo femenino.

A finales de los setenta, la fotógrafa Deborah Turbeville impuso la mirada femenina sobre las medias de color carne demostrando que, aunque difíciles, también podían ser estéticas.

En los ochenta, los pantis se asociaron al nuevo poder femenino, al uniforme de oficina, a las hombreras y a la working girl. Las medias de cristal encontraron una nueva significación, ahora revestida de un aura de poder, gracias a series como Dinastía o películas como Armas de Mujer. Eran el equivalente femenino a los tirantes rojos de Wall Street y pronto las mujeres con mayor exposición las adoptaron con todo el brillo posible: las medias de seda remataban el atuendo de toda mujer en el escalafón más alto de la pirámide social, desde las “ladies who lunch” americanas a Diana de Gales en Reino Unido o Isabel Preysler en nuestro país.

Pero el reinado de las medias de cristal empezó a tambalearse con la llegada de la moda informal a finales del siglo. Tal y como recuerda The New York Times, las medias transparentes entraron en declive en 1995. Michelle Obama condensó el cambio en 2008, cuando admitió que había dejado de usarlas “hace mucho tiempo”. Con esa declaración —tan pragmática como ella misma— enviaba un mensaje nítido: lo personal, también en cuestión de medias, sigue siendo político.

En los últimos años algunas marcas de moda han tratado de reivindicarlas: Helmut Lang, Awake, Gucci o Anya Hindmarch. También Saint Laurent, con una campaña en 2019 fotografiada por Jurgen Teller, en la que las medias de cristal, en este caso negras y de muy poca densidad, se convertían en un símbolo erótico. Ese mismo año, la modelo Mariacarla Boscono protagonizó la portada de Vogue Corea con unas medias color carne. En 2025 las medias siguen siendo una prenda en el límite: mientras en España ha cerrado definitivamente la empresa Marie Claire, fundada en 1907 en Castellón por Francisca Íñigo, a nivel global se proyecta que para finales de 2025 el mercado de los pantis alcanzará los 22.600 millones de dólares (Cognitive Market Research).

La tendencia más divisiva de 2025 son las versiones de colores. Prada o las invitadas a los desfiles del otoño en Nueva York son la prueba de que la moda está dispuesta a darles una nueva oportunidad y, tal vez, un nuevo significado. Lo que aún está por ver es si las de cristal pueden salir de su papel tradicional y conquistar a las mujeres de hoy.

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Sobre la firma

Amaia Odriozola
Licenciada en Periodismo por la Universidad de Navarra, con dos décadas de especialidad en moda, belleza, actualidad y viajes. Colaboradora en S Moda desde 2019, también publica en 'Vanity Fair', 'Traveler', 'Glamour' y 'GQ'. “Ojalá escribir como Joan Didion, pensar como Miuccia Prada y vestir como Kate Moss”.
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