Blanca y radiante, la nueva oportunidad de negocio para diseñadores independientes pasa por el altar
La moda nupcial es la salida comercial en tiempos de estrecheces, auspiciada por las generaciones jóvenes

Las novias vestían de Louis Vuitton. Chloë Grace Moretz y Kate Harrison se casaron el último fin de semana de agosto luciendo sendas creaciones exclusivas de Nicolas Ghesquière. Ventajas de ser embajadora y amiga de la casa, que es el caso de la joven actriz estadounidense, porque ni la firma parisién ha comercializado jamás colección nupcial alguna ni su director artístico ha sido nunca de los de cerrar los desfiles con el viejo guiño a las clientas casaderas.
Hasta la fecha, el poco —por no decir nada— proclive a las concesiones Ghesquière solo había claudicado en un par de ocasiones, la primera en 2006 todavía al amparo de Balenciaga a petición de Nicole Kidman y la segunda cuando Sophie Turner le dijo insensata “sí, quiero” a Joe Jonas en un castillo de la Provenza, en 2019. Entonces el francés se envalentonó con un vestido de gazar, encaje floral y velo de 14 metros de tul en cuyo bordado se emplearon una decena de petites mains durante 1.050 horas, seguramente lo más cerca que ha estado el buque insignia del grupo LVMH de la alta costura en su historia (para la boda en Las Vegas, dos meses antes, la estrella de Juego de tronos prefirió un sencillo mono de satén de la ucrania Svitlana Bevza). Ha tardado seis años en repetir, cierto, pero, tratándose de quien se trata, la conclusión parece obvia: no hay diseñador de moda que se resista a una novia. O dos.
Coda proverbial de colecciones desde que Christian Dior lo estableciera como canon con aquel modelo bautizado Fidélité de su propuesta otoño-invierno 1949, el traje nupcial siempre ha pasado por el mayor ejercicio de creatividad, habilidad técnica y artesanía del que pueda hacer alarde cualquier marca o diseñador. Romántico y teatral a partes iguales, intrínsecamente espectacular, su impacto visual ayuda a prolongar los desfiles en la memoria. Hay hasta creadores cuyos nombres han quedado unidos a él de por vida, véanse la afroamericana Ann Lowe, merced al vestido de Jackie Kennedy (1959), o Narciso Rodriguez, que puso la piedra fundacional de su etiqueta homónima con el minimalista slip dress que diseñó para Carolyn Bessette (que, por cierto, se casó con el hijo de Jackie y John F. Kennedy, John-John, en 1996).
Y luego está esa carga simbólica, claro, capaz de alcanzar incluso a autores en principio tan culturalmente alejados del asunto como Rei Kawakubo (recuérdese Broken Bride, tratado experimental de novias anticonvencionales para el otoño-invierno 2005-2006 de Comme des Garçons) y Yohji Yamamoto (de la novia bajo gigantesco palio sombrerero del otoño-invierno 1998-1999 al catálogo completo de la primavera-verano 1999 al compás del Coro nupcial de la ópera Lohengrin de Wagner). Ligado de forma indefectible al viejo oficio de la moda —Lagerfeld, Saint Laurent y Valentino no perdonaban la novia para cerrar—, hace tiempo, sin embargo, que su presencia resulta cada vez más difusa no ya solo en las presentaciones de prêt-à-porter, sino también de alta costura. Aunque al final casi nadie desoye las campanas de boda cuando doblan a negocio.
El pastel es goloso: ahora mismo, el valor del mercado global de moda nupcial se cifra entre 20.000 y 75.000 millones de euros, según estiman las consultoras (la cantidad varía en función de si se considera solo el segmento de vestidos o se incluyen calzado y accesorios). Normal que apetezca un trozo, da igual si no es lo tuyo.
Cuando Riccardo Tisci accedió a crear el traje de Kim Kardashian para su boda con Kanye West, un alta costura de Givenchy, en 2014, no fue por amistad, o no solo. Tampoco fue un regalo el diseño de Virgil Abloh para Hailey Baldwin en sus nupcias con Justin Bieber, en 2019. Lo mismo puede aplicarse a la adaptación que Glenn Martens hizo de uno de los modelos de su colaboración con Jean Paul Gaultier, alta costura primavera-verano 2022, a mayor gloria casadera de Chloë Sevigny. El mero impacto mediático de este tipo de jugadas tiene una traducción millonaria en términos de retorno publicitario. Y son este tipo de acciones las que han ayudado a cambiar el paradigma indumentario entre las novias desde hace al menos un par de años, momento en el que Google Trends comenzó a registrar que las búsquedas de cool girl wedding dresses se habían multiplicado por tres en internet. “Las generaciones más jóvenes, y no hablo solo de mujeres, van más allá de aquello que les gusta y pueden pagar. Ahora, además, buscan que sus trajes de boda sean relevantes y las hagan lucir modernas”, expone Mimma Viglezio, consultora independiente con base en Londres en la que han confiado Celine, Gucci o Louis Vuitton y que pone sobre la pista de una nueva realidad en el negocio: el vestir nupcial como salida comercial para marcas y diseñadores independientes.
Abandonados por los inversores temerosos de la incertidumbre económica y geopolítica y ahogados por el imparable incremento de los costes operativos que los obliga a recortar producción y los aleja de las pasarelas, no pocos de esos talentos emergentes, más o menos jóvenes, acreedores de premios y titulares, han descubierto en las novias una vía de escape hacia adelante. Estrella de la London Fashion Week (de la que lleva ausente una temporada), ganadora del LVMH Prize 2021, favorita de Dua Lipa y Bella Hadid, la albanesa Nensi Dojaka lleva ya un par de años ofreciendo una cápsula nupcial —alrededor de una veintena de creaciones basadas en su sello sexy-lencero— a través de la boutique de lujo electrónica MyTheresa, por ejemplo. “El negocio es cada vez más duro, sobre todo en el segmento del lujo, pero cuanto más difícil se ponen las cosas, más nos devanamos la cabeza pensando otras formas de trabajar, como las colecciones de novia, que nos han abierto un camino de oportunidades”, concede por su parte Feben, la joven diseñadora sueca de ascendencia etíope que debutó en Milán el año pasado apadrinada por Dolce & Gabbana. A finales de julio se hacía notar con el vestido que la cantante Mabel (hija de la totémica Neneh Cherry) le encargó para lucir en el ensayo de su enlace con Preye Crooks. Porque esa es otra: la tendencia actual de celebrar boda, preboda, posboda y los saraos que correspondan entremedias también han ampliado las posibilidades de hacer caja.
“Para mucha gente, el vestido de boda es una manera de conseguir una pieza de diseño de autor que, de otra manera, no comprarían, porque no es algo que lleven en su día a día a pesar de que les guste lo que hacemos. Por eso también no les importa pagar más por ello”, dice Molly Goddard, que comercializa su propia línea de prêt-à-porter nupcial desde 2022. El estadounidense Jackson Wiederhoeft admite que, un lustro después de su debut, las novias representan ya el 70% de los ingresos. Para el caso, la lista de abonados a la causa no para de crecer: del neoyorquino Conner Ives, acreedor de la camiseta/fenómeno viral Protect the Dolls, pasando por Jacquemus y su línea Le Mariage o los españoles Juan Vidal y Leandro Cano, casarse es un planazo.
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