Seis formas erróneas de combatir la angustia
Los trastornos de ansiedad pueden producir mucho sufrimiento y favorecer la adopción de medidas contraproducentes. Todas tienen en común la evitación, la huida, el escape
Nos podemos hacer una idea del sufrimiento que supone tener un trastorno de angustia porque todos la hemos vivido. En los momentos previos a hablar en público (el rostro lívido y el sudor frío en las manos), en mitad de ese insufrible vuelo con turbulencias (aferrado inútilmente al reposabrazos, pisando a fondo un imaginario pedal de freno aéreo), en ese concurrido centro comercial del que, sin motivo explicable, tuviste que escapar. Solo que los pacientes tienen estas terribles sensaciones casi todo el rato, con una intensidad invalidante y muchas veces de forma incompatible con una vida, no digamos feliz, sino aceptable.
Viven las 24 horas con una actitud aprensiva, esperando lo peor, instalados en un porvenir amenazante. Y su sufrido cuerpo reacciona con un estado de intensa activación, con taquicardia, palpitaciones, sudoración, sensación de falta de aire, opresión en el pecho, mareo o molestias digestivas. Se entiende que tener ansiedad multiplique por 6 la probabilidad de acudir al médico. ¿Y cuántos de nosotros tenemos un verdadero trastorno de ansiedad? La respuesta está, claro, en el límite que coloquemos entre los síntomas “aceptables” y el trastorno: los estudios más restrictivos apuntan a que 1 de cada 14 personas cumple criterios de padecer un trastorno clínicamente relevante.
El problema a veces son los remedios a los que recurrimos, que pueden ser dañinos o contraproducentes. Ahí van seis desaconsejables:
1. Atiborrarse de ansiolíticos. Se entiende: es la misma lógica de recurrir al analgésico cuando le duele a uno la cabeza. Las benzodiacepinas (lorazepam, diazepam, bromacepam, etc.) actúan sobre el sistema inhibitorio GABA del cerebro, favoreciendo calma, relajación muscular e inducción al sueño. Sin embargo, las guías clínicas recomiendan limitar su uso a dos meses (y otro de retirada gradual), ante el riesgo de tolerancia (que para el mismo efecto necesitemos cada vez más dosis) o dependencia (que si se nos faltan los medicamentos, nos subamos por las paredes).
Algunas “benzos” (sobre todo las potentes y rápidas, como el alprazolam, que produce un “chute de calma”) circulan por el mercado negro como una droga más. Esto no quiere decir que “todos los psicofármacos sean drogas”, o que los controles que pasa una caja de diazepam para ser dispensada en la farmacia sean equivalentes a los de la raya de coca del camello de la esquina. Afortunadamente, tenemos agencias públicas, nacionales e internacionales, que aseguran estrictos criterios de calidad, seguridad, eficacia y correcta información de los medicamentos. El discurso de brocha gorda, en esto, creo que no ayuda. Por ejemplo, en los trastornos de ansiedad, son muy útiles los antidepresivos (pese a su nombre equívoco), porque actúan a largo plazo previniendo las crisis de angustia y reduciendo los niveles de ansiedad generalizada. Esta opción, por supuesto, es compatible con la psicoterapia, principal tratamiento validado.
2. Consumir alcohol o cannabis, buscando un contrapeso. Son las dos sustancias tóxicas más normalizadas en nuestra sociedad, y sus riesgos y consecuencias negativas sobre el cerebro son a menudo banalizadas. Hemos visto muchas veces que la ansiedad puede ser la puerta de entrada de un severo alcoholismo, y que entre el 7% y el 10% de los que prueban el cannabis “para estar tranquilo” desarrollan una dependencia. Estas sustancias no pueden ser la solución.
3. Huir y evitar. La mala noticia para quien sufre ansiedad es que la huida constante del malestar acrecienta la ansiedad. El reverso esperanzador es que el paciente que afronta sus miedos y se expone progresivamente, mejor con ayuda profesional, tiene muchas posibilidades de mejorar. Evitar consiste en quedarse en casa esperando que la ansiedad cese, espontáneamente. O, si la ansiedad se ha desencadenado en el lugar de trabajo, refugiarse en la situación de baja médica durante todo el tiempo que se pueda: el retorno será complicado. Por supuesto que nadie está de baja por gusto y que no se debe cuestionar la honestidad de una persona que está sufriendo.
Pero a veces se alinean fatalmente la tendencia evitativa propia de estos trastornos con la ineficiencia del sistema: baja del médico de familia, cita en salud mental en 3 meses, revisión en 2 meses, no hay psicólogo clínico disponible…, y nos vemos con bajas por ansiedad de 6, 8 o 10 meses de duración, y el paciente aterrorizado ante la posibilidad de la reincorporación. En España, los trastornos mentales suponen la segunda causa de baja por incapacidad temporal, estimándose en uno por cada 100 trabajadores al año, lo que supone un gasto por incapacidad temporal de 30 millones de euros. ¿Se han calculado los beneficios de una intervención en salud mental rápida y de calidad, que favorezca la pronta reincorporación (a ese puesto o a otro) y minimice la cronificación del cuadro?
4. Acudir a las pseudoterapias. Producto de la desesperación o sugestionados por el discurso anticientífico posmoderno, algunos pacientes buscan el remedio en las piedras calientes, la acupuntura o el reiki. Habrá a quien le ayuden, pero no pueden ser una alternativa al mismo nivel que los tratamientos validados científicamente, farmacológicos o de psicoterapia. Son opciones seductoras, que a veces ofrecen la fantasía de una mirada más holística (lo cual puede tener algo cierto), pero ¿por qué no se ciñen a un método transparente y replicable para convencernos de su eficacia?
5. Buscar siempre un porqué. El psicoanálisis popular y algunas películas (en grado hilarante las de Hitchcock, Marnie, la ladrona o Recuerda) nos han transmitido que cualquier trastorno mental es el resultado de un complicado conflicto intrapsíquico que debe desvelarse a través de una (larga) terapia. Cuando el paciente resuelve el puzle (o tiene insight, es la palabra utilizada), los síntomas remiten. Desgraciadamente, la realidad no suele ser así. Hay pacientes que se curan sin saber exactamente por qué desarrollan ansiedad y otros que entienden perfectamente el origen histórico del cuadro, pero siguen ansiosos y angustiados, gobernados por una fisiología hiperactivada basada en un permanente modo de “lucha o huida”.
6. Tratar de eliminar la ansiedad. Lo cuenta Scott Stossel en su maravilloso libro Ansiedad. Miedo, esperanza y la búsqueda de la paz interior (Seix Barral). El autor, ansioso en primera persona y frustrado por décadas de terapias infructuosas, se plantea finalmente convivir con la ansiedad, dejar de odiarla. Piensa que siempre han existido personas más tímidas de lo normal, cautelosas, sensibles al rechazo, excesivamente empáticas, lo que hoy en día choca con nuestro mundo competitivo y es considerado un temperamento ansioso. Estos rasgos pueden favorecer una ansiedad insoportable, terrible; pero también suponen la otra cara de la moneda de características maravillosas, como la empatía o la sensibilidad artística. Varios personajes de Proust, un gran genio ansioso, ahondan en la relación entre naturaleza nerviosa y sensibilidad. Es la proximidad de la herida y el don, la idea de que en la debilidad y en lo vergonzoso hay también un potencial para la redención.
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