Las hembras copulan con ‘tipos raros’ por el bien de sus hijos
Un estudio con peces publicado en ‘Science’ revela algunas paradojas sobre la selección sexual, un proceso que también afecta a los humanos, aunque se ha diluido por la cultura
Hoy, todo el mundo acepta que durante millones de años la naturaleza ha seleccionado a los que mejor se adaptan a su entorno. Más difícil de entender es por qué, junto a este proceso de selección natural basado en el mérito, hay otro que favorece a los más sexis, aunque sean poco más que eso. Charles Darwin, confundido por la desmesurada cola del pavo real, escribió hace siglo y medio sobre esta selección de rasgos que facilitan la cópula incluso a costa de la propia supervivencia. En su hipótesis sobre la selección sexual, los machos compiten entre ellos por las hembras y ellas, que tienen la llave de la reproducción, se ponen puntillosas filtrando. Aunque la primera parte de la hipótesis fue rápidamente aceptada, la segunda fue, durante muchos años, rechazada por absurda.
Esta semana, la revista Science publica un artículo en el que se explica el modo en que, al menos en un tipo de peces, las hembras moldean con sus gustos los grupos en los que viven. Los peces guppy (Poecilia reticulata), originarios de regiones tropicales de Latinoamérica y muy populares en los acuarios de todo el mundo, son pequeños (menos de tres centímetros los machos y hasta cinco centímetros las hembras) y se reproducen muy rápido, algo que les hace interesantes para observar la evolución en directo. Además, tienen fertilización interna: copulan, y eso permite a la hembra elegir con quién se aparea. Los autores del estudio, liderados por Tomos Potter, de la Universidad Estatal de Florida (EE UU), siguieron a más de 7.000 individuos en un arroyo de la isla caribeña Trinidad, registrando sus movimientos y analizando sus genomas durante 10 generaciones. Sus resultados indican que las hembras prefieren a los machos de aspecto diferente, pese a no obtener una ventaja directa de ellos.
La preferencia femenina por los tipos raros podría explicarse como camino para evitar la consanguinidad, pero los análisis mostraron que, sorprendentemente, los hijos de estos padres no tenían menores niveles de endogamia. Y, sin embargo, esos machos tenían un 36% más de parejas y un 38% más de crías. El motivo de las hembras parece encontrarse en el beneficio de sus propios retoños. Aunque los machos extraños no les dan más descendencia y ni siquiera les ofrecen mejores genes, sus hijos se benefician de ser tan raros como sus padres y se convierten en progenitores prolíficos que dan a sus madres muchos nietos.
Uno de los efectos curiosos observados en el estudio es que las hembras favorecen a los machos con rasgos físicos infrecuentes, pero también a los que vienen de fuera, aunque tengan una apariencia normal y no vayan a darles hijos sexis. Los autores plantean que este error aparente se debe a que la preferencia de las hembras surge porque se aburren de los machos que les resultan familiares y plantean que esa familiaridad se detecta por el olor. Aunque esa preferencia les proporciona un beneficio a través del éxito de sus hijos diferentes, les hace cometer el error de emparejarse con machos que les parecen extraños porque no les han tenido cerca antes, pero les van a dar crías tan sosas como los machos del vecindario. Un recordatorio más de que los impulsos producidos por la evolución pueden provocar comportamientos que no sean beneficiosos para algunos individuos y ni siquiera para su descendencia.
“El origen de esta preferencia puede venir de un sesgo cognitivo no adaptativo, que tiene unos beneficios a corto plazo, porque los hijos se benefician y van a dar muchos nietos al parecerse a su padre. Sin embargo, esta ventaja desaparecerá en los nietos, que ya no serán raros”, explica Diego Gil, especialista en ecología evolutiva del Museo de Ciencias Naturales de Madrid. “Por poner ese sesgo en términos mercantilistas, si te dedicas a vender algo que vende todo el mundo no vas a tener éxito”, añade Gil. Después, empiezan a copiarse y pierden su interés cosas que llamaban la atención porque eran novedosas.
En muchas especies se ha visto que a las hembras les gustan rasgos exagerados, que llamen la atención. En parte, se ha explicado esa preferencia porque para desarrollar esos rasgos es necesario, por ejemplo, que el macho tenga un sistema inmune fuerte. Hasta cierto punto, sería una señal de capacidades reales. “Uno de los aspectos interesantes de este estudio es que en este sistema de patrones de colores muy polimórficos de los guppy, la elección de los patrones más raros proporciona una ventaja exclusiva en el atractivo”, explica Juan Gabriel Martínez, catedrático de zoología de la Universidad de Granada. Otro de los aspectos interesantes, según Martínez, es que explica cómo puede haber una selección sexual por parte de las hembras y que al mismo tiempo se mantenga la diversidad de los machos, en lugar de hacer que todos los machos adquieran las características deseadas y deje de tener sentido que la hembra elija porque todos los machos son igual de buenos.
El líder del estudio, Tomos Potter, explica que este gusto por los rasgos extraños, que “se han observado en muchas especies”, desde “aves a escarabajos, peces o moscas”, sirve “para mantener la diversidad genética porque evita que los tipos genéticos raros se extingan”. La gran pregunta, para Potter, era: “¿Cuál es la ventaja para las hembras que encuentran atractivos los rasgos raros?”. “Nuestro estudio muestra que el atractivo puede ser arbitrario mientras los hijos de machos atractivos también lo sean”, concluye el investigador.
¿Modelo para humanos?
El estudio de animales siempre se ha utilizado para comprender mecanismos biológicos básicos aparecidos a lo largo de millones de años de evolución y que también han operado en los seres humanos. Sin embargo, pese a que se han realizado muchas analogías entre el comportamiento sexual de los animales y el de los humanos, las comparaciones de este tipo siempre son complicadas. “Con humanos entramos en terreno resbaladizo y argumentos que pueden ser casi racistas”, apunta Gil. “En un nivel de conversación de bar, se podría decir que un hombre moreno en Suecia llama más la atención que un típico escandinavo en España, pero sería difícil evaluar cómo afecta eso a las preferencias sexuales. Podría tener una ventaja a la hora de ser percibido, de sorprender”, especula. Aunque aclara que rasgos como el color de piel en los humanos se mezclan y no se pasan intactos a la siguiente generación, como los caracteres mendelianos de los peces guppy.
Martínez señala que “el proceso de selección sexual como tal es el mismo o muy parecido en todos los animales, también en humanos”. “Se trata de una selección de rasgos que favorece el acceso a individuos del sexo contrario, algunos que permiten la competencia directa, como los cuernos o los colmillos, pero también otros rasgos que se seleccionan porque simplemente parecen más atractivos sexualmente”, continúa. “Esas presiones han operado en humanos, pero la cultura hace que esos mecanismos no tengan el mismo peso que en otros animales”, concluye. Esta opinión es compartida por Potter, que no cree que se pueda decir “si un efecto así es probable en humanos, porque [nuestras] preferencias sexuales y sus consecuencias son mucho más complejas que las de los guppy”.
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