Si le sonríes a la vida, la vida te devolverá la sonrisa (pero poco)
Un trabajo internacional pone a prueba la hipótesis de que sonreír, aunque sea de una manera forzada, mejora el bienestar emocional de quien lo hace
“Algunas veces la alegría es la fuente de tu sonrisa y otras veces la sonrisa es la fuente de tu alegría”, decía el monje budista Thích Nhất Hạnh. “Sonríele a la vida y la vida te devolverá esa sonrisa”, se lee en algunos carteles de Mr Wonderful, la empresa del positivismo ñoño por antonomasia. “Uno no puede evitar que la gente tenga razón por motivos equivocados”, se defendía Arthur Koestler cuando lo criticaban por coincidir con los nazis en sus críticas a Stalin.
La psicología positiva, adaptando enseñanzas filosóficas ancestrales en libros de autoayuda o convirtiendo en merchandising todo tipo de frases motivacionales, es parte de un negocio enorme. La idea de que levantarse por la mañana con la voluntad de comerse el mundo hará que te lo meriendes por la tarde tiene mucho predicamento y uno de los fundamentos de esa filosofía de vida es el poder de la sonrisa. Si sonríes, incluso contra tu voluntad, la vida y tus congéneres serán más amables contigo.
En la psicología académica, la que intenta separar realidad de ilusión y que busca tener razón por los motivos adecuados, la posibilidad de que activar algunos músculos de la cara pueda producir una reacción emocional se estudia con la mayor seriedad desde hace décadas. La llamada hipótesis de retroalimentación facial ya fue propuesta por Charles Darwin en 1872 cuando decía que la expresión exterior de una emoción “la intensifica” o que “incluso la simulación de una emoción hace que esa emoción se despierte en nuestra mente”. William James, uno de los padres de la psicología, planteó en la misma época que, frente a la creencia popular de que experimentar una emoción lleva a producir una expresión física como la sonrisa o el llanto, en realidad sucedía más bien lo contrario. Nos sentimos tristes porque lloramos y no lloramos porque estamos tristes. James, que tenía una fe fanática en la voluntad, creía que si uno se negaba a expresar un sentimiento, ese sentimiento moría.
Ahora, un grupo internacional de investigadores, superando una controversia de décadas, ha mostrado que, aunque no necesariamente por los motivos correctos, los monjes budistas y los carteles de Mr Wonderful tienen algo de razón. Sonreír de forma mecánica mejora el estado de ánimo, aunque solo un poco.
En un trabajo publicado en la revista Nature Human Behaviour se explica cómo se puso a prueba la posibilidad de que la sonrisa tenga un efecto sobre nuestro ánimo con distintas pruebas. Por un lado, se hicieron experimentos en los que los participantes eran conscientes de que estaban sonriendo, acercando la comisura de los labios hacia sus orejas o mirando fotografías de personas sonrientes e imitándolas. Pero también se intentó averiguar si un movimiento muscular inconsciente propio de una sonrisa tiene efectos emocionales. Esto se logra con un experimento clásico que a través de los años ha obtenido resultados controvertidos. Los voluntarios fuerzan la sonrisa sin ellos saberlo mordiendo un lápiz o ponen una cara triste tratando de sujetarlo con los labios, un gesto que los obliga a fruncir el ceño.
Después de analizar los datos de 3.878 participantes en 19 países, los autores, liderados por Nicholas Coles, de la Universidad Stanford (EE UU), observaron que tanto los que imitaban las sonrisas de las fotos como los que las forzaban por su cuenta notaban cierto incremento de su felicidad. Sin embargo, los que sonreían con ayuda del lápiz no experimentaron esa emoción. “Este estudio muestra que para tener ese efecto de ponernos alegres porque generamos la sonrisa es necesario que seamos conscientes de estar sonriendo”, explica José Antonio Hinojosa, profesor de la Universidad Complutense de Madrid y coautor del trabajo.
“Lo que vimos es que sonreír mejora ligeramente el ánimo, aumenta el nivel de felicidad, pero es un efecto parecido al que tendría ver imágenes de perritos o de bebés”, apunta Pedro Montoro, investigador de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), en Madrid, que también firma el estudio. “La escala que utilizamos es de uno a siete y los valores se encuentran un poco por encima del tres. Es una subida estadísticamente significativa, pero a la mayoría de los autores les parece que esto no sería útil como terapia”, continúa.
Los autores confirman que la hipótesis de la retroalimentación facial tiene sentido y se inclinan por pensar que existe una relación bidireccional, cuando uno está contento, sonríe, pero también “es interesante ver que hay un efecto de retroalimentación de lo muscular a la sensación subjetiva”, indica Montoro. Nicholas Coles también apunta a que, al menos en parte, “la experiencia consciente de la emoción se debe basar en las sensaciones corporales”. Hasta cierto punto, nos sentimos tristes porque lloramos y felices porque sonreímos. Coles considera que este tipo de estudios son fundamentales para conocer en profundidad la naturaleza de algo tan esencial para la humanidad como las emociones, pero que ese conocimiento es aún incipiente. Mientras se sigue avanzando, será necesario seguir gestionando las emociones, esperando hacerlo de la forma correcta, aunque no acertemos por los motivos adecuados.
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