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Así son los nuevos y eficaces fármacos contra la obesidad que no se deben usar para entrar en el traje de boda

Los medicamentos imitadores de las hormonas que regulan la sensación de saciedad han logrado reducciones de peso de más del 20% en pacientes obesos

Weight loss pills
FERNANDO HERNÁNDEZ / Getty

Es probable que la libertad sea una ilusión más de las muchas que crea nuestro cerebro, pero, como dice el neurocientífico Ignacio Morgado, es una ilusión que nos ayuda a vivir mejor. “Incluye el sentido de responsabilidad, que genera cohesión social y promueve la cooperación entre las personas”, opina Morgado. Pero es una ilusión útil, que también tiene sus víctimas. Una de las más visibles son las personas con sobrepeso, que ahora mismo, en España, constituyen el 53,6% de la población. Pese a ser ya una mayoría, para muchas personas, incluidos médicos, son individuos con un defecto de carácter, incapaces de abandonar el sofá y las patatas fritas para calzarse unas zapatillas de correr y empezar a moverse por su salud.

Esa forma de entender la obesidad, como una elección de estilo de vida y no como una enfermedad, ha hecho que “en España nunca se haya financiado ningún fármaco” para ella, según recuerda Cristóbal Morales, endocrinólogo del Hospital Virgen Macarena de Sevilla y miembro de la Sociedad Española de Obesidad (SEEDO). Y eso pese a que se conoce la relación entre el exceso de peso y dolencias como la diabetes, algunos tipos de cáncer o las enfermedades cardiovasculares, y pese a que ya existen algunos fármacos eficaces para ayudar a perder kilos a personas muy obesas.

Esos medicamentos, como la liraglutida o la semaglutida, se utilizan para controlar la diabetes, pero también han mostrado utilidad, en dosis más altas, para hacer perder peso. Un ensayo publicado en The New England Journal of Medicine el año pasado, por ejemplo, mostró que la semaglutida redujo el peso un 15% de media en un grupo de casi 2.000 pacientes y más de un 20% en un tercio de ellos. El éxito del medicamento has sido tal en Estados Unidos que su fabricante, la farmacéutica Novo Nordisk, se quedó sin existencias al poco de aprobarse su uso para la obesidad. En España, la liraglutida y la semaglutida están financiadas por las administraciones para la diabetes, pero no para la obesidad.

Estos medicamentos son una imitación de las incretinas, unas hormonas que produce nuestro organismo cuando comemos. “Son análogos modificados de forma artificial, por ejemplo, para que aguanten más en el organismo”, explica Guadalupe Sabio, que investiga las bases biológicas de enfermedades como la obesidad en el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) de Madrid. Entre otras cosas, favorecen la producción de insulina por el páncreas y disminuyen los niveles de glucosa en sangre, algo que los convierte en una buena opción para tratar la diabetes. Pero como parte de ese proceso de regular lo que sucede en el organismo cuando se ingieren alimentos, “también reducen el apetito, prolongando la sensación de saciedad y aumentan el metabolismo basal [la cantidad de energía que el cuerpo consume en reposo], incrementando la termogénesis [proceso de producción de calor corporal]”, continúa Sabio.

Morales explica que, “una vez conocida la eficacia de este tipo de fármacos, muchas compañías farmacéuticas van a probar sus propios productos y se va a incrementar la oferta”. El último de estos medicamentos en ser aprobado en Estados Unidos ha sido la tirzepatida, que como el resto de los de su categoría, ha recibido primero el visto bueno de los reguladores frente a la diabetes. Ahora, la farmacéutica que la produce, Lilly, buscará su aprobación para la obesidad. “Es tan potente que uno de cada dos pacientes entra prácticamente en remisión de diabetes”, destaca Morales. Con una dosis mayor, ese mismo producto, ha demostrado un potencial sorprendente frente a la obesidad. En un estudio reciente publicado en The New England Journal of Medicine, se vio que producía una pérdida de peso media del 22,5%, que puede suponer 25 kilos en algunos pacientes.

Esas dimensiones hacen que algunos expertos se planteen que los tratamientos farmacológicos puedan alcanzar los resultados de cirugías para perder peso como la bariátrica o el balón gástrico. “Creo que el fármaco no sustituye a la cirugía, pero puede ser una alternativa para algunos tipos de sobrepeso”, matiza Carolina Perdomo, especialista en Endocrinología y Nutrición de la Clínica Universidad de Navarra. “Hay personas que necesitan perder peso antes de una cirugía, y estos fármacos pueden servir como una terapia puente antes de la intervención”, añade.

Rubén Nogueiras, investigador de la Universidad de Santiago de Compostela, considera que este tipo de tratamientos para la obesidad se podrían utilizar de forma continua, como sucede cuando se aplican a diabéticos. “La obesidad es una enfermedad crónica y es esperable que el tratamiento también lo sea”, señala. Esto hace necesario analizar la posibilidad de que existan efectos secundarios por el uso a largo plazo, pero Nogueiras no los considera probables. “Los efectos secundarios más comunes son las náuseas durante las primeras dos semanas de tratamiento, pero después la mayoría de los pacientes aceptan bien el fármaco. A largo plazo, hasta ahora no se han encontrado efectos secundarios importantes y se han hecho varios ensayos bastante grandes”, concluye. “Son compuestos que estimulan vías normales de nuestro organismo, así que los efectos secundarios son bastante bajos. Si la semaglutida ralentiza el estómago y hace que la comida permanezca ahí más tiempo, puedes tener un malestar digestivo, precisamente por eso, pero nada más”, coincide Guadalupe Sabio.

El fracaso de las dietas

Con porcentajes relevantes de la población que hacen dieta con regularidad (en España ronda el 20%, según algunas encuestas) y fracasan con la misma frecuencia (alrededor del 80% según datos de la SEEDO), productos como estos podrían convertirse en un éxito comercial instantáneo, aunque su precio, de cientos de euros al mes y sin financiación pública, es una barrera casi insalvable para la gran mayoría. Sin embargo, los expertos advierten de que estos fármacos están indicados para personas en las que el sobrepeso se puede considerar una enfermedad y no un problema estético. En el estudio que puso a prueba la tirzepatida frente a la obesidad, el peso medio de los participantes era de 105 kilogramos y su índice de masa corporal de 38 [el peso dividido entre la altura en metros al cuadrado; se considera que hay sobrepeso a partir de 25 y obesidad a partir de 30]. Cristóbal Morales reconoce que, en países como Brasil, “la venta de fármacos para perder peso es muy grande”, y advierte de que “se trivializa la obesidad como si fuese un problema estético y se olvida que hay que hacer intervenciones amplias sobre el estilo de vida”.

La obesidad se empieza a gestar en el vientre materno, se afianza en los hábitos que se adquieren en la primera infancia y se agrava por la gran cantidad de alimentos poco saludables disponibles en los supermercados y el estilo de vida sedentario favorecido por los cambios sociales y tecnológicos. Fernando Fernández Aranda, jefe de grupo de investigación del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL) y de la unidad de trastornos alimentarios del Hospital Universitario de Bellvitge, especializado en aspectos psicológicos de los trastornos alimentarios, cree que este tipo de fármacos puede ser un “complemento para tratar a los pacientes, que se añadirían a los hábitos saludables, el ejercicio o el apoyo psicológico, pero no sería una solución mágica”. La obesidad es un asunto tan complejo que, según señala Fernández Aranda, “se ha podido ver que si una persona ha sufrido una situación concreta de negligencia o de estrés emocional importante durante la infancia o la adolescencia, especialmente si son mujeres, puede verse afectada en su conducta alimentaria”.

Azucena García Palacios, profesora de Psicología de la Universidad Jaume I de Castellón y miembro del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición, recuerda que “perder peso no es difícil, lo difícil es mantener la pérdida”, algo que se ha visto con el balón gástrico y que podría suceder con los tratamientos farmacológicos, que “no hay que vender como la panacea”. “Hay una revisión sistemática que nos dice que las personas con algún problema psicológico previo tienen una tasa de éxito mucho menor tras un tratamiento con balón gástrico”, asegura García Palacios, que explica que “entre las personas obesas, hay un mayor porcentaje de problemas de salud mental”. El tratamiento psicológico es una forma de apoyo a las personas que necesitan perder peso por un problema médico, y para que funcione, es necesario evaluar bien las circunstancias de cada paciente. “Cuando queremos que la gente haga ejercicio, por ejemplo, sabemos que si esa actividad no está ligada con algo significativo para el paciente, es difícil que se mantenga en el tiempo, así que trabajamos para crear ese vínculo”, cuenta García Palacios. “Para personas con atracones, tenemos que ver las emociones que llevan a esos atracones, si es por una sensación de rechazo o es solo un hábito, o si hay asociado un problema diagnosticable, como un trastorno depresivo mayor”, continúa. “Hay que ver las vulnerabilidades de cada uno, dónde le llevan y decidir cómo vamos a actuar en cada caso”, resume.

Los sorprendentes resultados de los nuevos fármacos contra la obesidad son, según los expertos, una buena noticia para las personas con problemas graves por exceso de peso, aunque para que se vean beneficiados será necesario que las administraciones consideren la obesidad una enfermedad, algo que ya ha sucedido, por ejemplo, en el Reino Unido, y decidan financiar los nuevos medicamentos. De momento, quienes solo quieren perder unos kilos para la próxima boda, no deberían pensar en este tipo de soluciones, aunque la aplicación de cirugías como la liposucción con fines estéticos deja pocas dudas sobre el hecho de que habrá personas que busquen estos medicamentos con los mismos objetivos. Pero la obesidad y el sobrepeso son una gigantesca epidemia que difícilmente se paliará sin una estrategia global, que incluya todo lo que puede servir para buscarle soluciones, desde la comprensión de sus mecanismos más básicos al cuestionamiento de los aspectos sociales y económicos de una forma de vivir que cada vez amplía más el número de personas vulnerables a una de las grandes enfermedades del mundo moderno.

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